18

56 8 0
                                    

Todo quedo en silencio, pues, ambos presentes, sabían que hacían algo que estaba mal, pero estaban tan dañados que no le podía importar.     












William no dejo de investigar acerca de la misteriosa desaparición de Grett y de los dos adolescentes, pero, aunque buscara y buscara no encontraba manera de entender, el porqué, de la nada ya no estaban.
Así que decidió ir donde el otro afectado por la causa, solo para verificar si se encontraba en condiciones razonables.
-Con permiso Sebas…-No pudo terminar la frase, no podía. Todo estaba desordenado. Absolutamente todo. No había ni un alma. 
Bueno, no hasta que se escucharon pasos apresurados por las escaleras. Tan apresurados que solo alguien como William podía escucharlos, ya que, en un abrir y cerrar de ojos y medio, Sebastian había tirado al suelo al visitante tomándolo del cuello de su camisa.
Tenía una mirada desesperada, aterrada, simplemente había perdido la cordura.
-¿¡Lo encontraste!? ¿¡Donde!? ¿¡Están bien!?-Grito y grito mientras sus pupilas se achicaban preguntas que ni siquiera se entendían.  
-¡Sebastian cálmate!-Le grito de vuelta haciéndolo volver en sí.
Así, soltó por fin al contrario y se sentó a su lado, flexiono las rodillas escondiendo su cabeza en sus piernas, y, entrelazándolas con sus brazos.
-Lo siento…-Se disculpó mientras el otro se sentaba en el frio suelo. Pues, todas las cortinas estaban cerradas, no entraba ni una sola Prisca de luz. Ninguna.
William suspiro y, levándose, se adentró a la gran mansión. Mientras el desesperado mayordomo se quedaba sentado, ahí, en el suelo, sin siquiera mover un solo musculo, el shinigami limpio y ordeno todo, colgó nuevamente los candelabros que se encontraban destrozados en el suelo, reacomodo la cocina, la cual también estaba destruida y, luego de acomodar todo el primer piso, busco eh hizo un té, pues el té, siempre es bueno para calmar los nervios. 
-Sebastian, ven aquí.-Ordeno sin siquiera mirarle, pues sabía que sin rechistar haría lo que se le pedía.
Y así fue, el demonio se aproximó a la sala, donde ya estaba la chimenea encendida y el invitado, no tan invitado, sentado en uno de los sofás.  
-Gracias…-le dijo mientras tomaba la taza con ambas manos intentando calentar estas.   
-Lamento decirte que no, no traigo absolutamente nada.-informo mirando al contrario quien solo miraba su reflejo en la taza de té.  
-Si me hubieran dicho hace cinco años que esto pasaría, que me encontraría desesperado por encontrar a la persona que amo y mis hijos que lleva consigo, me reiría en su cara…-hablo con algo de sarcasmo y tristeza a la vez.
-Lo se…yo también reiría.-le siguió la plática.    
-¿Qué ha pasado aquí?-Se escuchó el retumbar de una voz en toda la casa.  

Sebastian y William abrieron sorprendidos los ojos, pues no sabían cómo le iban a explicar al dueño de esa habla lo que sucedía.       
-Claude…-hablo primero Sebastian.-Siéntate, te hare un te.-Dijo para pararse con la mirada gacha.
















-Mmh…-gimió el adolescente de pelos azules rebeldes mientras se estiraba y despertaba de su cómodo sueño.-Alois, despierta…-le dijo a su acompañante de pijamada.-¿Alois?-pregunto al no sentir nada a su lado. Mirando bien se percató de que nadie estaba a su lado, así que supuso que el rubio se encontraba en el baño o por algún lado de la casa analizando su entorno. Así, se levantó de la cama con algo de dificultad por su vientre, aunque esa mañana se sentía mucho más liviano que de costumbre, será porque comió poco, pensó él. Miro la hora en el reloj digital que se encontraba en su mesa de noche, “nueve a.m.” pensó para luego, entrar en el baño y, después cepillar sus dientes, abrió la canilla de la tina para que se vaya llenando mientras él se desvestía, cuando comenzó a sacarse el short blanco que vestía, miro, por instinto, lo que se quitaba. Grata sorpresa le esperaba. Se suponía que se había puesto un short blanco no uno…
-¿Rojo?-Se preguntó así mismo mientras fruncía el ceño, soltó la pequeña prenda y sintió como sus manos quedaban manchadas.
Al comprender lo que pasaba se quedó completamente en shock. Miro detrás de él, por donde había pasado anteriormente para llegar a donde estaba parado, todo, absolutamente todo, estaba manchado con un rojo carmín, con su rojo carmín, había todo un caminito de sangre hasta el, porque él lo provocaba. 
  Pronto, y por el susto, dio unos pasos hacia atrás y cayó al suelo, miro su vientre, viendo que de su zona intima salía de apoco ese líquido rojizo. Ni siquiera podía gritar, no le salía la voz, solo comenzó a llorar, no sabía que pasaba, no sabía que le pasaba, no sabía si él estaba bien, no sabía si ellos estaban bien, no sabía que paso. No sabía nada.

Reencribiendo la historia (Sebaciel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora