3|| Mejor amigo, no te mueras

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—Buuu —lo saludé como era habitual, siempre llegando a hurtadillas para asustarlo.

—Ya extrañaba eso. —Andrés me devolvió el saludo con una sonrisa amplia.

Se levantó del columpio y sin perder ni un segundo más, nos abrazamos. Fui incapaz de contener las lágrimas, pese a lo mucho que odiaba la sensación de asfixia que provocaba la máscara. Había crecido tanto que tuve que ponerme en puntillas para alcanzarlo.

—Creí que habías muerto —le confesé cuando nos separamos.

—Mmm qué buenos deseos me das.

—Tú tienes la culpa. ¿Por qué no contestas mis mensajes? —Me encogí de hombros.

—Perdí el celular junto a todos mis contactos, perdona. —Su disculpa pareció sincera. Aunque su excusa me sonó a mentira; no solo por lo vacía que sonó, sino por la forma en que su mirada huyó de la mía—. Aún vives aquí. Qué bueno —dijo mientras echaba un vistazo alrededor con un aire cargado de nostalgia—. Temí no encontrarte.

¿En verdad?, quise soltarle con cierto tono de rencor; quería que supiera cuánto lo había extrañado y cuánto me dolió su silencio.

Creí que habías muerto, le dije y era verdad. Y también lo deseé. Porque pensar en eso me reconfortaba en las noches de vigilia, cuando cada uno de los errores que cometí cobraban vida. Deseé que su abandono fuera por causas mayores, deidades que me lo arrebataron, la naturaleza misma; pero nunca un error mío, no yo. No quería que se alejara por mi culpa.

¿Qué hice mal? Le susurraba a la noche, esperando una respuesta que tú debías darme, Andrés, estuve a punto de decirle. Así. De la nada. Quería perturbarlo un poco. Pero no fui capaz y nunca me atreví a confesarle todo eso.

Además, aun pese a que era difícil reconocer las expresiones del otro con la máscara puesta, aún podía ver sus ojos. Y su mirada era todo lo que necesitaba para saber que no estaba bien.

—Tampoco es como que tenga muchas aspiraciones —solté en un suspiro.

De momento, iba a centrarme en mí. Quería recuperar un poco la confianza que teníamos para que pudiera hablarme de él. ¿Qué le había pasado en todos estos meses?

—¿Cómo... Ya no te interesa la música?

Me senté en el columpio. Desde su partida ni siquiera me atreví a acercarme al área de juegos, así que la nostalgia también me invadió.

—Aún lo hago. Pero la verdad es que ya no le veo mucho futuro.

Andrés se sentó en el que siempre era su columpio.

—¿Por qué? —preguntó.

—Estoy atascada. En todos los sentidos. —Jugué con los pies, creando un círculo en la tierra—. No tengo inspiración para nada. Y al mismo tiempo no tengo inspiración porque allá afuera no soy nadie. Y mi vida tampoco es que sea la gran cosa. Es un círculo vicioso de tedio.

Era la primera vez que le confesaba a alguien cómo me sentía en realidad. A mi madre no podía importarle menos. Y al resto de mis amigos no quería mermarles las ilusiones. Marco, Camila, Ran y Samantha, todos ya iban cuesta arriba con sus propias metas y sueños; no quería detenerlos, o peor aún, desilusionarlos con mis pesares.

—Bueno... Si yo tuviera tu talento jamás me daría por vencido.

Eran las palabras más bonitas que había escuchado en mucho tiempo y no pude evitar sonreír.

Pero era mi amigo. Mi mejor amigo. Y por supuesto que jamás iba a dejarme tirada cuando me sinceraba de esa manera. Y por eso lo amaba.

Pero mi otra yo no dejaba de preguntarse cuánta verdad había en sus palabras.

Todas las promesas que murieronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora