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Enzo

Le lancé mis llaves a Esteban.

— Tuve un quilombo hace rato pero nada fuera de lo común.

Esteban se rascó la cabeza y miró el auto mientras Agustín, un cabeza hueca con muchos músculos, usaba un soldador detrás de él.

— ¿Quién fue?

— Rocco — examiné las filas de autos, las pilas de piezas y al par de mecánicos sucios.

Esteban escupió en el suelo de cemento oscuro.

— ¡Mierda! Fui al casamiento de su hermana hace dos meses.

— Una verdadera lástima — me volví hacia los juegos de llaves a lo largo de la pared del desguace mientras Agus volvía a trabajar con la soldadora — ¿Mi Audi está listo?

— Sí, la llave está en el gancho.

— ¿Todo donde tiene que estar?

— Preparado y cargado en el baúl, como de costumbre — se estaba refiriendo a la pequeña armería que guardaba en mi auto.

Esteban y yo teníamos una larga historia, él había estado deshuesando autos, limpiando quilombos y acumulando una armería de primera categoría por el doble de años que yo había sido un asesino a sueldo. Era serio, aunque sumamente cuidadoso y no lo culpaba.

Se sentó en el capó del BMW.

— ¿Debería esperar más entregas?

Tomé la llave que me entregaba.

— No esta noche.

— Supongo que eso es un alivio — sacudió la cabeza — Rocco era leal al viejo de Jota, nunca salió de la línea y si le mandó que apareciera, entonces... — se retorció las manos — Te hace preguntar qué pasará con el resto de nosotros.

Le eché un vistazo por encima del hombro.

— Seguí haciendo autos para el hombre a cargo, quien quiera que sea y te dejarán en paz.

— Sí, supongo que eso es lo correcto — se rascó el mentón — De todos modos, sigo esperando el día que entrés y me cagues de un tiro.

— Esteban si estuvieras en mi lista, te aseguro que nunca me verías venir.

Asintió con la resignación en sus hombros hundidos.

— Tenés razón, Enzito.

— Hasta la próxima — dejé la tienda mohosa, la puerta mugrienta abriéndose al aire frío de la noche.

En lugar de sentirme rejuvenecido, mi necesidad de dormir se cerró a mi alrededor. Los días de guerra civil y derramamiento de sangre, aunque eran buenos para los negocios, habían cobrado su precio.

Mi celular sonó con un mensaje entrante y caminé por el pequeño estacionamiento al lado del indescriptible almacén cuando cayó la nieve. La temperatura había bajado lo suficiente para que cuajase, aunque ninguna cantidad de nieve podría cubrir la suciedad que me cubría, el desguace, o la ciudad.

Me metí en el asiento del conductor y pulsé el botón de encendido haciendo que el auto cobre vida con un ronroneo mientras sacaba mi teléfono del bolsillo. Tal vez le había mentido a Esteban y capaz había más asesinatos que hacer antes que saliera el sol.

Suspiré y abrí el mensaje:

Jota tiene a tu pibe: Villa 31, Calle Mapuches Y B, casa grande con rejas amarillas en el sótano.

APURATE

Apreté el celular con tanta fuerza que la pantalla se rompió, "tu pibe" solo podía significar una persona: Matías

Protector ; MatienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora