23|| Revelación

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Tuve un déjà vu. De pronto, volví a estar en el hotel Lanz, esa primera vez que vi a Anthony en persona, en medio de la marea de personas desnudas y con la música a todo volumen. Pero el espacio en el que me encontraba en ese momento era mucho más íntimo y carnal, alejado de la diversión y el toque juvenil de la fiesta de Anthony. Las personas se paseaban desnudas mientras el fuego, que brotaba de una fuente en el centro del salón, esculpía nuestras figuras con luz y oscuridad.

No encontré a Anthony por más que traté de buscarlo detrás de los antifaces. Girard, esa persona de mal presagio, tampoco apareció. Ni siquiera pude divisar a la chica que parecía conocerme. Las personas se ocultaban en la seguridad de las esquinas, donde la sombra se volvía un acompañante más en sus encuentros íntimos. Y, solo cuando las llamas del centro se avivaban, veía los labios húmedos buscándose con desesperación; era la luz quien reemplazaba la compañía de la sombra, y era quien invitaba a las demás personas a unírseles a ese paraíso prohibido.

No sé cuánto tiempo estuve dando vueltas sin encontrar a nadie. Las paredes de concreto empezaban a sofocar el ambiente y mis miedos se avivaron. ¿Estaba Anthony en ese lugar? ¿Y qué demonios era ese lugar?

No me importaría encontrarme hasta con el propio Tobías en pelotas si eso significa encontrar una respuesta, pedí a la nada, llorando mentalmente.

Y mis plegarias fueron respondidas, aunque se no trataba de mi manager.

—¿Estás pérdida? —era la misma voz femenina.

Esta vez, giré a tiempo para tomarla del brazo. Era mi única esperanza y no dejaría que volviera a escapar. Una sonrisa iluminada por el fuego apareció, mirando mi agarre.

—¿Quién eres? —le cuestioné.

—Si quieres saberlo vas a tener que seguirme —cortó nuestra distancia para decírmelo cara a cara. Me perdí en sus intensos ojos azules, ella aprovechó mi titubeo para soltarse de mi agarre y deslizarse entre los invitados.

Su cabello rubio brillaba como una estela dorada, incluso en los recovecos más oscuros de ese vasto salón de piedra. La seguí hasta que llegó a una de las puertas que se extendía por un pasillo enmarañado. Estuvo a punto de cerrarme la puerta en la cara, pero logré empujarla con fuerza antes de que se cerrara por completo.

—¿Qué quieres? —volví a cuestionarla con una irritabilidad más visible.

Ella se sentó en el borde la cama, lo único que había en la habitación junto con un foco que lanzaba una luz ocre. Solo entonces me dio tiempo de apreciar la tela suelta y con encaje negro que cubría su cuerpo, ocultando las partes más íntimas.

—¿Quién eres? —Me acerqué con actitud decidida para intimidarla.

Pero lo única respuesta que obtuve fue una risa sonora. Contuve las ganas de gritar cuando me vi desde su perspectiva, sin duda, ir en ropa interior con unas pantuflas rosadas y antifaz era bastante ridículo.

—¿Me reconoces? —dijo al tiempo que se quitó al antifaz de perlas y decoraciones doradas. Dejó el objeto en la cama.

—¿Qué...?

Era aún más hermosa en persona, a pesar de la escasa iluminación que no hacía justicia a la intensidad de sus grandes ojos, envueltos en una sombra y delineador tan oscuros que le otorgaban un aura casi mágica.

—¡Kayleigh Abrahams!

Una expresión de satisfacción le cruzó el rostro cuando escuchó su nombre.

Tuve que tomar aire para procesar todas mis ideas. Era sin duda la noche más caótica de mi vida.

—¿De dónde me conoces?

Todas las promesas que murieronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora