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Enzo

— ¿Pensás que simplemente va a cabalgar hacia el atardecer sin oponer resistencia? — Rafa tomó una calada de su cigarrillo y soltó el humo en un delgado hilo.

— Ese es el plan. — No estaba ansioso por dejarlo ir. Pertenecía a mi lado. Sabía eso, tan seguro como sabía que tenía que responder por las doscientas setenta y ocho vidas que había tomado, cuando llegara mi hora. Pero Matías no podía vivir con una amenaza cerniéndose sobre el, una amenaza que yo había puesto ahí. Nunca podría estar lejos de él. Incluso ahora, ansiaba el olor de su piel, la suave cadencia de su voz.

— Sólo digo que, ¿todo ese asunto de la damisela en apuros? — se encogió de hombros — No parece ser de ese tipo.

— ¿Qué querés decir? — Cambié de dirección para evitar un charco de lodo, la cabaña apareció entre los árboles y no había humo subiendo de la chimenea. Qué extraño.

— Tiene agallas. Aquel día en su florería estoy muy seguro que planeaba hacerme percha con una tijera. Eso fue realmente aterrador ¿Y dijiste que hizo bosta a Felipe con la pistola paralizante? Darse la vuelta y correr no parece su estilo.

Sonreí, recordando la mirada en sus ojos cuando lo atrapé con las tijeras y la actitud triunfante después de ayudar a derribar a Felipe. Rafael se rió.

— Por lo general me gusta ver chicas tijereteando, no la herramienta en sí. Pero esa vez... como ya dije, Mati no es de los que huye.

No me preocupé por la forma en que dijo su nombre o la sonrisa en sus labios cuando pensó en él. En cuanto a lo que me concierne, Rafa tenía razón: era un luchador. Pero también era listo. Había usado mi mejor carta cuando le dije que necesitaba saber que estaba a salvo para poder hacer mi trabajo y volver con él. Todo era verdad, excepto por la parte sobre reencontrarme con él después, ya que mi viaje con Paula era sólo de ida. Ambos lo sabíamos y eso no podía cambiar, Diego tenía demasiados hombres a su disposición para salir de ahí con vida, pero moriría mil veces si eso significaba que él conseguiría incluso un día más de vida.

Estacionamos frente a la cabaña y mis vellos se erizaron. No podía descifrar cómo sabía que algo estaba mal. Sólo lo sabía.

— Algo no está bien — toqué mi 9mm.

— Mierda — Rafa apagó su cigarrillo en la consola y agarró su arma — ¿Ves algo? — Miró a través de la lluvia en la ventana y hacia los árboles.

— No, sólo un presentimiento.

— Eso es peor — revisó su arma.

— Voy a mirar adentro. — Abrí mi puerta y me paré sobre las húmedas agujas de pino —. Quedate vigilando acá afuera.

La puerta principal estaba cerrada, pero la casa tenía una sensación de soledad. No había nadie en casa. En lugar de ir por la puerta delantera, rodeé hasta la de atrás. El arroyo fluía, ya desbordándose por las orillas de siempre. Agarré el picaporte.

Giró fácilmente, sin seguro. Mierda. El fuego estaba apagado, y los vegetales y hongos que Mati había recogido más temprano estaban en la mesada de la cocina. Abrí la puerta completamente.

— ¿Amor?

Ninguna respuesta.

— Está despejado acá afuera y no veo una mierda. — Dijo la voz de mi amigo mientras entraba a la cabaña.

No olí el gas hasta que mi pie conectó con el cable en el suelo. Para entonces era demasiado tarde. Cubrí mi rostro con mis brazos mientras el sonido de pesadilla de una explosión se convertía en mi realidad.

Protector ; MatienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora