26|| Amanecer

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Tobías casi se infartó cuando me vio bajando de las escaleras con Anthony. Ambos tuvimos que decirle que nada malo había pasado, pese a las miradas acusadoras que seguía lanzándome.

Tuve que regresar al hotel y estuve ahí varios días mientras Anthony terminaba de recuperarse. Nuestro tour pospuso todas las fechas, pero no lo cancelamos. Eso era algo por lo que Anthony estuvo luchando durante días. Y al final, lo consiguió.

Estuvimos en Bruselas, en Ámsterdam, en Glasgow y en Londres. Fueron las noches más mágicas de mi vida, el sueño por el que siempre había luchado. Disfruté cada segundo en el escenario, embriagándome por las luces y el coro que salía desde los hologramas. Cada noche pedía que, cuando estuviera muriendo, esas sensaciones e imágenes me acompañaran hasta mi último aliento.

Hubo algunas noches que Anthony se veía más cansado que otras, pero cada vez que le preguntaba, decía que no solo estaba agotado por el tour. La realidad que vivimos en la casa del Primer Ministro se quedó ahí. Ni Anthony ni Tobías hablaban nunca de los Hijos de Caín, incluso cuando estamos a solas.

Honestamente, una parte de mí nunca dejó de creer que todo era parte de un comportamiento sectario. Que eran cosas que los ricos y los poderosos se inventaron para hacer caridad unos con otros por la noche y para hacer jugar a salvar a la humanidad por el día.

✰ ✰ ✰

En nuestra última noche en Niza regresó el Primer Ministro acompañado de sus dos hijas. Y lo que la primera vez me pareció mágico, ahora me causaba cierta repulsión. Ese hombre era una farsa.

A las fiestas de Christophe, me confesó Anthony, jamás ingresaban menores de dieciocho años. Pero me pregunté si sus hijas algunas vez habían visto algo fuera de lo normal, si sospechaban, por mínimo que fuera, el caos que se llevaba a cabo en el subterráneo de su hogar.

—¡Espero que hagan otro tour muy pronto! —dijo la menor.

—¡Sí, sí! —concordó la menor.

—Oh no, hijas. Tiene mucho trabajo por hacer, ¿verdad, Anthony?

Ahora que sabía la verdad, podía leer entre líneas. Y en ese momento se confirmó algo que, muy en el fondo ya sabía, solo no quería aceptar: Anthony no sería libre.

Cuando el Primer Ministro se despido de mí, fue con frialdad, un simple de apretón de manos. Por supuesto, se enteró que abusé de su hospitalidad solo para poder hablar con Anthony esa mañana.

Por fortuna, esa fue la última vez que vi al Primer Ministro.

✰ ✰ ✰

—Oye, Anthony, deberíamos de festejar que fue nuestra última noche de tour.

Cada uno estaba frente a la puerta de su habitación de hotel.

—¿Qué tienes en mente?

—Podemos ir beber algo. ¿O a ti qué te gustaría hacer?

—Podemos rezar.

—Buenas noches —bromeé.

Anthony rio.

—Vamos a la playa. ¿Qué te parece? —sugirió.

—¡Sí!

—Bueno pero baja la voz que despiertas a Tobías.

—¿A dónde vas?

Todas las promesas que murieronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora