Andrés se cubrió con ambas manos la entrepierna. Y se puso tan rojo que hizo ver débil a luz que caía en la habitación.
—¿Jade? ¿Qué haces aquí? —apenas pude entender su murmullos.
Aún seguía noqueada por los golpes de la noche. Miré a Kayleigh en busca de una respuesta.
—Síguenos —mandó a Andrés—. Y ponte el antifaz.
No le dirigí ni una sola palabra o mirada a mi mejor amigo en todo el trayecto; no porque estuviera enojada, sino porque no sabía qué decir. Aún seguía trazando un mapa mental de cómo habíamos acabado ahí. Recordé a los bailarines de mi gira cuando me dijeron que Andrés era uno de los nuevos bailarines de Kayleigh. Incluso,
por un momento, volví a sentir la misma satisfacción que cuando me dieron esa noticia. Pero en esos túneles subterráneos bañados por las luces fluorescentes y del fuego, su más grande sueño parecía haberse distorsionado. ¿Pero en algo mejor o algo malo? Tampoco es que se le viera obligado al estar ahí...Para mi sorpresa, nos adentramos en el salón principal, donde el crepitar de la fuente de fuego era una melodía que se acompañaba con los gemidos, las exhalaciones profundas y el roce de las pieles.
—¿Qué hacemos aquí? —le cuestioné a Kayleigh.
—Se comunicará un mensaje —fue todo lo que dijo. Su atención no estaba en mí, sino en un grupo en el fondo que murmuraban entre ellos. Todos iban vestidos con capas rojas y, para mi sorpresa, tenían las caras descubiertas.
Estaba claro que sus intenciones iniciales con Andrés ya no eran su prioridad.
Pasados un par de minutos, todo se envolvió en silencio cuando un hombre, salido de ese grupo, alzó la voz hablando en un idioma desconocido que ni siquiera mi traductor pudo identificar.
—¡Atención! —esta vez dijo en francés.
Fue la última advertencia para prestar atención. Los pobres que aún intentan llegar al clímax, se vieron obligados a parar.
—¡Tenemos que compartir con ustedes una nueva visión! —siguió diciendo el hombre con voz atronadora, golpeando el suelo con su bastón oscuro. En el centro de todo, con la luz del fuego dándole directo a la cara, era aterrador. Y su gran altura junto a su espesa barba negra que le cubría por completo el cuello, no hacían más que acentuar su aura pesada—. ¡Vengan todos, Hijos de Caín!
Las personas salían de los túneles para aglomerarse en el gran salón.
—¡Uno de nuestros líderes ha presenciado el fin del mundo! —su voz resonó en un eco que llenó el silencio que aconteció después.
Del mismo grupo de capas rojas salió otra persona.
—¿Anthony?
Al instante sentí una mano sobre mi hombro. Al girarme, Andrés me pedía con un dedo sobre sus labios que guardara silencio. Retrocedí para ocultarme entre los cuerpos y las sombras.
—He visto el fin del mundo. Y está cerca. Nos queda poco tiempo...
Los susurros se elevaron como la brisa de la noche. Pero el hombre de la barba los hizo callar con un nuevo golpe de su bastón contra el suelo.
—El cielo sangrará por días, el caos reinará en nuestras mentes. La humanidad se perderá así misma incluso antes del final —la voz de Anthony era grave y sonora, no tenía necesidad de gritar. Pero sus ojos refulgían con las llamas, perdidos en la nada. Daba la sensación de que no estaba realmente con nosotros—. El fin llegará cuando el sol se apague. La oscuridad envolverá hasta el último rincón de nuestro mundo, no habrá donde esconderse. Y entonces, los monstruos descenderán del cielo y devorarán nuestros cuerpos.
Las voces se elevaron como un estruendo, tanto que escuché los propios latidos de mi corazón ante el sobresalto. Los ojos inyectados por la luz del fuego y del miedo puro se removieron detrás de los antifaces en busca de explicaciones. A mi lado, pude ver que a Kayleigh le temblaban las manos y se removía, inquieta, al igual que todos.
—¿Viste indicios de salvación? —le cuestionó el hombre del bastón a Anthony, elevando la voz tanto como pudo para callar a la aglomeración.
Anthony negó con la cabeza, aún tenía la mirada pérdida.
El caos volvió a desatarse. Esta vez incluso peor, pues los gritos se hicieron presentes. Andrés tuvo que tomarme los hombros para moverme hasta uno de los rincones. Las sombras les distorsionaban los rostros, y temí que no fueran personas, sino los monstruos de los que hablaba Anthony.
—¡Calma! ¡Calma! —pidió el hombre con su bastón.
Tuvieron que interferir un par de personas aún conscientes entre la multitud. Intuí que la actitud de las personas era en parte por miedo, pero también a causa de las drogas que seguro circulaban ahí abajo.
Pero el caos siguió, sin importar los esfuerzos que se emplearon aún con ayuda de los líderes de capa roja.
Solo hubo un momento de calma cuando algo sucedió en el centro que llamó su atención. A través de los huecos de los cuerpos pude ver a Anthony en el suelo. Sin dudarlo, me abrí paso entre las personas. Pero una vez más, Andrés me detuvo del brazo para no interferir.
Anthony convulsionaba en el suelo, sus piernas se movían de manera frenética y sus manos intentaban inútilmente agarrar su cuello.
—¡Está atrapado en una visión! —exclamó el hombre del bastón, con los ojos desorbitados y la voz quebrada—. ¡Mi hijo está asfixiándose!
De inmediato reconocí a las personas que se apresuraron a socorrerlo. Tobías apartó a la multitud que se había formado alrededor. Anthony fue perdiendo fuerza en sus extremidades y, finalmente, quedó inconsciente en el suelo. Girard se inclinó hacia él y le dijo algo a Tobías y al padre de Anthony, quien con gran esfuerzo, se arrodilló a su lado.
—¡No respira! —dijo Girard al revisar los signos vitales de Anthony.
—¡Haz algo! —suplicó el padre con una voz cargada de desesperación.
Girard se inclinó y comenzó a darle respiración boca a boca, mientras la tensión podía verse en todas las miradas de los presentes que observaban la escena.
—¡Vuelve a intentarlo! —le rogó el padre.
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Todas las promesas que murieron
Fiksi IlmiahJade odia complicarse la existencia porque sueña con ser una cantante reconocida en una industria monopolizada por inteligencias artificiales. En su camino tendrá que sobrellevar los matices de las vida: reencuentros inesperados, amigos que se queda...