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Enzo

Matías descansó apoyado en mí, sus respiraciones relajadas, calmaban la furia que ardía en mi interior. Olía a algo de su tienda de flores, ligero y dulce. Ni siquiera lo que pasó en ese sótano de mierda lo empañaba.

Jota le había dado dos golpes y casi le rompió la nariz pero no hizo más, no tuvo la oportunidad gracias a mi mejor amigo. Estaba en deuda con Rafael por esto y mucho más.

Su grito aterrorizado sonaba en mi cabeza debido a que la culpa trataba de surgir, el sentimiento tan extraño había sido una cosa irreconocible para mí. ¿Cuántos hombres había matado? había perdido la cuenta hace tiempo y el remordimiento nunca llegaba, no me importaba a cuántos padres, hijos y hermanos llevase a su sangriento final.

Pero con Matías las cosas eran diferentes, él era mi daño colateral, una víctima de la muerte y destrucción que siempre me seguía al despertar. Su sufrimiento me sorprendió, me desnudó hasta lo más profundo y se burló de los restos de mi alma.

Tembló de nuevo con un violento estremecimiento, presioné mis labios en su cabello y lo sostuve, deseando poder quitarle esos oscuros recuerdos y simplemente agregarlos a mi colección. Lo que fuera que el viejo le hizo, sería una pequeña astilla en la esquina de mi habitación llena de trofeos sangrientos.

— ¿A dónde vamos? ¿Qué vas a hacer con él? — Rafa aceleró, pasando negocios oscurecidos y paredes de ladrillo cubiertas con grafitis.

No podía llevarlo al lugar de arriba del Bar de Carlos, a donde solía ir ya que era un maldito basurero además era el lugar a donde iba a lavar la sangre de mis manos y a beber hasta olvidar los asesinatos.

— Mi casa en Puerto Madero.

— ¿En serio? Sabía que tenías un lindo lugar escondido pero nunca me invitaste, forro — Rafa entró a la autopista, poniendo la muy necesitada distancia entre nosotros y el baño de sangre en Lugano. Pasamos un camión de YPF, tratando de adelantarnos al pavimento que se extendía delante de nosotros.

— Sí, necesitaré que te olvides de la dirección una vez que esto termine.

Rafa me observó a través del espejo retrovisor y la mitad de su rostro estaba entre sombras. Había sido un ejecutor de bajo nivel para Strauch y luego el hermano de Jota había llegado con una mejor oferta. Bajo mi consejo, aceptó el nuevo trato y sería empleado del nuevo jefe por algunos meses, antes del cambio de poder oficial ocurriera; es decir, mi bala en la cabeza del viejo jefe.

Ambos veníamos del mismo conjunto de barrios rotos en monoblogs marginales y habíamos crecido bajo la sombra de la familia Bayona, nuestros padres trabajaban para el hermano del bastardo de Jota, hasta que el padre de Rafael murió de cirrosis y el mío de un balazo. Luego nos pusimos en sus zapatos, sin que se nos preguntara.

Rafael y yo fuimos cortados por la misma tijera, pero había una diferencia. ¿Cuál? Él tomaba una vida cuando tenía que hacerlo, en cambio en mi caso: Asesinar era mi religión.

— Andá por la zona este.

— ¿Me estás jodiendo? — Bauti tamborileó los dedos en el volante — Hace años que vivo en un puto basurero ¿Y vos tenés una casa en Puerto Madero?

Por lo general le rompería las bolas recordándole sus zapatillas caras, las apuestas, los hábitos de beber, fumar y las jodas, pero hoy no era ese día. No cuando un castaño de ojos marrones descansaba en mis brazos.

¡Dios mío! Había sido golpeado, casi violado y yo era el monstruo que estaba agradecido por la oportunidad de poder sostenerlo, después de todo.

— Che — el tono de Rafa era más serio — ¿Qué vamos a hacer si Jota sobrevive y busca venganza?

Miré hacia el hombre dueño de mi corazón.

— Lo manejaremos.

— Pero si Diego...

— No más nombres — niego hacia su reflejo debido a que cuanto menos supiera Mati, más seguro estaría.

Levantó la mano y luego la golpeó contra el volante.

— Bien ¿Qué creés que el nuevo jefe va a hacer?

— Dará la orden de matar a Jota y con mucho gusto me haré cargo.

Las luces brillantes del Barrio Privado aparecieron, las grandes mansiones de los millonarios de Buenos Aires y hasta de algunos famosos de la farándula argentina. Había tenido uno de mis mayores éxitos hace dos años y había comprado una gran mansión en esta exclusiva zona para poder escapar del mundo de mierda que me rodea aunque siendo sincero uno no se puede escapar de esta mierda, tarde o temprano te consume pero lo único positivo es que la muerte de mi víctima significa una gran ganancia económica.

Mi mejor amigo todavía no estaba satisfecho.

— Está bien pero, ¿Por qué todavía no ha dado la orden?

— No lo sé. No es mi trabajo...

— Cuestionar al jefe — terminó la oración por mí, con una nota de sarcasmo.

— Me alegra saber que finalmente fuí capaz de enseñarte algo — Rafael era dos años menor que yo, pero todavía trataba de saltarse el sistema debido a que no entendía que ese sistema era todo lo que teníamos ya que sin hombres como
Strauch, Jota y Diego: hombres con dinero que tienen negocios ilegales para proteger sus legados a través de la venta de drogas y el negocio de la prostitución, tanto él como yo éramos completamente inútiles puesto que cargaríamos con las armas sin tener a quién disparar.

— Tonto — pasamos la entrada del barrio privado.

— Solo quiero ir a casa — murmuró Matías.

Pasé una mano por su suave cabello y sentía lo lacio entre mis dedos. Tenía que quedarse cerca de mí hasta que el quilombo terminara, hasta que Diego consolidara su poder y nadie más (fuera de los sospechosos conocidos) fuera tras mi sangre.

Solo esperaba que fuese capaz de dejarlo ir una vez que todo terminara.

 

[...]
Son Rafael Federman y Diego Vegezzi
-Kam

Protector ; MatienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora