12,227,779 marcaban los números de la pantalla. No podía respirar. Intenté parpadear, pero temí que los números fueran a desaparecer o a cambiar si lo hacía.
Qué estupidez, recapacité.
12,227,779. Cerré los ojos y solté un largó suspiro. 12,227,779. Ahí seguían. Todos mis años de esfuerzo se veían retratados en la banalidad de simples números; algo que siempre prometí que ignoraría. Pero al ser míos, al tenerlos tan presentes como mi propia respiración, no pude evitar sonreír.
Deslicé la pestaña y presioné el ícono con la foto de perfil de Marco. Ya habían pasado dos semanas desde el lanzamiento del álbum, dos semanas desde la última vez que nos vimos. En medio de la noche, recibió una llamada de sus hermanos y, a la mañana siguiente, partió a México para arreglar unos documentos de sus propiedades.
—¡¿Ya viste?! ¡¿Ya viste?!
—¿Eh?
—¡Marco! ¡Tenemos doce millones de reproducciones!
—¿Eh?
—¿Te acabas de despertar?
—Me despertaste.
—Ya es mediodía.
—Pues aquí es la una de la tarde. Pero conocí a una chica y pasó aquí la noche —carraspeó—. Espera.
—¿Qué se escucha? ¿Es el mar? ¡Es el mar!
—Shhh, Jade, baja la voz. ¿Por qué gritas tanto? —Escuché que removió algo, pero no distinguí qué—. Ahora sí, ¿qué pasó?
—¡Tenemos siete millones de reproducciones!
Hubo un silencio, una breve expectación, que me llenó aún más de felicidad. Había pasado de no poder respirar a respirar sin pausa.
—¿Doce millones? ¿En qué momento?
—¡No lo sé, no lo sé! Perdón por romper nuestra promesa, pero tuve que mirar. ¡Tuve que hacerlo!
—Honestamente ni siquiera creí que fueras a durar más de una semana sin mirar —se burló—. Tranquila, no pasa nada. ¿Pero en dónde han sido las reproducciones? ¿Has mirado tu bandeja? ¿Alguna otra novedad?
—¡En el jodido SYNC! Y no sé, no sé. No. Recién acabo de mirar. No lo sé.
—Revisaré mi bandeja y todo. ¿Si algo más ocurre, llámame, sí?
—Sí, sí, sí. Oye, por favor regresa en cuanto puedas. ¡Tenemos que celebrar!
Terminamos la llamada. Las manos me temblaban. Mi bandeja de entrada eran casi todas spam y notificaciones de SYNC, el servicio de streaming más grande de música. Era básicamente la matriz que movía toda la industria. Yo había imaginado a SYNC como una especie de alienígena con cientos de ojos que controlaba la industria con hilos invisibles desde el cielo. Y con sus mismos hilos podía llevarte hasta la cima, ver el mundo entero bajo tus pies; pero con la misma facilidad podía dejarte solarte y pocos eran los que sobrevivían a esa caída.
—Spam, spam, spam, ¡Felicidades, has alcanzado 4,22o,444 de reproducciones en tu disco NOSTALGIA! —murmuré, imitando un tono robótico.
Cerré mi bandeja y entré a mi perfil de PS, una lluvia de notificaciones me inundó, provocando una balada de timbres agudos y constantes que se volvió adictivo. Inhalé y exhalé. ¿En verdad estaba viviendo eso?
Todas las fotos que tenía publicadas, de pronto habían pasado de tener apenas poco más de mil corazones a pasar las diez mil. Y en mis mensajes directos, sin entrar a leer ninguno, pude ver corazones y un montón de me encantó, lo adoré, disfruté... Tuve que apagar mi holograma para procesar todo.
Mi habitación, con las ventanas cerradas, se sumergió en oscuridad. No había sido abducida por SYNC.
Pero si no quería tener una caída estrepitosa, debía actuar con cautela. Había hecho lo más difícil: romper el algoritmo con mi nombre, Jade Bauer, un nombre que no significaba nada. No podía ser coincidencia.
O quizá solo estás sobrepensando las cosas, volvió a reprenderme la voz de mi consciencia.
SYNC no era un alienígena. Solo un sistema que podía ser burlado por alguien como yo que, sin ser nadie, como un fantasma, se había colado entre sus filas.
Pero ya estaba en sus radares.
Y solo era cuestión de tiempo para que me enterraran en lo más profundo de su sistema si es que representaba el mínimo incordio para interferir en sus intereses.
—Ufff... Me gusta sufrir incluso en mi mayor felicidad. —Tomé un peluche de conejo que Andrés me regaló a los diez años—. ¿Será este un fetiche, Margaro?
—Sí, sí lo es, zorra. —imité una voz chillona. Pero esa última palabra había salido tan rápido y genuina que me asustó.
—¿Qué?
Dejé el peluche de lado.
Volví a prender mi holograma y navegué por los mensajes para tratar de responder la mayoría. Si el alíen al final me quitaba todo, al menos las personas que ya habían llegado tenían cierta probabilidad de quedarse.
Cientos de gracias con miles de corazones. No eran solo números, eran personas que, de una forma u otra, se habían sentido identificados con alguna de mis letras.
Lo cual era preocupante.
Pero también sentí que era una manera de sentirnos acompañados mutuamente; y, una vez más, recordé a mi amigo de la infancia. Después de todo, fue a través de la música que nos hicimos amigos.
Continué respondiendo mensajes casi por una hora, hasta que llegué a un chat cuyo nombre ya conocía. Anthony Rousseau. Tuve que pestañear un par de veces para procesar.
¡Estaría encantado de colaborar contigo! :) :) :)
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Todas las promesas que murieron
Science FictionJade odia complicarse la existencia porque sueña con ser una cantante reconocida en una industria monopolizada por inteligencias artificiales. En su camino tendrá que sobrellevar los matices de las vida: reencuentros inesperados, amigos que se queda...