11|| Tercera promesa muerta

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—Está puto loco.

—Lo sé, Marco. Pero, ¿no podemos simplemente colaborar?

—¿En verdad quieres hacerlo? —Enarcó las cejas, sorprendido.

Desayunábamos en mi departamento, bajo una luz azul mortecina. A través de la pequeña ventana de la cocina, los copos de nieve caían y el viento aullaba con fuerza.

—Pues sí. —Le di un sorbo a mi taza de café—. Tampoco es que como que vayamos a ser sus amigos. Veámoslo como trabajo. Solo eso.

Marco se cruzó de brazos, no muy convencido. Llevábamos al menos cinco minutos dándole vueltas al mismo problema y, a juzgar por su taza intacta, no le gustaba nada el rumbo que estaba teniendo la conversación.

—¿A qué clase de secta crees que pertenezca? —Sus ojos oscuros resplandecieron a través del humo de nuestras tazas como dos eclipses—. ¿Crees que hagan sacrificios y esas cosas?

—¿Sacrificios? Pues solo que a computadoras y a aspiradoras —me reí—. Se supone que son extremistas que defienden todo lo humano. Si sacrifican a alguien no será de carne y hueso. Por eso también creo que es inofensivo —apunté.

—Eso no quita que esté ido. —Marco finalmente apresuró la taza a sus labios—. Y alguien ido no puede ser completamente inofensivo, Jade.

—Pero lo necesitamos. ¿Sabes lo mucho que podría ayudarnos el tenerlo de nuestro lado? No es solo por una canción, es reconocimiento, son contactos...

—Contactos con otros locos igual que él o hasta peores.

—No seas tan cerrado. ¿Qué es lo peor que puede pasar?

—Que nos vuelvan devotos de su secta.

—Pfff. ¿Nosotros? Nos quedaríamos dormidos en sus misas y si tienen mandamientos los romperíamos todos y hasta en orden. Nos echarían enseguida.

—O nos sacrificarían.

—Deja ya lo del sacrificio. Comienzo a creer que tienes un fetiche.

—¡¿Qué?!

—Ran crea historias de amor entre países, pero tú estás más grave. —Lo miré de soslayo, incapaz de contener una sonrisa burlona.

—Solo trato de protegernos, Jade.

—¿De ser sacrificados? No eres Jesucristo, hijo. Es más fácil que nosotros nos muramos de hambre.

Marco soltó un largo suspiro. Nos conocíamos desde los catorce años, cuando entramos a un grupo de música que debatía diversos temas

—Mira. No. Honestamente, no. Al menos que te quiten todos tus terrenos y propiedades, lo cual sería de malísima suerte pero además noventa y nueva por ciento improbable, no morirás de hambre. Pero yo sí. Yo no tengo un colchón en el cual caer si este chiste se me cae. —Guardé silencio durante un momento—. Bueno... Tengo el trabajo del call center. Y te diría que antes de trabajar otro año ahí, preferiría morir, pero ni siquiera tendré esa satisfacción. Ya me habían dicho que si la empresa volvían a caer en la bolsa de valores, lo cerrarían permanentemente. Y la semana pasada se fue a pique. Quizá esta sea mi última semana trabajando ahí.

—Perdona, Jade...

—No. No es un reproche, Marquitos. Es solo que necesito que comprendas mi desesperación. Ambos sabíamos que quizá el álbum moriría desde su lanzamiento, que solo cinco personas lo escucharían y ahí terminaría todo. No hace falta ser pesimistas para ser realistas. Y no sé qué pasó. Quizá el mismo algoritmo nos ayudó. Quizá algún influencer nos recomendó y se hizo una bola de nieve. No lo sé. Y es muy probable que muramos sin saber de dónde vino este golpe de suerte.

Marco escuchaba, atento.

Ya quiero tomarle al café, chillé en mis pensamientos. Pero primero necesitaba soltar todo y ser clara, era lo mínimo que él se merecía.

—Pero lo que sí sabemos que es que quizá esto no vuelva a suceder. No al menos que hagamos cosas relevantes, que nos reinventemos, que hagamos cosas diferentes al resto para destacar. Y aún así, nada asegura que salga bien. Necesitamos abrirnos camino en la industria desde adentro, conocer a personas que puedan ayudarnos.

—Sí, entiendo. Tienes razón. —Cabeceó un par de veces, asintiendo—. Lo haremos. Ya veremos qué tal es ese Anthony para trabajar. Pero si empieza con sus cosas raras, nos damos a la fuga, ¿eh? —me advirtió con una pequeña sonrisa—. Me sigue dando miedo.

—Sí, sí, te lo prometo.

—Solo trabajo.

—Solo trabajo.

Todas las promesas que murieronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora