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Matías

Verlo irse casi me rompió. Me incliné contra la puerta principal con los brazos cruzados sobre mi pecho mientras las nubes rodaban por el cielo, y el sol empezaba a caer tras los pinos. Las luces traseras desaparecieron entre los árboles. No cayeron más lágrimas. No porque no estuviera triste (realmente lo estaba), pero había aceptado que no había más opción que el plan de Enzo.

Un rugido distante de truenos inundó el bosque mientras el viento empezaba a arreciar. Los matorrales a lo largo del camino se sacudieron cuando una ráfaga pasó. Me había olvidado de mis trampas. Habían estado fuera casi un día. No íbamos a tener oportunidad de comer la cena que estaba planeando, pero no podía dejar a los animales atrapados ahí afuera para que murieran si podía salvarlos. Abrí la puerta y agarré mi abrigo azul marino del perchero antes de ir al bosque.

Me tomó cerca de quince minutos encontrar la primera trampa, para ese momento grandes gotas de lluvia fría empezaban a caer. El nudo corredizo estaba vacío pero la mermelada de durazno no estaba y mi activador no había sido lo suficientemente sensible, o tal vez el animal no era tan grande para activar la trampa. Agarré la vara y la trampa saltó, el nudo colgaba inofensivo desde la parte superior de la rama.

Una fría gota aterrizó en mi nuca y se escurrió bajo mi cuello. Me estremecí y subí por el camino hasta que encontré la segunda trampa. Una gran liebre colgaba de la rama, dando vueltas ligeramente con el viento y el nudo estaba alrededor de una de sus patas peludas. Comenzó a patear furiosamente mientras me acercaba, rebotando en la rama hasta que parecía casi cómico.

— Esperá, voy a liberarte — me acerqué y tomé sus largas orejas. Pateó, pero logré agarrar una de las sedosas orejas y luego enredé mi dedo índice alrededor de la otra para tener un fuerte agarre. Aunque era un conejo, tenía suficiente fuerza en sus patas traseras para rasparme si no era cuidadoso. — No me muerdas, no me arañes, y nos llevaremos bien. — Tomé su pierna atada, la estabilicé y moví mis dedos sobre el nudo. Después de unos tirones, el nudo se aflojó y el conejo se liberó.

Lo dejé en el suelo y rebotó bajo un arbusto, otro trueno enfatizó la huida del conejo y las grandes gotas se convirtieron en una lluvia continua, y me di vuelta para volver a la cabaña.

Grité y me congelé.

— Hola, cariño — una mujer con cabello oscuro, mandíbula afilada y una sonrisa retorcida estaba frente a mí con un paraguas en una mano y un arma en la otra, apuntándome directamente.

— ¿Paula, supongo? — media cerca de un metro sesenta, y tenía una voz aguda que me hacía rechinar los dientes.

— ¿Soy conocida? Me gusta eso. Conozco a alguien que está ansioso por volver a encontrarse con vos.

— ¿Jota? — miré la trampa, donde la afilada estaca permanecía enterrada en el suelo, si podía llegar a esta y liberarla, tendría un arma.

— Acertaste. — Miró la estaca — No lo haría si fuera vos. Estarías muerto antes de tener una oportunidad.

Mi cuerpo se enfrió, ya fuera por la lluvia o por Paula, no lo sabía. Miré el cañón del arma. Una vez había leído un artículo, que decía que los recuerdos de las víctimas fallaban a menudo, cuando se trataba de identificar a asaltantes, principalmente porque la víctima no podía concentrarse en nada más que el arma.

Parecía verdad mientras estaba de pie en la helada lluvia y miraba el oscuro cañón. El negro en el centro se comía todo alrededor y sabía que una bala con mi nombre estaba esperando en la recámara.

— Vamos — sonrió — Sabés, por lo general te daría la opción entre dispararte acá mismo o llevarte a quien sea que te quiera vivo o muerto ¿Pero vos? — Se lamió sus delgados labios. — El dinero es demasiado bueno como para dejar tu cuerpo en este bosque, Bayona se divertirá con vos.

Aparté mi mirada del cañón y me concentré en las fosas sin fondo de sus ojos.

— Lo mataré.

Se rió, el sonido era sibilante, aunque su mano armada permaneció tenebrosamente firme.

— Pagaría por verlo. — La risa murió en su garganta —. Vamos — movió el arma, haciendo un gesto para que avanzara primero.

Traté de calmar el ritmo de mi corazón y buscar una salida mientras pasaba a su lado. Mis zapatillas se deslizaron en las húmedas agujas de pino por un momento antes de estabilizarme.

— Ahora mismo estás pensando que podés escapar, no lo hagas. Te dispararé incluso antes que salgas de la línea de árboles. También estás pensando en tratar de escapar después, tal vez cuando te tenga en el auto, o tal vez cuando te lleve con Bayona. — Su voz tenía la misma cualidad muerta que sus ojos. — Tampoco lo lograrás, pero adelante aférrate a la esperanza, es lo natural.

Mientras me paraba sobre una rama, se me ocurrió que tal vez había dejado mi navaja en el bolsillo del abrigo que me había puesto. Me concentré en el bolsillo de mi cadera, esperando sentir el peso de la navaja

Peso, peso, peso. Ahí. Lo sentí, mi piel registró el peso del metal. No era mucho comparado con el arma a mi espalda, pero la navaja era algo y sólo debía esperar mi oportunidad. Mantuvo el ritmo detrás de mí, la lluvia golpeaba contra su paraguas mientras me seguía, pisándome los talones.

— ¿Cómo nos encontraste?

— ¿Importa? Caminá más rápido.

— Sólo tengo curiosidad — mordí mi labio — Enzo dijo que eras buena.

— ¿En serio?, ¿eh? — resopló, un sonido horrible — Soy mejor que él, eso seguro. Lo único que tuve que hacer fue poner vigilantes en las carreteras. Cuando condujo esa camioneta robada, fuera de este bosque en medio de la nada esta mañana, uno de mis chicos lo vio y no se necesitó mucho para descubrir todo desde ahí. ¿Dónde está Enzo, por cierto? La cabaña estaba vacía.

Si no sabía el paradero del pelinegro, entonces tal vez él todavía tenía oportunidad de escaparse. Fui por el premio Óscar de actuación, usando un tono marcado de amargura en mis palabras:
— Es un hijo de puta, decidió volverse con Rafa y dejarme.

Se rió, la satisfacción rodando en su lengua.

— Suena como algo que haría Enzo. Siempre supe que era un verdadero cagón.

— Rafa lo convenció que, si me matabas, entonces el problema se resolvía y Enzo podría volver con tu jefe.

— ¿Ah sí?

— Se llevaron todas las armas y la comida, además me dijeron que pronto estarías acá.

— ¿Por qué no huiste?

Me paré sobre un tronco caído cuando la cabaña apareció a la vista y la camioneta no estaba ahí, gracias a Dios. Enzo y Rafa no serían tomados con la guardia baja por Paula

Me encogí de hombros.

— No tenía a dónde más ir, ni auto, ni salida.

— Una pequeña presa esperando. — Su tono de satisfacción me recordó a un gato lamiéndose el bigote. — Gracias por esperarme, el dinero por tu cabeza va a pavimentar mi futuro con oro, cariño. Pero no te preocupés. Encontraré a Enzo y le llevaré su cabeza a Diego. Incluso preguntaré si puedo llevar la de Rafa sólo por diversión. ¿Ves? No soy tan mala — su risa jadeante hizo que cerrara mis manos.

Cruzamos el lodoso camino frente a la cabaña y subimos al pequeño porche, era ahora o nunca.

— Me estoy congelando. — Temblé, metí las manos en mis bolsillos y tomé mi navaja. Mis dedos helados apenas y pudieron sentir el mango e intentar sacar la hoja con mi pulgar.

— Ah, ah, ah — chasqueó Paula a mis espaldas — Hay una razón por la que soy la mejor, cariño. — Agarró mi brazo y un puñado de mi cabello, luego presionó mi rostro contra la pared de troncos. Me derrumbé y caí de espaldas mientras sacaba un pañuelo de su abrigo.

Traté de arrastrarme lejos de ella. Me miró sonriendo. Me alejé un par de metros antes que se arrodillara frente a mí y presionara el pañuelo en mi rostro. El olor a antiséptico penetró mis pulmones y mis ojos se cerraron, a pesar de que luché por permanecer despierto.

— Dulces sueños, cariño.

Protector ; MatienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora