2|| Depósito de basura

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Hubo un toque de queda de último minuto y quedamos atrapados en el depósito de basura, nuestro hogar.

Bueno, en realidad, nuestras reuniones se hacían en la parte subterránea. Dejábamos la superficie para que habitaran las ratas en su reino.

—¿Se imaginan que el toque de queda dure semanas? —preguntó Ran de la nada. Estaba sentado en el sillón más alto y eso le bastó para inventar una historia en la que él era el rey, nosotros la plebe y quién sabe qué tanto más.

Estábamos reunidos en la sala común en una especie de círculo; algunos estaban sentados en los sillones o en los puffs. Otros, los desafortunados como yo, habíamos llegado tarde a la repartición de lugares y estábamos en el suelo, tirados a nuestra suerte.

—Pues tenemos agua de la llave y el refri lleno —dijo Samantha. Siempre que Ran hacía sus preguntas sin sentido, ella llegaba a hacerle segunda—. Creo que sobreviviríamos sin problema.

—Pero... —Ahí iba Ran a hacer sus delirios aún más esquizofrénicos—. ¿Y si nos cortaran el agua y la luz? ¿Entonces qué?

—Entonces saldríamos a comprar cosas al súper —finalizó Marco—. O cada quien se iría a su casa. No es como si fueran a dispararnos por salir.

—¿Y si hay zombis? ¿Te atreverías a salir? —cuestionó Ran.

—Los acabaría con mi dragón —respondió Marco, haciendo una pedorreta con la boca, como si fuera muy obvio.

—¡¿De dónde has sacado tú un dragón?!

—Pues de donde tú sacaste los zombis.

—Y si... —Samantha ya se había tardado en sugerir otra idiotez—. Si la cura fuera besar a alguien de su mismo sexo. ¿A quién de aquí besarían?

Marco frunció el ceño, pero suspiró, dándose por vencido contra esos dos.

—Yo te besaría a ti, Marco —se apresuró a decir Ran.

—Yo mejor me muero —finalizó Marco.

El resto meditamos nuestra respuesta.

Camila, que hasta entonces dibujaba en su tableta y solo se limitaba a alzar la mirada para asentir o negar lo que decían los demás, me miró. Yo desvié la mirada tan rápido como pude. Pero era innegable que nuestras miradas se habían encontrado. Una parte de mí quería que dijera mi nombre; otra parte estaba aterrada de enfrentar, por primera vez, la situación que teníamos ella y yo desde hace meses.

—Yo escojo a Jade. —La voz de Camila me sacó de mis pensamientos.

Cuando levanté la mirada, todos me veían.

Me reí como estúpida por los nervios.

—Qué gay somos todos —dijo Ran, entrando al rescate—. Nadie tardó ni un minuto en cambiarse de bando.

—Yo no escogí a nadie —protestó Marco.

—Creo que, para empezar, nadie tuvo que cambiarse de bando —afirmó Samantha.

—Bueno, sí —concedió Marco en un susurro—. Pero tú no eres mi tipo, Ran. No me hagas ojitos o te veto de por vida de este lugar. ¡Basta!

—Oye, tú no has dicho nada —me acusó Samantha, señalándome con la mirada.

—Yo, eh... Camila. —Fui tan cobarde que no la miré mientras pronunciaba su nombre.

Aunque hubiera sido mejor porque centré mi atención en Ran. Él sonrió ampliamente. Y quién sabe la cantidad de tramas y subtramas que se le ocurrieron en un segundo.

Todas las promesas que murieronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora