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¿Puedo ir a verlos? —le preguntó Marcos, quien ya hablaba como si los bebés hubieran nacido.

Por el momento, el verlos incluía, por supuesto, a Enzo, pero éste sentía que apenas los mellis nacieran, el verlos se reduciría a los bebés y él quedaría de lado. Tenía miedo de estar cansando a Marcos.

Sabía que era un miedo sin motivo, ya que el mismo Marcos le preguntaba si podía ir, pero seguía ahí de todos modos.

—Sí —respondió Enzo—. Sabés que la respuesta siempre va a ser .

Quería preguntarte, no quería interrumpir si estabas con tus amigos o algo —dijo Marcos.

—No, recién pasado mañana nos juntamos —respondió Enzo.

Entonces tengo hoy y mañana para estar todo el día con vos así no te sentís solo, lindo —sonrió Marcos, pero la última palabra Enzo no la escuchó.

Lo dicho por Marcos le hizo confirmar que el alfa iba por obligación a su casa, ya que él una vez le dijo que odiaba quedarse solo, que le hacía tener miedo. Eso fue dicho pocos días después de cortar con Scocco.

No supo cuándo Marcos cortó la llamada, sólo supo que, en algún momento, había empezado a llorar. Corrió hacia su cama mientras las lágrimas caían, y se escondió en su nido intentando calmarse: no quería que Marcos lo viera así.

Se acercó con lentitud al espejo para mirarse bien, y se limpió las lágrimas mientras se miraba a través del espejo: su pancita de cuatro meses le recordaba a su anterior embarazo, el cual había perdido más o menos en ese tiempo, y tuvo más miedo. Prefería ignorar que había perdido ese embarazo por culpa de los golpes de Scocco (aún visibles en todo su cuerpo), y decirse a sí mismo que lo había perdido porque era un estúpido que no se había cuidado como debía.

Había caído en depresión al perder ese embarazo, y Scocco no había hecho nada para ayudarlo a salir de ella, al contrario, con todo lo que le decía y los golpes que le daba, la acentuaba más. El único que lo había ayudado era alguien a quien tenía prohibido ver, pero como le daba unos minutos de felicidad que le servían para aguantar hasta la próxima vez que lo veía, lo seguía viendo. Era Marcos Rojo, por supuesto. El dolor de los golpes (e incluso violaciones) de Scocco no eran nada comparado al dolor que sentiría si no lo viera más.

El miedo de que Marcos se cansara de él, era en gran parte culpa de todo lo que le había dicho Scocco, aunque no lo quisiera admitir. Todas las veces que le dijo que era un asco, que tenía que agradecer que alguien quería estar con él, que después de tener al bebé iba a quedar más horrible de lo que ya era, que nadie lo iba a querer aparte de él, y demás cosas, hicieron mella en su nula autoestima.

Se sacó la remera para mirar el daño que le había hecho Scocco, marcas que de todos modos conocía de memoria. Todos los moretones, cortes, golpes, repartidos en todo su cuerpo, eran por su ex.

Enzo sentía, en lo más profundo de su ser, que la cicatriz de un corte que tenía en la espalda, no había sido hecha sin querer por Scocco, como él le había dicho. No recordaba qué era lo malo que había hecho ese día para pasar por toda la tortura, pero sentía que se lo había merecido.

«Es por tu bien, mi amor», era la frase favorita de Scocco cuando Enzo le preguntaba, entre lágrimas y/o gritos de dolor, por qué le hacía lo que le hacía.

Obviamente que Enzo se lo creía.

No supo en qué momento tuvo los brazos de Marcos alrededor de él mientras le preguntaba qué le pasaba, sólo supo que en algún momento sus rodillas habían perdido fuerza y ahora se encontraba arrodillado y llorando en su pieza... con Marcos a su lado abrazándolo.

—M-Marcos —sollozó, con mucha vergüenza al saber que lo había encontrado así.

Marcos lo miró, era la primera vez que lo veía sin remera. Y no le gustó lo que vio, no le gustaron las cicatrices (se estremeció al notar una que se parecía mucho a un corte con un cuchillo) que vio surcando el hermoso cuerpo de Enzo.

—¿Quién te hizo esto? —le preguntó.

Enzo negó con la cabeza, mientras intentaba limpiarse las lágrimas.

—Enzo —lo llamó Marcos—. Decime quién te lastimó así —susurró, acariciando lentamente algunas cicatrices. Enzo se apartó, y Marcos asintió—. Perdón. ¿Quién fue, bonito? ¿Mmmh? —Tuvo un horrible pensamiento que no pudo descartar—. ¿Fue Scocco?

La sola mención del nombre hizo que Enzo empezara a temblar e intentara con desesperación limpiarse las lágrimas.

Y eso le confirmó a Marcos quién fue.

—Lo mato, te juro que lo mato —dijo mientras empezaba a levantarse.

—No —le rogó Enzo, agarrando su brazo—. No hagas nada, Mar, no... —rogó.

—Enzo, te lastimó —dijo Marcos. Para él eso explicaba todo. Enzo sólo se encogió de hombros.

—¿Y qué? Ya está —susurró.

—No, no está nada. ¿PRETENDÉS QUE ME ENTERE DE ESTO Y...? —No quería gritarle pero no se pudo contener. Al instante supo que fue su peor error, al ver el miedo en los ojos de Enzo y cómo empezaba a temblar.

Empezó a hablar como si Scocco estuviera allí:

—No, n-no hice nada, por favor, por favor, Nacho. Por f-favor, no me lastimes... NO, NOOO.

El último "no", fue terminado con un grito de dolor que hizo que a Marcos se le pusiera la piel de pollo de tan terrorífico que fue. ¿Tanto había sufrido Enzo y él recién se enteraba?

Lo abrazó, no pudo hacer otra cosa.

Ayudándote |Marenzo|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora