Capítulo XI: Psicoanálisis gratuito

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Hayes

El evento había pasado terriblemente rápido, pero a la vez tan lento. Blair se había dejado de joder y me había ignorado durante todo el festival, saltando y gritando como loca junto a su amiga, mientras que Mike no dejó de conversar con Ethan. Literalmente me sentía el mal tercio, y era yo quien había venido con mi puto mejor amigo, habiéndolo organizado hace más de dos meses. Sam no había venido porque al idiota no le gustaban los festivales de música electrónica y se quedó descansando en la residencia, ya que durante toda la mañana el entrenador Wilson lo había tenido entrenando debido a que el idiota había ido a una fiesta la noche anterior y llegó jodidamente mal al entrenamiento.

La frustración burbujeaba dentro de mí mientras miraba a mi alrededor para tratar de pasar entre la gente. Ahora mismo, estaba molesto porque no solo se había arruinado mi salida con mi mejor amigo, sino que también tenía que llevar a la maldita insidiosa de Blair Di Laurentis a su casa. Sus quejidos detrás de mí resonaban en mis oídos y me hacía querer gritar.

Sí.

Jodidamente mátenme.

La noche no podía terminar peor.

—¿En serio, de verdad, me tengo que ir contigo? —preguntó Blair detrás de mí, mientras caminábamos hacia el estacionamiento del festival.

Inspiré profundamente y cerré los ojos.

—¿Podrías avanzar más rápido? —me giré hacia ella, quien arrastraba los pies y fruncía las cejas y la nariz como una niña pequeña a punto de hacer un berrinche.

Sus ojos esmeralda brillaban con una mezcla de desafío y cansancio, y su cabello oscuro ondeaba ligeramente con la brisa nocturna. Su corto vestido blanco, ahora arrugado y un poco sucio, reflejaba lo agitada que había sido la noche, haciendo contraste con su piel dorada brillante por el sudor.

—¿Por qué no me puedo ir en un Uber? —ignoró mis palabras y tomé el tabique de mi nariz entre el pulgar e índice cuando se detuvo y se cruzó de brazos.

La música del festival todavía retumbaba a lo lejos, acompañada de las luces intermitentes que iluminaban el camino irregular.

—Será porque, uno, has bebido, dos tus amigos me encargaron llevarte y tres ni siquiera hubieras podido pedir un Uber, está colapsado, cerebrito —enumeré rápidamente con voz cansada—. Además, si tus padres se enteran de que te dejé ir sola con un desconocido y bebida, me matarían.

Blair chasqueó la lengua, como si mis palabras fueran graciosas, y soltó una risa breve y sarcástica. Una espina de molestia me atravesó. Yo no solo lo decía por sus padres, lo decía también por mi. Ni aunque la odiara y me volviera jodidamente loco, la dejaría ir sola. Sobre mi puto cadáver.

—Mis padres te adoran más que yo, Hayes —comentó negando con la cabeza, sus labios formando una sonrisa torcida—. Así que no creo que algo así pasaría.

Negué con la cabeza y volví a tomar el tabique de mi nariz, comenzando a perder la paciencia.

—¿Podrías caminar, por favor, Blair? —le pedí, la irritación haciendo acto de presencia en mi voz—. Si dejas de quejarte y caminas, más rápido llegaremos a tu casa y no tendrás que verme la cara tanto tiempo si es eso lo que te molesta.

Blair entrecerró los ojos, analizándome, hasta que finalmente levantó las manos en señal de rendición y comenzó a caminar. Exhalé ruidosamente y me di la vuelta para retomar la caminata.

Miles de personas nos obstruían el paso, viniendo del lado contrario. Era complicado avanzar hacia mi auto, especialmente porque Blair caminaba como una tortuga, sus sandalias arrastrándose por el suelo. Finalmente, la tomé de los hombros, arrancándole un chillido, y la arrastré adelante mío mientras con una mano trataba de hacernos paso entre la gente. Las luces de los faros de los autos lejanos y las conversaciones a nuestro alrededor creaban un ambiente caótico.

Bad BehaviorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora