Las puertas del elevador se abrieron y lo primero que vi fue a un montón de personas en pelotas. Caminaban sin el mínimo pudor, con bebida en mano y sonrientes. Otros yacían recostados en camastros y usaban lentes como si se les hubiera perdido el sol dentro del departamento a las diez de la noche. Pero lo que más me sorprendió fue la piscina que empezaba justo a la mitad del piso y salía hasta la terraza, donde un tobogán parecía conectar con el piso de arriba. El hotel Lanz era uno de los más lujosos de Amarillo y de todo Texas, pero ni por asomo me imaginé la imagen que tenía ante mí.
—La cantidad de fluidos que debe de tener esa piscina. ¡No te metas ahí ni aunque te paguen, Marco!
—A mí me preocupa más la cantidad de agua desperdiciada.
Caminamos entre una marea de caras desconocidas. La música se hacía más fuerte a cada paso que dábamos, como si consumiera nuestras almas. El piso resplandecía con luces que parecían tener vida propia, siempre acordes al ritmo de la música. Y las paredes metálicas, a su vez, reflejaban todas las luces del piso y del techo. No tardé en sentir la falta de oxígeno.
—¿Lo ves?
—No. ¿Segura que estamos en el piso correcto?
—Sí. El décimo.
—¿Y si el muy cabrón nos mintió?
—¿Eh?
Teníamos que hablar a gritos para hacernos entender. Y muchas de las cosas que decía Marco las comprendía más por sus expresiones.
—Quizá el maldito Tony nos mandó a una fiesta topless a propósito —dijo acercándose a mi oído.
—¿Crees? Sigamos buscando. Ven.
—Puto Toño —escuché que dijo detrás de mí—. Nos tiene aquí buscándolo como un par de imbéciles.
Pasaron al menos veinte minutos hasta que por fin lo vimos, rodeado de un grupo de cinco personas —que afortunadamente llevaban ropa, al menos la suficiente para cubrir las partes más comprometedoras—. Estaba un poco apartado del bullicio y del centro de atención. Algo raro para ser su propia fiesta.
Dudé en abrirme paso entre sus invitados, pero nuestras miradas se encontraron y una expresión de sorpresa le llenó el rostro; quizá pensó que al final habíamos decidido no ir.
—¡Jade! —pronunció mi nombre como si fuéramos amigos de toda la vida y no la primera vez que nos veíamos. Las personas que tenían demasiada confianza me provocaban cierta antipatía, pero en aquel momento me forcé a sonreír porque todos los ojos se posaron en mí—. ¡Y Marco! —Cuando la atención pasó a mi amigo, pude respirar de alivio. Aunque sabía que Marco odiaba aún más que yo situaciones como esa.
—¿Qué tal? —saludó Marco con tono relajado, aunque su postura tensa indicaba lo contrario.
Yo me limité a sonreír.
—¿Ya han bebido algo? —Él pasó entre las personas como si de pronto no existieran y, con la misma frialdad, los dejó atrás sin despedirse; obligándonos por inercia a seguir su caminata.
—Aún no. Queríamos saludarte primero. —Tuve que alzar la vista para mirarlo.
—Qué buen gesto. Pero no hacía falta, son libres de hacer lo que quieran por aquí sin mi permiso —la forma tan tranquila en la que lo dijo hizo que no me lo tomara a mal—. Vamos a un lugar donde podemos hablar como personas decentes, ¿sí? Esto de hablar a gritos me dejará afónico.
En el otro extremo del lugar se hizo un coro de gritos, decenas de globos y confeti cayeron del techo; pero Anthony no pareció prestarle la mínima atención. Marco y yo nos miramos, confundidos.
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Todas las promesas que murieron
Science-FictionJade odia complicarse la existencia porque sueña con ser una cantante reconocida en una industria monopolizada por inteligencias artificiales. En su camino tendrá que sobrellevar los matices de las vida: reencuentros inesperados, amigos que se queda...