22|| Secretos

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—¡Eh, espera! —reconocí a la voz de Anthony.

Enseguida pausé las puertas del elevador.

—¡Sí! —celebró, pasando entre el espacio de las puertas—. Uff creí que no te alcanzaría. ¿Cómo estás?

—Sí, sí —carraspeé. Me quedé embelesada por la imagen de Anthony. El traje negro se adaptaba perfectamente a su figura alta y esbelta, y su cabello castaño, cuidadosamente peinado hacia atrás, dejaba al descubierto sus facciones afiladas y su arco de cupido bien definido—. Entiendo —terminé de decir, girándome.

—Estás... ¿entiendo? Qué estado de ánimo tan raro. —Pude ver su sonrisa burlona a través del reflejo de la paredes.

—¿Eh?

Anthony negó la cabeza, dándose por vencido. 10, 9, 8, se iluminaban los números de los pisos por los que descendíamos. Mirarlo directamente me descontrolaba. Así que bajé la vista como si algo se me hubiera perdido en el suelo. Pero el olor cálido y reconfortante que caracterizaba a Anthony inundó mis pensamientos. 5, 4... Mientras más tiempo pasábamos juntos, más facetas suyas conocía, más ángulos de su rostro apreciaba y más tonalidades de su voz escuchaba. Y, solo entonces, en ese pequeño espacio, pude aceptar lo abrumadora que era su presencia y lo que causaba en mí.

—Te ves hermosa, Jade.

Levanté la vista y, a través de la pared de cristal, observé cómo sus ojos recorrían mi vestido rojo, de la misma manera en que yo lo había hecho con él hace unos instantes. Cuando reuní el valor para mirarlo directamente a la cara, me encontré con un Anthony de ojos brillantes y pómulos sonrosados. Nunca antes había visto esa expresión en él, lo cual solo aumentó mi nerviosismo.

—G-Gracias. Tú también te ves muy... muy bien.

Ay gobiérnate , Jade.

—Vamos. —Me tendió su brazo. Yo lo acepté y al instante sentí la calidez que emanaba—. Ya vamos tarde, seguro que Tobías nos mata.

✰ ✰ ✰

Anthony me ofreció nuevamente su mano para ayudarme a bajar del coche. Lo primero que vi, fue un imponente edificio de piedra de tres pisos ornamentado con tal cantidad de detalles que parecían contar una historia bajo la luz de la luna. Era la casa del Primer Ministro, situada a las afueras del norte de París, y algo escondida entre una muralla de árboles entre los que era fácil perderse.

Avancé del brazo de Anthony por la extensa hilera de escaleras blancas y pulcras que conducían a la entrada de enormes puertas. Era una entrada mágica, adornada por faroles a los costados; pero debía ser un martirio para aquel que saliera borracho.

—Si fuera el ministro pondría una cámara para burlarme de las caídas de mis invitados —le comenté a Anthony. Él rio con una sonrisa ensanchada.

—La primera vez que estuve aquí casi me caía —me confesó—. Estaba muy borracho.

—Oh. ¿Y desde cuándo conoces al ministro?

—Desde que era niño. Puede que incluso desde bebé. —Frunció ligeramente el ceño al pensar tal perspectiva.

—Vaya. Te codeas con los grandes, eh. —Le di un ligero empujón con el brazo que él sostenía—. ¿Tú familia está en la política, entonces?

—Eh... sí.

Nuestra plática fue interrumpida cuando llegamos a la cima y dos hombres nos pidieron la invitación. Anthony sacó una tarjeta entre los pliegues de su sacó y se la enseñó. Me pareció un tanto excéntrico que no usaran una invitación por holograma.

Todas las promesas que murieronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora