Ayudándote |Marenzo|

VII

Enzo fue a abrir, aunque antes se fijó quién era. Sonrió aliviado al ver que eran sus amigos y abrió.

—¡Enzu! —chilló Ascacibar saltando sobre él.

—Hola, Santi —se rió Enzo.

—Amor, dejalo. —Sosa lo sacó de encima de Enzo y lo abrazó, aunque de inmediato notó un olor extraño en Pérez.

Enzo, sin darse cuenta de nada, lo abrazó con fuerza.

—Los extrañé —les dijo luego de saludar a todos y dejarlos unos minutos sentados en los sillones, para buscar comida.

—¿Qué nos querías decir que nos invitaste de la nada? —le preguntó Zuqui cuando su amigo volvió.

—Que perdón por no hablarles durante tanto tiempo, que...

—Sí, ya nos dijiste que fue ese hijo de puta —dijo Pablo, acercándose y apoyando la cabeza en sus piernas.

—Aparte de mantenerte incomunicado —murmuró Sosa con una evidente bronca—, ¿te hizo algo más?

—No —negó Enzo, colocando una mano en su panza por acto reflejo.

—Olés diferente —comentó José, y notó la mano, aunque Facu se le adelantó:

—¿Vamos a ser tíos y no nos dijiste? —chilló.

—Sí —asintió Enzo—. El padre es... N-Nacho. —Todavía le daban escalofríos cuando pronunciaba su nombre o su apodo.

—¿Sabe? —preguntó José.

—No —negó Enzo.

—No estás solo, ¿sabés? —le susurró Ascacibar, poniendo una mano sobre la de su amigo.

—Lo sé —sonrió Enzo, recordando a Marcos.

Sus amigos pensaron que se refería a ellos y Enzo, por las dudas, no iba a sacarlos de su equivocación.

—No era eso, igual —comentó José, y miró el buzo de Enzo.

Enzo tembló de manera imperceptible, mientras se quitaba el buzo pero igual lo mantenía junto a él.

—Eu, Enzo, ¿me lo...? —empezó a decir Facundo, estirando su mano hacia el buzo.

—No —gruñó Enzo, enloquecido ante la idea de que alguien más toque el buzo de Marcos y lo infecte con su olor. No cuando los aromas de ambos se habían mezclado tan bien, aunque predominara su aroma favorito (el del alfa). Le arrancó el buzo de la mano (o del dedo) a Colidio y lo aferró a su pecho—. Mío —empezó a gruñir.

—Tranquilo, fiera, ya entendimos que es tuyo —lo calmó Casco, mirando mal a Colidio, quien apartó su mirada.

—Enzo —lo llamó Pablo con timidez—, ¿p-puedo...?

—Sí —asintió Enzo con suavidad, agarrando la mano de Solari y dirigiéndola a su vientre.

Pablo acarició con suavidad y ternura, y sus ganas de estar así se notaban de lejos.

—Facuuuu, activá —canturreó Enzo Díaz.

—Nunca me dijo si quiere o no, pajero —le respondió Facundo.

Díaz iba a decirle que era obvio que quería, pero al ver que Pablo los miraba, se ahorró los comentarios. O más bien, se los ahorró al ver la mirada ¿triste? del omega.

Pablo tenía un secreto que nadie allí sabía: era infertil. Le avergonzaba tanto contarlo, que ni siquiera su novio lo sabía. Esperaba que nunca se enterara, se iba a morir de la vergüenza si alguien se enteraba. Sentía que estaba fallado.

Quería tenerlos, claro que sí, y ver que su amigo sí tendría lo hacía poner triste. Sabía que no debería ponerse triste, pero recordar que él nunca pasaría por algo así, lo hacía poner mal.

Contuvo sus lágrimas lo mejor que pudo, y cuando volvió a la realidad, el resto de sus amigos se habían levantado y estaban felicitando a Enzo. Él se corrió para que su amigo recibiera atención. Y se volvió a meter en su mundo.

—¿Qué es? —preguntó Díaz.

—Son dos, pero no sé qué son todavía —respondió Pérez.

—¿Ropa les compraste? —le preguntó Casco.

—Sí —dijo Enzo. Técnicamente no era mentira.

—¿Somos los primeros en enterarnos? —sonrió Facu, y a Enzo le dio miedo sacarlos de su error.

—Sí —mintió.

Se quedaron hablando y boludeando durante horas, Enzo incluso olvidó su celular. Hasta que tocaron la puerta cuando ellos jugaban al truco.

—Yo abro, Enzito —le dijo Sosa, que estaba más cerca de la puerta—. Vos no te muevas.

—No estoy inválido —se quejó Enzo, pero igual su amigo abrió.

Y Enzo se quedó helado.

Marcos Rojo miró de arriba abajo al otro alfa, notando enseguida su casta.

—¿Y vos sos...? —gruñó, celoso al ver que otro alfa estaba con Enzo.