2. El destino siempre viste de hilos mágicos

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Cinco años más tarde

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Cinco años más tarde.

—¡No me puedo creer que vaya a bajar al abismo! —canturrea Rawen dando un giro sobre ella misma.

Cierro un ojo y apunto. Cierro el otro. Oigo los pasos de Rawen. El murmullo de los árboles. El latir de mi corazón vacío. Hueco y roto. O quizá más vivo que nunca por lo que se avecina. Lanzo. Al abrirlos, veo que he clavado la daga en el centro de la diana que hemos dibujado con bayas negras en un árbol del bosque. Ella me aplaude y sigue danzando enfundada en su vestido celeste. El sol del atardecer se esconde tras su silueta. Su cabello dorado refulge. Parece un ángel, lo contrario a mí.

Rawen es mi mejor amiga desde que mi padre me pidió que lo acompañase a la muralla para presentármela. Días antes me había contado que uno de los comerciantes de Khorvheim tenía una hija de mi edad. Al principio dudé de si sería capaz de mirarla a la cara sin desear atravesarle el pecho con mis dagas. Cuando nos conocimos y ella me contó sus sueños, lo tuve claro. Era valiosa. Tenía que esforzarme en ganarme su confianza.

No fue difícil, congeniamos enseguida.

La observo en silencio mientras voy a por la daga clavada en el árbol. Tiene la cara redonda, los mofletes rosados y unos ojos preciosos del color del océano que rodea nuestro reino. Me sonríe ingenua. Está contenta por el día de mañana, que se llevará a cabo la siguiente expedición al abismo. Bajará con la tropa de exploradores. Cree que el príncipe Khorvus formará parte de ellos porque, según ella, siempre es necesaria la Magia Prohibida dentro del abismo para cosechar la Flor de Umbra. Y solo hay dos personas en el Reino Khorvheim con sangre oscura: el Rey y él. Me ha contado que se imagina la remota posibilidad de que el príncipe se enamore de ella, yo solo puedo pensar en que ese abismo se trata del lugar perfecto para que un príncipe muera «accidentalmente» sin testigos ni condenas que me apunten a mí como la culpable. De sobrevivir a esa aventura y a la vez encontrar al amor de su vida. Tiene todo lo que me falta a mí: inocencia, ganas de vivir y un título de cartógrafa que será su billete para bajar al abismo mañana.

La compadezco.

—Entonces, ¿nadie conoce el rostro del príncipe?

—¿Otra vez con lo mismo? —Rawen deja de bailar y pone los brazos en jarra. Su dedo me señala mientras frunce el ceño—. ¡Ojalá! Ya habría ido a buscarlo.

—¿Y el nombre?

—Tampoco.

—Es extraño que tu reino no conozca el rostro ni el nombre de su futuro rey.

—Cuando consuma la Flor de Umbra, será el nuevo rey. Entonces, todos conocerán su rostro y...

—¿No deberías estar practicando para mañana?

—¿Mis tiros con arco o mis dotes de seducción? ¡Por fin podré conocerlo!

—Sí, sí —mascullo y desentierro la daga de un solo tirón—. Os enamoraréis locamente, comeréis perdices y luego serás un cadáver en las fauces de una bestia por soñar despierta.

©Piel de Cuervo (PDC) ROMANTASYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora