13. Conocer

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Otra vez esa sensación.

Cada vez era más frecuente y menos evitable. Le disgustaba estar así. Coral no se sentía así por no saber qué haría o cómo actuaría esa desconocida, no, que pensándolo bien, sí que le daba algo de miedo, ¿era agresiva?, ¿le, les haría algo?, ¿moriría y la llorarían?; No, lo que la aterraba aún más era mirar atrás y ver sus caras de desprecio, incriminándola, culpándola, por inútil.

La noticia correría de boca en boca, a espaldas de ella, y se quedaría sola, bueno, con su hermano, él siempre estaba ahí, por algo sus padres habían tenido uno tras el otro. Siempre se hicieron compañía durante las ausencias de sus padres.

Su cuerpo respondió, se puso al frente. Era lo que debía de hacer, lo que esperaban de ella, lo mínimo. Habló.

- ¿Quién eres?

- Eso debería preguntar yo. Esta es mi cueva, mi casa. Y se saluda primero, niñata.

Tenía el pelo largo, gris y blanco y muy alborotado -mucho más que el de Teresa-, pero recogido con una pinza para el pelo. No superaba el metro cincuenta pero con el mal humor que destilaba, parecía poder con todos ellos.

- Ha sido usted quién se metió en la conversación primero, nosotros hablábamos tranquilos.

Respondió Imobach poniéndose al nivel de su hermana y sin apartar la mirada de la vieja señora. Pero Coral tiró de su brazo hacia atrás, haciéndole perder el contacto.

- Calla, no la cabrees -le rechistó muy entre dientes. Pensó si el llevar tanto tiempo sin ligar le había dejado un agujero en la cabeza a su hermano-. Verdad, disculpe.

- Este me cae bien -la doña ignoró la excusa de Coral-. Pareces menos machango.

- Sí, muy bonito todo. Aparte señora, -la influencia de Teresa en Adassa le había hecho evitar la palabra "vieja" o "vejestorio", no al menos a la cara-, tenemos dinero que conseguir.

- ¿Se han junatado hoy todos los pajizos? Esta es mi casa, niñata. ¡No vas a pasar! -rugió airadamente hasta que se le rompió la voz.

Desde luego no parecía mentir. Hasta donde alcanzaba la vista, las paredes polvorientas estaban adornadas con largas telas que las hacían parecer más acogedoras, un asiento algo rústico, un colchón a ras del suelo, varios bernegales, calderos alrededor de un hornillo y, más allá, interrumpiendo la oscuridad, varias velas adornando la estampa de una virgen. Más tarde, gracias a la grabación de Adassa, Teresa sabría que era nuestra señora de Coromoto.

- Es ella a quién buscamos. -Afirmó con inquietud Yuusuke-. Los ruidos eran ella. Es una cueva, húmeda y fría, de normal su voz es ronca. Es ella.

- ¿Qué tontería buscaban, niñatos? El sifrino tiene razón. Estoy sola aquí.

- Pero no puede ser...

Las manos de Coral se movieron por iniciativa propia, ánimo a los demás a acercarse, hicieron corrillo.

- Aquí, ella sola, es una señora mayor, débil. Necesitará ayuda...

- Eso lo necesitarás tú, maleducada. Yo estoy bien sola -las palabras hicieron sonrojar a las castaña.

- Tiene sentido Coco, ¿porqué si no todo esto? -señaló al pequeño hogar con la mano abierta.

Apartó la mirada, era algo increíble para ella, cómo podía alguien vivir así. Se encontró de frente con Yuusuke, el cual asintió seguro de sí, nada más de lo que había visto indicaba otra respuesta.

- ¿Y la coneja de ahí atrás? -indicó la doña con la punta de la barbilla.

Con las manos recogidas en su pecho, en forma de puño y el pulgar entre el índice y el dedo medio, cómo intentando protegerse, Teresa salió del resguardo de las espaldas de sus amigos. Sonrió por compromiso y por miedo.

Tu entropía: Expedientes anónimos || TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora