4. Descubrimiento

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De normal Coral nunca le había prestado mucha tensión a la ermita, una de tantas, bueno, realmente nunca le había prestado atención a ninguna de las arquitecturas que decoraban su vecindario, pero esta, ahora, le parecía imponente, impenetrable y algo lúgubre.

- ¿Quién fue el cerebrito que dijo venir por la noche? -reclamó Adassa.

Tampoco ayudaba que por la colina bajase la bruma, y menos el vivir en un pueblo en el que de noche reinaba el silencio.

- Era lo mejor, así no llamaremos la atención -respondió Coral.

- Sí, seguro, cuatro adolescentes a oscuras colándose en la ermita.

- Somos cinco -le corrigió Imobach.

- Ahhh, si, es que me olvido de contarla -no le dio importancia, se centró en mirar intensamente a la castaña.

- De día seríamos más visibles, más... culpables.

- A mí me parece bien -aportó Yûsuke.

- Pues ya está, nada más sea dicho. ¿Vamos?

Atravesaron la plaza con Coral a la cabeza. Su equipo no era el mejor de todos, una linterna de potencia media que había conseguido Teresa de la caja de herramientas de su abuelo, sumada a las otras linternas de los móviles, un cargador portátil por si acaso, lo que sea que llevase Adassa en la maleta y abrigos.

- No sé qué esperan, es una estructura de unos ocho metros cuadrados. No vamos a ver nada -se quejó de nuevo la morena.

- ¿Por qué has venido? -le respondió de nuevo el del pelo liso y el tupido flequillo. Por suerte, para su fan número 1 era igual de directo que en el manga, pero sin el mal humor...

- Por el placer de la diversión -envío de nuevo un mensaje contradictorio.

Imobach fue quien abrió las puertas, y quién las cerró de nuevo cuando pasaron todos. Entre tantas ofrendas de flores no había mucho espacio sin que se rozaran, cosa que alguien aprovechó.

- Cuidado. Algunas ermitas datan del siglo XVII -anticipó Imobach-. Desconozco si el resto de decoración lo es.

- Sí, pillar tétanos no sería nada agradable, aunque mi sistema inmune lo aguantaría -dijo Teresa con una sonrisilla socarrona.

Nadie respondió, ¿era una cosa de la que estar orgullosa? No sabían qué responder. Apartaron las plantas, lo que inevitablemente levantó el polvo acumulado por días, quizás semanas, y degeneró en un ataque de estornudos de la deportista.

- Hay algunas idénticas, están marchitas casi todas, pero la maceta es igual, constante -negra y de plástico. A Yûsuke le había llamado la atención.

- Sí, y aunque mustias parecen ser las mismas -Teresa recordaba haberlas visto en algún lugar-. Está parece ser la más "nueva", llevará unas tres semanas cómo mínimo.

La reacción al polvo le había hecho tener a Coral los ojos lacrimosos, la nariz taponada y las manos casi bobas, el pañuelito cayó al suelo y, si no fuera por qué no quería dejar su ADN impregnando en el lugar, lo recogió.

- ¿Y esto?

Aún con la visión borrosa pudo discernir algo entre el altar y el retablo, algo en el suelo

- Deja ver -Adassa la apartó-. No hay nada -interpuso su pie delante de la irregularidad del suelo. No quería reconocer que habían tenido razón, a pesar de haber sido la primera en apuntarse.

- Sí, mira. ¿Lo ves? -se llegó a preguntar si realmente no había nada y era producto de la alergia, pero igualmente siguió apuntando a dónde creía había algo.

Tu entropía: Expedientes anónimos || TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora