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Matías

El asesino me mantuvo cerca mientras el auto aceleraba por las calles borrosas de Buenos Aires, además me dolía el rostro y todavía podía saborear el hilo de sangre en mi lengua. El temblor no paró, mi cuerpo estaba repugnado con todo lo que había pasado en las últimas horas, que se sentían como días. Un dolor que quemaba en mi alma y un miedo del que no sabía si podría recuperarme.

— ¿Está vivo? — el conductor giró bruscamente a la izquierda.

— Sí — el asesino pasó sus manos por mi espalda y mi costado, antes de apartarme de él además sus ojos se posaron en mi remera rasgada, luego en mi rostro — Está algo golpeado pero sobrevivirá — se acercó, su fuerte pecho se presionó contra mi tembloroso cuerpo y se sacó la campera — Tomá — el asesino la colocó a mi alrededor, estaba cálida por el calor de su cuerpo y era como un bálsamo en mi piel.

El aroma a aceite de arma, una clase de crema después de afeitar y perfume, me envolvió mientras me volvía a acercar a sus brazos y pude notar el brillo metálico de la pistola en la funda que tenía sobre el hombro.

— Vas a estar bien — metió mi cabeza bajo su barbilla.

No podía hablar, el recuerdo de Jota cortando mi ropa se repetía en mi cabeza al punto que la repugnancia me congeló, enviándome de nuevo a ese oscuro sótano junto con los hijos de puta que querían lastimarme.

— Qué buen gusto tiene Enzo — Jota se lamió los labios y deslizó el cuchillo debajo de la tela de mi remera.

Me clavé las uñas en las palmas y el dolor me recordó que ya no estaba inmovilizado, bueno al menos no por cuerdas. Los brazos del asesino me rodearon rápidamente pero no me daba miedo, de la manera que Jota lo hizo y ahogué un sollozo que trataba de escapar de mi pecho.

— Matías, estás a salvo — me acarició de arriba abajo la espalda con su gran mano — No permitiré que nadie te lastime. Lo juro — su dulce voz me envolvió, acercándome más a él.

Mi mejilla reposaba sobre su pecho y los constantes latidos de su corazón golpeaban mi oído izquierdo. ¿Cuántos corazones habrá detenido hoy?

Mis ojos se ajustaron a la oscuridad y las luces parpadeantes de las calles. Un rojo oscuro apareció a través de su camisa azul, desplazándose desde su hombro.

— Estás sangrando.

— Estoy bien, la bala solo atravesó el hombro.

El conductor se rió.

— Atrapado por ese maldito novato, no estás en forma boludo.

El asesino se movió, presionando sus hombros contra el asiento, pero no relajó su agarre en mí.

— Dejame ir — las palabras salieron en una débil voz que no reconocí. Una de la que pensé que me había desecho hace años.

— No puedo, no todavía — continuó acariciándome la espalda con la mano, en suaves movimientos.

Una calma extraña, cayó sobre mí, aunque mi cuerpo seguía temblando. Este hombre, el que me sostenía tan de cerca, también cargaba con mi destino en sus manos y no podía escapar de él. Su marcado cuerpo y su arma me lo decía, si lo deseaba, me mataría y dejaría de respirar. Sin posibilidad de escapar.

— Matías — tragó, con su manzana de Adán moviéndose — Mirame.

Una lágrima rodó por mi mejilla mientras estiraba mi cabeza para mirarlo a los ojos, cejas oscuras y unas pestañas largas enmarcaban sus ojos mieles. Su rostro parecía de un actor de Hollywood.

Llevó su mano a mi mejilla y me estremecí, pero solo usó su pulgar para limpiar la lagrima.

— No voy a lastimarte y realmente estás más a salvo conmigo que en cualquier otro lugar.

— Por favor, solo dejá que me vaya — no quería estar aquí, rodeado de personas violentas. Solo quería mi cama y mis programas de televisión aburridos además de pasar mis solitarios días creando la ilusión de amor y afecto, a partir de los tallos de rosas y aroma de bebé.

Su mirada viajó de mi cabello a mi mentón y luego hacia el cuello de su campera a mi garganta, como si tratara de memorizar cada curva y línea de mi rostro.

— No puedo, no hasta que todo este desastre se resuelva.

Otra lágrima escapó de mi ojo, la atrapó y corrió suavemente un dedo por el corte en el puente de mi nariz. Hice una mueca.

— No está rota — apretó la mandíbula — ¿Ellos te... ellos te lastimaron en otro lugar?

Sabía qué estaba preguntando.

— Iban a hacerlo, pero... — las palabras se atoraron en mi garganta y negué. Un fantasma con puños ensangrentados y odio en los ojos se adentró en mi mente, se hizo paso por la puerta mientras me encogía en el interior. Rojo saliendo de su herida en el pecho y se desvanecía de nuevo en la neblina de mis recuerdos — Solo quiero irme a casa.

— Si Enzo cree que estás mejor con él, entonces lo estarás — el conductor comenzó a pasar por las estaciones de radio, hasta que se detuvo en una de Pop — En caso que no lo notaras, algunos tipos bastante pesados parecen creer que estás en algo con Enzo. Mejor para vos quedarte con los tipos que tienen las armas que estar afuera esperando por el disparo.

— ¿Por qué?

El conductor suspiró.

— Acabo de decirte...

— No — pongo más fuerza en mi voz — ¿Por qué pensarían que estoy con vos? ― estudié los ojos del asesino, Enzo, pero se mantuvieron impenetrables.

— No importa — no apartó la mirada, me estudiaba como si quisiera descubrir al verdadero yo que ocultaba al mundo. El que había sido golpeado lo suficiente para saber que la mejor manera de permanecer vivo era manteniendo la cabeza baja.

— Es importante para mi — dije desafiante, una característica que creí haber perdido, escapó de mi voz.

Suspiré y el sonido cargaba agotamiento que reflejaba el cansancio que tenía y se estaba apoderando por completo. Mi adrenalina había bajado, y sentía como si pudiera dormir por días. Aún así, no ofreció ninguna explicación, con esos ojos que no parecían de este mundo.

La fatiga llegó a mí como una ola y me hundí más en él, deslizó sus manos alrededor de mí una vez más, abrazándome con cálidos brazos de hierro.

Me salvó de Jota, solo para encerrarme en un tipo de carcel diferente ya que no era libre, pero por alguna razón le creía cuando decía que no me lastimaría. Cerré los ojos e inhalé su aroma, por el momento estaba a salvo en los brazos de un asesino.

Protector ; MatienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora