21. Tiempo

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A las piernas de Imobach no les costó mucho esfuerzo estirarse para conseguir pisar solo las rayas blancas del paso de peatones. Era algo que acostumbraba a hacer, y de camino a la finca Campoamor habían varios. 

Le abrió la puerta don Domingo, quién no le quitó el ojo de encima en toda la estancia, aunque cuando entró a la habitación de las chicas le resultó más difícil, solo escuchó a los adolescentes, sabía que la última pareja de Imobach fue hombre pero eso no significaba que podía bajar la guardia.

- ¿Cómo estás? -preguntó el castaño.

- Algo inquieta. -la sinceridad de Teresa pilló desprevenido al chico.- Cuando te percatas de la lentitud del tiempo terrenal nada te interesa.

- ¿Entonces por qué no ha visitado el asentamiento de los hermanos impíos? -Imobach no podía negar que seguir ese papel, que a veces dominaba a la rubia, le divertía.

- Porqué la emperatriz rosa, habría rechazado mi entrada, cómo lo hace con las cebollas o las arañas. O el estampado de animal, aunque con eso estoy a favor.

- ¿Habría? -se sentó en la cama, pidiendo permiso previo con los ojos, ahuecó las piernas, su cuerpo formaba un rombo desigual, y se inclinó hacia delante.

- Me habló justo ahora. Pero solo hemos quedado.

- Ya, mejor en persona. -aseguró, a lo que ella asintió.- Creo que mi trabajo ha sido nulo entonces.

Era un comienzo para arreglar las cosas, y se alegraba que su hermana tuviese el coraje para hacerlo por sí sola, pero si era sincero consigo mismo, le hubiese gustado visitar antes a la chica y hablar.

- No te creas, fue un tiempo de pensar para las dos y tú la cuidaste mientras. Volveremos a hablar, solo ha sido un parón para recapacitar e intentar comprender a la otra, no supimos leernos. Además, no tomes en cuenta a alguien que está dolido, las emociones son momentáneas y es difícil dominar tu boca, preocúpate si lo hacen en sus cabales.

- Qué madurez. -si obviaba las fantasías por las que se solía dejar llevar, sin duda, la consideraba una persona con la que poder hablar por horas.- No pierdas esa sensatez, aunque la hayas adquirido por... aquello.

No supo pensar lo suficientemente rápido cómo para buscar un símil decorado con el que hacer respecto a sus primeros años.

- No lo haré -le guiñó el ojo, era una promesa.

- Ehm, he de irme, no quiero molestar.

Imobach se levantó cómo si tuviera un resorte en las piernas o polvos pica-pica en el cuello. Se llevó el dorso de la mano a la boca y caminó. Inspiró lento.

- Acabas de llegar. ¿No quieres un café solo? ¿O almendras? 

- Me arriesgo a molestar y debería estar viendo por quinta vez El ministerio del tiempo.

- Espera, al menos te dejo este, -tomó un libro de la inmensa estantería, desorganizada y a punto de ceder-, ¿has oído hablar de Ochate?

Teresa ojeó el reverso del libro, pareció no percatarse del uso que tenía, las esquinas ya no tenían punta y las capas se habían levantado. Cuando levantó la mirada sonrió, el chico había vuelto sobre sus pasos y era todo oídos, se acercó lo suficiente a ella, cómo para ver por encima del hombro, estaba totalmente centrado en leer la página, sin embargo, ella no fue capaz de leer más de seis líneas seguidas, cada vez que lo intentaba algunos pensamientos vergonzosos se le pasaban por la cabeza y volvía a empezar.




Al salir, Imobach reanudó inconscientemente su reto, solo pisar las rayas blancas, mientras, se distrajo organizando el día siguiente. No advirtió a Adassa.

Tu entropía: Expedientes anónimos || TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora