Estuvimos una noche más en Berlín y otras dos en Múnich. Después de los conciertos, solo quería llegar a la habitación de hotel para soñar con las mismas emociones embriagadoras que me consumían en el escenario. Me revolvía en las madrugadas, recreando en los recovecos de mi mente los gritos a través de los hologramas y las mareas de colores que se extendían sobre mi piel. En mis sueños, siempre escuchaba la voz de Anthony como una lluvia de susurros, pero nunca podía tocarlo; era una sombra abstracta.
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Viajábamos en nuestro autobús promocional del tour a nuestro siguiente destino: Francia, la tierra natal de Anthony.
—¡Por fin me saciaré con comida de verdad! —dijo, recostándose en su asiento.
En la parte trasera del autobús, los bailarines y el equipo de producción jugaban con sus gafas de realidad aumentada. De vez en cuando, soltaban risas que despertaban a Tobías Gehringer, y este les lanzaba miradas acusadoras. Tobías era el manager de Anthony desde el inicio de su carrera, y ahora también era el mío. Era un señor larguirucho, de piel morena y esbelto; siempre vestido de traje y con un sombrero borsalino a juego, de modales exquisitos hasta para caminar. Era correcto, nunca grosero; sin embargo, su trato era frío y de pocas palabras.
—¿Comida de verdad? Pero si en Alemania yo te veía muy feliz, sobre todo con las jarras de cerveza de aquel bar —le recordé con tono burlón.
—No me refiero a Alemania —protestó—. ¡Ya verás cuando lleguemos a París! ¡Conozco un par de restaurantes que ufff! —Lanzó un beso al aire.
—Shhh. Baja la voz, monsieur —lo reprendió Tobías, inclinándose desde uno de los asientos contiguos para mirarlo directo a los ojos.
Anthony se encogió como un cachorrillo y susurró una disculpa.
Tobías reclinó por completo su asiento y se dispuso a dormir. El grupito de atrás, después de que les lanzaran mil miradas asesinas, también bajó la voz.
—¿Cuál es tu comida favorita? —preguntó Anthony en un tono casi inaudible.
—¿Eh? ¿Mi comida favorita? La pizza.
—Oh. Comida italiana —pronunció esas palabras con cierto aire de resentimiento, como si fuera el nombre de su némesis—. ¿Y qué tipo de pizza te gusta? ¿Margherita?
—Esa no sabe a nada —me quejé—. Me gusta la de macarrones con queso.
—¿Pizza de macarrones con queso? ¡¿Eso existe?!
—¿No la conoces?
—¡Ni quiero! ¡Qué asco! ¡¿También eres de esos a los que les gustan las galletas fritas?! —quiso saber con acérrima desesperación.
—Es mi postre favorito. Pero tienen que estar bañadas en chocolate —aclaré.
Se llevó ambas manos al vientre e hizo una mueca como de poseído.
—¡¿Cómo puedes...?! —Jamás sabré cómo terminaba esa oración.
Tobías se levantó y nos miró con gesto de desaprobación.
—Con permiso. —Fue todo lo que dijo antes de irse hasta los primeros asientos, donde el resto del equipo y personal que, a juzgar por el silencio, dormían.
Anthony siguió protestando sobre los gustos culinarios del mundo, hasta que a la mitad del camino, cayó rendido. Poco a poco fue dejando caer la cabeza hacia mi lado, y por pena de despertarlo, dejé que su mejilla se posara en mi hombro. Pasados los minutos, sus hileras de abundantes pestañas revolotearon; algo perturbaba su sueño.
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Todas las promesas que murieron
Ciencia FicciónJade odia complicarse la existencia porque sueña con ser una cantante reconocida en una industria monopolizada por inteligencias artificiales. En su camino tendrá que sobrellevar los matices de las vida: reencuentros inesperados, amigos que se queda...