Cuando llegaba la noche y las luces de los edificios resplandecían, Anthony y yo nos sentábamos en el piso y las observábamos, como dos astrónomos embelesados por las estrellas.
«Muchas de las letras de mis canciones nacieron en este lugar. No son vivencias mías, son imaginaciones, historias», me confesó en una ocasión.
—Mira esa ventana, esa, sí, la del último piso. ¿Te imaginas que en realidad nadie viva ahí? ¿Te imaginas que sea un fantasma? —comenté.
—¡Y que también nos esté observado! —apuntó.
—¡Porque le gustas!
—¡Cállate! —me dijo, riendo. De pronto, se quedó pensativo y me miró—. Si el amor de tu vida muriera, pero regresa siendo un fantasma, ¿aún lo amarías?
—Depende. Si tengo ochenta años, sí. Es más, le diría que ya no tardo en alcanzarlo. Pero si tengo la edad que tengo ahora mmm... No.
Soltó un suspiro ahogado.
—¿Y tú? ¿Aún lo amarías? —le pregunté.
—Al menos que regrese siendo un fantasma que da mucho miedo, no.
Esa era nuestra pequeña rutina: crear escenarios imaginarios por las noches. Después de una tarde de escribir letras para nuestras canciones, a veces juntos y otras cada uno sentado en un sillón diferente; yo con el holograma iluminándome el rostro, y él con una libreta y un bolígrafo de tinta.
¿Y este viajero del tiempo?, pensé la primera noche que lo vi. Era la única persona que conocía que escribiera de esa manera, no solo por lo peculiar y poco práctico que resultaba; sino, también, por el precio desorbitante del papel. Lo que tenía entre manos seguro costaba más de trescientos dólares.
—¿Te imaginas que uno de esos departamentos sea mágico? —oteó con una gran sonrisa, los ojos se le iluminaron. En el poco tiempo que llevaba conociéndolo, descubrí que esa mi expresión favorita de él.
—¿Mágico? ¿En qué aspecto?
—¡Qué hayan hecho un conjuro y todo el arte cobre vida ahí dentro!
—¿Pinturas?
—¡Sí! ¡Qué genial! ¡Solo imagina!
—Daría un poco de miedo —apunté—. Pero sí, ¡sería increíble!
—Deberíamos de crear un dueto —sugirió.
—Tienes puro sueño —le dije a modo broma, no creyendo que sus palabras eran ciertas.
—¡Lo digo en serio! ¿Todas esas historias que hemos inventado? ¡Podríamos darles vida! —Por medio del reflejo, las luces del exterior se posaron en sus ojos, dándoles vida propia.
En realidad, no era mala idea y tampoco teníamos mucho que perder. Gasté los ahorros de toda mi vida para costear mi primer álbum. Y mi cuenta bancaria ya tenía más ceros de los que había visto jamás. SYNC tenía patrocinadores por doquier que, a su vez, nos pagaba a nosotros los artistas bastante bien por reproducciones. Podía permitirme el costear un segundo álbum.
—¿Seríamos un dueto?
—¡Yeah! ¡Un dueto!
—¡Podríamos llamarnos «Hacedores de Mundos» o algo así!
—Ni que fuéramos villanos o héroes —pensé un poco más—. ¿Qué tal solo «Wonderland»?
—Mhm... No.
—Mmm —rechisté.
—¿«Neverland»?
—Hum —dudé.
ESTÁS LEYENDO
Todas las promesas que murieron
Fiksi IlmiahJade odia complicarse la existencia porque sueña con ser una cantante reconocida en una industria monopolizada por inteligencias artificiales. En su camino tendrá que sobrellevar los matices de las vida: reencuentros inesperados, amigos que se queda...