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Enzo

— ¿Cuántas balas tiene? — Abrí el cargador extendido de la ametralladora y lo inspeccioné.

— Esta tiene cincuenta balas. Los policías tienen de éstas con capacidad de treinta, pero mi amigo del sur hizo ésta especialmente para mí.

Inspeccioné el montón de armas colocadas en una habitación trasera del taller de Esteban. Rafa comprobó repetidamente los cargadores de una serie de 9mm. El estruendo de armas rebotando en los mohosos ladrillos de cenizas era lo suficientemente alto para aplastar el chirrido de una llave inglesa fuera

— Guardá todo. Es hora de irnos. — La piel a lo largo del dorso de mis manos picaba mientras martillaba la ametralladora, cargando el arma y probando la sensación de tenerla en mis manos. Rafael embolsó las otras cosas que había conseguido.

Si este arsenal no conseguía hacer el trabajo, nada lo haría.

— Tu auto está en el estacionamiento. Recibí una llamada sobre que estaba estacionado detrás de esa florería y envié a la grúa para traerlo. Lo reparé completamente. — Sacó algunas cajas más de munición de un armario metálico. — Preguntaría por qué necesitas todo esto... — pasó sus dedos manchados de grasa sobre las armas — pero me temo que no me gustará la respuesta.

— Seguro que no. — Tenía la intención de matar hasta la última cucaracha que rodeaba a Diego una vez que el tiroteo comenzara. Derramaría suficiente sangre como para garantizar que nadie volviera a buscar a Matías. Simplemente no tendrían la suficiente cantidad de gente. No después que terminara con ellos.

Esteban se rascó la cara y me dio una dura mirada.

— No creo que vaya a verte de nuevo.

— Altamente improbable. — Metí una pequeña glock en la parte de atrás de la cintura de mi pantalón, luego me agaché y até un cuchillo alrededor de cada tobillo.

— ¿Sabes lo qué estás haciendo?

Me levanté y di golpecitos en el cañón de la ametralladora.

— Si, que es el trabajo final, ¿eso?

Esteban arrugó su nariz.

— Sabés lo que quiero decir...

— Tenemos un plan, uno verdaderamente heroico, que termina con uno de nosotros con la chota húmeda. — Rafa colocaba granadas aturdidoras en una bolsa verde oscuro —. Con suerte, voy a ser yo.

— Rafael — flexioné las manos, ignorando la quemazón mientras imaginaba envolverlas alrededor de su garganta — No hablés así de él.

— Calmate. — Me dio una palmada en la espalda y tomó una granada explosiva — Solo estoy jodiendo... a menos que él me elija y entonces las apuestas están... ― Se agachó cuando me giré hacia él y logró escapar por la puerta.

— Imbécil. — Cerré la bolsa y me la colgué sobre el hombro.

— Diego no es tonto. Sabrá que vas a ir por él —. Esteban siempre sabía más de lo que parecía. Pero su tono sombrío no hacía nada para tranquilizar mi necesidad de destruir a cualquiera que se atreviera a dañar a Mati. Él insistió. — No estoy jodiendo amigo, van a estar esperándote.

— Estoy contando con eso. — Rodé los hombros, asegurándome que mi chaleco sería capaz de moverse conmigo una vez que la mierda se pusiera espeluznante.

Preferiría no llevar uno, ya que me ralentizan. Pero para tener una oportunidad de llegar hasta mi amado tendría que tomar la precaución. Esteban se pasó su grasiento pañuelo sobre las gotas de sudor sobre su ceño.

— Y sé que no tengo que decir esto, pero si te capturan, no conseguiste nada de...

— No conseguí las armas de vos, lo tengo claro amigo — asintió.

— Sé que no sos un buchón...

— Muerte antes que deshonor. — Había vivido por esas palabras durante muchos años pero me deshonrare felizmente si eso significaba que el amor de mi vida siguiera respirando. — Tomá. — Agarré los billetes de mi bolsillo y se los dí a mi amigo — Quedate el cambio, ya tenemos que irnos. — Cada momento que pasaba lejos de Mati abría una nueva herida.

Tomó el dinero y se lo metió en su uniforme sucio.

— Es agradable hacer negocios con vos, pero habría sido mejor no hacerlos.

— Estoy comenzando a sospechar que puede que me extrañes mucho — me giré y entré en la ruidosa tienda. Nadie levantó la mirada de sus neumáticos o sopletes, la curiosidad era una pena de muerte en esta línea de trabajo.

— ¿Extrañar a un boludo que me trae autos llenos de mugre y balas? Claro que no — chilló a mi espalda —. Pero, de todos modos, cuidate Kukito.

— Vos también cuidate Enzito. — Sonreí y tomé mis llaves de la mesa sucia junto a la puerta.

Bautista permaneció afuera fumando, su humo blanco se alzaba al cielo a pesar de la lluvia. Me apresuré a su lado, cada paso llevándome más cerca de mí enamorado.

Caminamos hasta el Audi en el fondo del estacionamiento.

— ¿Estás preparado para esto? — Pulsé el botón para abrir el maletero.

— Tan preparado como lo estuve para el examen de próstata del año pasado. — Lanzó la colilla a un charco de aceite, la superficie brilló pero no ardió. — Un poco de preocupación por el proceso pero extrañamente satisfecho en el fondo.

Gruñí y metí las armas en el maletero.

— Puede que te dispare incluso antes de que lleguemos a la casa de Diego.

— No mufes.

— Metete en el auto — me hundí en el asiento del conductor. El auto arrancó con un murmullo mientras mi mejor amigo cerraba su puerta y me adentré en el tráfico.

— Necesito que me prometas una cosa.

— ¿Sí? — Sacó un cigarrillo nuevo.

Lo golpeé en la parte trasera de la cabeza.

— No fumés en mi auto.

— ¡Eu! — Me miró, pero volvió a dejar el cigarrillo en el paquete — Está bien, prometo que no voy a fumar en tu auto.

Sería tan fácil apretar el gatillo y lanzar su cuerpo en el tráfico.

— Lo que en verdad quiero que me prometas es que, si ves una oportunidad para sacar a Matías, hacelo. No importa si aún estoy ahí. No intentes ser un héroe conmigo. No tengo ilusiones sobre cómo va a terminar esto para mí.

— ¡Gracias por las hermosas palabras de ánimo! — Aplaudió lentamente —. Obvio ahora me siento mucho mejor respecto a esta pequeña misión de rescate.

Apreté los dientes. Tal vez era algo bueno que tuviera las manos quemadas debido a que evitaba que le pegara.

— Solo prometelo.

Volvió a sacar el cigarrillo del paquete y se lo puso entre los labios, pero no hizo ningún movimiento para encenderlo.

— Lo sacaré. Incluso si estás chillando como una putita para que te salve, en su lugar lo voy a salvar a él. ¿Feliz?

Giré hacia la autopista.

— Necesito que cumplas con tu palabra.

— Sos un puto dolor de cabeza...

— Necesito tu promesa.

Suspiró

— Lo prometo.

— Bien. — Nos asentamos en un silencio mientras los kilómetros entre nosotros y nuestros enemigos se reducían.

Había tomado todas las decisiones equivocadas antes de encontrar a mi rosa con espinas y merecía la muerte más que la mayoría. Estaba viniendo por mí, mi cuerpo vibraba a una frecuencia que terminaba. Pero acumularía tantas vidas como pudiese antes de renunciar a la mía.

Matar por Matías era fácil, morir por él era fácil pero lo que quería más que nada, vivir por Mati, había resultado imposible.

Protector ; MatienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora