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Matías

Los ojos de Diego se agrandaron cuando me vio agarrar la lámpara y dio un paso atrás, pero giré la dura base en un arco y le di en la mandíbula. El cable fue arrancado de la pared mientras se tambaleaba hacia atrás y agarraba su arma. Lo balanceé de nuevo, golpeándole la mano y rompiéndole algunos de sus dedos con el impacto. Su grito rasgó el aire, poniendo fin a mi intento de fuga. Incluso a través de los disparos pasando fuera, sus hombres debían haberle oído. Me derribarían en el momento en que se abriera la puerta.

El hombre acunó su mano derecha herida y se lamentó. Saqué su pistola de su funda y la metí detrás de la cama mientras una serie de explosiones resonaban en algún lugar cercano. Las tablas del suelo se sacudieron y las ventanas se movieron. Más disparos, gritos y golpes de pies me dijeron que mi amado había llegado. No podría haber sido cualquier otra cosa.

Apunté con la pistola a mi captor.

— ¡Cerrá el orto! Hijo de puta.

— Puto de mierda, voy a hacer que cada uno de mis hombres te viole. Tu boca, tu culo y cada orificio posible hasta que me supliques que te mate. Estás muerto ¿Enzo? Le voy a hacer mirar toda tu tortura ¡Después haré que se coja tu cuerpo muerto!

Mi agarre se apretó en la lámpara y una rabia como nunca había sentido antes se apoderó de mí como una ola gigantesca. La levanté una vez más, golpeando el metal en la cara de Diego, aplastando su nariz. Sus aullidos se elevaron por encima de los disparos. Me puse de pie y le apunté con el arma a la cabeza, parpadeé.

Agustín se arrodilló frente a mí, su sangre filtrándose en su camisa con los ojos amplios mientras su vida les dejaba. ¿Podía hacerlo de nuevo? ¿Tomar otra vida? ¿Enzo dijo que sería cada vez más fácil, así que por qué me temblaban las manos?

La puerta de la sala se abrió de golpe y me hizo girar el arma. Enzo entró. La sangre corría por un lado de su rostro y sus eran ojos salvajes. Cuando me vió, un ruido ronco se levantó de su garganta y cerró la puerta tras él, saltó por encima de la cama y me tomó en sus brazos. Mi corazón se elevó por encima de la sangre, la muerte, las palabras malas de los hombres crueles. Me sentí en casa.

— Mati — solo una palabra ahogada, su emoción batiendo el aire que nos rodeaba. Me aferré a él, aunque sostenía un brazo fuera, su pistola apuntando la cabeza de Diego. Besó mi frente, mis mejillas y después mis labios — ¿Estás herido?

— No — negué mientras envolvía su brazo alrededor de mi cintura y me levantaba.

— ¿Él...?

— N... no — negué — Iba a hacerlo, pero usé la lámpara.

Apuntó una fuerte patada a las costillas de mi captor.

Diego gritó y se enroscó en posición fetal.

Uno de los lados del labio de mi amado se curvó hacia arriba.

— Espinas, no tuvo cuidado con las espinas.

Unos pasos sonaron por el pasillo, seguido de disparos rápidos y golpes fuertes.

— ¿Hay alguien aquí con vida? — la voz de Rafa llenó el silencio dejado por los disparos — Así lo cago bien a balazos.

— Hijo de...

El estallido de los disparos terminó la diatriba del único sobreviviente.

Enzo giró su cabeza y gritó:

— ¡El dormitorio de la izquierda! — Sacó el acolchado de la cama y la envolvió alrededor de mis hombros, luego me llevó a su pecho de nuevo. Llevaba un chaleco antibalas debajo de su camisa, gracias a Dios.

La puerta se abrió, y Rafa se acercó con una sonrisa del gato de Cheshire en su rostro mientras observaba a Diego gimiendo.

— ¿Qué? ¿No hay tijeras esta vez?

— La lámpara. — Moví mi mentón hacia lo que quedaba de ella.

— ¡Wow! A la mierda — se rió y presionó su espalda contra la pared — ¿Golpeaste al temible Diego, el mayor jefe del crimen de todo Buenos Aires, con una lámpara? — Giró su cabeza hacia la puerta —. Si Enzo no te tuviera, definitivamente tendríamos sexo salvaje y una hermosa familia.

El pecho del pelinegro vibró con algo parecido a un gruñido.

— Dije que es tuyo, amigo ¡Relax! — dijo Rafa mientras se encargaba de recargar tanto la pistola que tenía en la mano como las dos ocultas bajo su abrigo.

Todavía tenía el arma de Diego en mi mano. El implacable acero trajo malos recuerdos junto con una extraña sensación de calma. Podía defenderme. Nadie me haría daño.

— ¿Cómo está el lugar? — mi protector me mantuvo cerca.

Rafa hizo un gesto hacia la sala donde está la televisión.

— Algunos están encerrados en la sala de grabación, incluyendo a Jota. — Se acercó a Diego y le dió con la punta del pie en las costillas — Qué casualidad verte acá. Enzito ¿harás los honores?

Mi amado asintió.

— Podría.

— ¡Esperá! — Diego levantó sus manos ensangrentadas — Si me matás, mis hombres te perseguirán toda tu puta vida.

— ¿Tus hombres? — Enzo se rió, el sonido se deslizaba como la melaza oscura a través de mi mente — ¿Los que cayeron en la puerta? ¿Los que acuchillamos fuera? ¿Los que están llenos de plomo en tu camino de entrada? ¿Quizás los hombres en pedazos afuera de tu entrada?

Las manos de Diego se sacudieron e hizo ruidos lamentables.

— No hagas esto.

Vos hiciste esto en el momento en que pusiste precio a su cabeza. — Enzo me colocó atrás de su espalda y le dio una patada al hombre de nuevo. — Cuando pensaste que podías tocarlo — otra patada, éste puntuó por los sonidos que tenían que ser costillas rompiéndose — ¡Cuando trataste de violarlo! — Otro golpe —. Te irás de la manera fácil, quería hacértelo lentamente y hacer que te doliera. Hacerte pagar cada cosa por la que lo hiciste pasar, pero eso lo dejaré para Jota.

— Su medio hermano — mi voz tembló a pesar de que mis manos habían dejado de temblar — Jota es su medio hermano, por eso es que me quería muerto y por qué contrató a Paula. Quería proteger a su familia.

Enzo dirigió una mirada por encima de su hombro hacia mí y levantó sus cejas en sorpresa.

— Déjame ser el primero en felicitarte por tu hermanito psicópata de allí, Dieguito — Rafa se asomó al pasillo de nuevo — Un trabajo bien hecho.

Enzo se volvió hacia Diego y se arrodilló, el miedo en los ojos del hombre era como un bálsamo para mi alma maltratada. El karma se acercaba con rapidez y en la forma de mi propio ángel de la muerte. ¿Así se sentía la sed de venganza?

— Quiero que sepas que tengo la intención de cuidar bien de Jota. Ojo por ojo. El tiempo que no pude pasar con vos, lo voy a pasar con él.

Los ojos de Diego se abrieron y respiró largamente gorgoteando. Se las arregló para dejar salir una sola nota de un grito antes que Enzo apretase el gatillo.

Protector ; MatienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora