17|| Theria

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En marzo de 2079 firmé mi contrato con Theria, una de las disqueras más importantes a nivel mundial y una de las pocas que seguía contratando artistas humanos. Su oficina central se encontraba en Times Square, el corazón de Nueva York, erguido en un imponente edificio de piedra de tres pisos, y protegido por una capa de nano-recubrimiento cuya función era evitar la corrosión que algunas lluvias dejaban a su paso, pero que no hacía más que acentuar sus colores oscuros. Visto desde afuera, era como el ataúd de un vampiro.

La reunión se llevó a cabo en una sala atestada de hologramas que proyectaban los álbumes más recientes o más populares de la disquera; era una especie de hall de la fama. En una larga mesa de cristal estábamos reunidos ocho personas, incluyéndome, pero eran todas caras desconocidas y no pude evitar sentirme intimidada. Todos llevaban trajes formales, peinados remilgados y sus risas eran suaves como el burbujeo de la champaña que estaba frente a todos, servida en copas.

Leía el contrato frente a mí con tal velocidad que parecía que el tiempo en un cronómetro estaba a punto de agotarse, llevándose con él todas mis posibilidades de firmar. Aferraba los papeles con ambas manos y soltaba varios suspiros silenciosos.

—Tómate el tiempo que quieras, hija. —Me aclaró el dueño de la disquera, Thelonious Gray, con su voz rasposa al percatarse de mi ansiedad. Debía rondar los cincuenta años o quizá más, era difícil saberlo porque llevaba siempre un respirador a causa de las consecuencias que el virus AIRD había dejado en su cuerpo. Anthony me comentó que era un milagro que sobreviviera; o al menos eso era lo que el propio Thelonious le había contado en una ocasión.

A modo de respuesta, levanté la vista y le sonreí. No me salían las palabras.

—Recuerda que si tienes duda en algo, me tienes que decir —aclaró Stevie. Era uno de los mejores amigos de Marco, y gracias a su recomendación, era que estaba ahí como mi abogado, ayudándome a escarbar en cualquier letra pequeña que pudiera escapárseme. Era joven, tenía menos de cuatro años de haberse recibido en la universidad de Ohio. Y tampoco era un desconocido, de vez en cuando se pasaba por el depósito de basura para charlar.

—De momento no tengo reparo en nada —confesé con toda la confianza que encontré.

—Bien. —Stevie volvió a centrar su atención en el contrato, en las hojas que yo iba terminando de leer y le pasaba.

A lo largo y ancho de la mesa estaban también un par de ejecutivos de artistas y repertorio, quienes terminaron dando el visto bueno a mi corta carrera. También estaban los tres directores ejecutivos y el departamento legal, confirmado por dos gemelas. Sin contar a Thelonious, todos en la mesa éramos bastante jóvenes, nadie pasaba de los cuarenta años.

—Jade, tienes que hacer una gira cada vez que saques un nuevo proyecto —me explicó Stevie en voz baja—. ¿Quieres hacerlo? Podemos apelar si no es así.

Los eventos masivos ya no existían. A veces, cuando no podía dormir, pasaba la madrugada viendo conciertos de hace décadas. Parecía irreal que tantas personas pudieran estar reunidas y bailando y coreando una misma canción. Creo que ningún logro en la vida de un artista podía compararse a eso. Daría diez años de mi vida para experimentar eso al menos una vez.

También, pese a no entender nada del deporte, me gustaba ver partidos de futbol. Sobre todo los que se jugaban a lo grande entre diferentes países. Sin duda era otra vida. Debía ser muy divertido hacer una ola humana junto a otras miles de personas.

El contrato especificaba que debía cumplir con al menos quince fechas, o según se estableciera entre ambas partes. Era poco. Según recordaba, Anthony tampoco pasaba mucho tiempo en gira. Cosa que era entendible porque, pese a que Theria trataba de seguir un ritmo humanitario con sus artistas, también tenía la presión de no quedar tan rezagado frente a los ritmos de la industria; donde cada jodido robot sacaba hasta tres álbumes por año; como si fueran las estaciones del año. Anthony, en promedio, sacaba un álbum por año. Eso quería decir que dedicaba al menos seis meses de lleno a la música.

Todas las promesas que murieronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora