Me despierto con el único recuerdo claro que tengo de los días posteriores al asesinato de mi hermana: el día en que el Rey Kreus Khorvus se presentó en Mhyskard para ofrecer su más «sincera» disculpa. Traía consigo un anillo con esa piedra verde. La sangre me ebulló en menos segundos de los que habría tardado en lanzarme a él para quitarle la vida. Por eso elegí mantener la compostura entre el resto de las personas que observaban aquella escena en Palacio.
Me erguí como si quisiese enterrar los pies en el suelo y eso pudiese ayudarme a conservar la cordura. Como si mis ojos se estuviesen incendiando del propio infierno o las manos fuesen capaces de recordar el espesor de la sangre de Orna en mi piel. No sabíamos nada de la piedra que le habíamos visto portar desde siempre, porque en realidad no sabíamos prácticamente nada de ellos, pero padre se atrevió a preguntarle por el mero hecho de que solo abrí mi boca en días para suplicarle que lo hiciera. Necesitaba conocer la identidad del asesino de Orna para convertirme en su verdugo. Kreus abrió los ojos, sorprendido. Luego, los entornó de forma peligrosa y todo su rostro se arrugó al sonreír de la forma más espeluznante que jamás había visto.
«No está en venta, si es lo que le interesa. Solo hay tres en el mundo y pertenecen a la realeza de Khorvheim», zanjó con una voz ronca y abrasiva.
Es de madrugada. Hace apenas unas horas que acabó la noche de las plegarias y que pudimos volver a nuestros hogares para descansar un poco antes de la siguiente jornada. Yo solo he dormido los míseros minutos que me ha fallado la mente y se me han cerrado los ojos sobre los libros que no he dejado de estudiar desde que he llegado. Son los mismos en los que he ido anotando casi de forma obsesiva todo lo que me contaba Rawen acerca del abismo, de Khorvheim y de la Escuela de Cuervos durante estos años. Me río mientras me desperezo. Es absurdo, incluso tengo un plano dibujado a lápiz de ese dichoso castillo porque ella ha vivido ahí cuatro cursos y se lo conoce al detalle. Apilo los libros para guardarlos en las cajas que hay en la balda inferior de mi estantería, junto al tocador que padre me regaló en mi decimoquinto cumpleaños creyendo que yo aspiraría a ser una chica de vestidos y sueños románticos. Nunca lo he usado.
Busco la libreta que sí llevaré conmigo, un pequeño cuaderno de piel que les cambié a las brujas a cambio de la irracional comida que suele sobrar en casa porque las doncellas se empeñan en cocinar a todas horas a pesar de que padre pasa muchas horas en la muralla y yo en las montañas o entrenando en la formación. Lo encuentro, maldigo haber manchado de saliva una página al dormirme, y lo abrazo contra mi pecho. Será una de mis armas más poderosas. Lo que me ayudará a fingir ser alguien que no soy y a conocer un territorio que no es el mío. Lo meto en la mochila de cuero junto a las dagas antes de empezar a ordenar el dormitorio.
Después, delante del espejo me deshago del camisón y los pantalones de dormir, enfundo las piernas en un pantalón de cuero marrón oscuro, me abrocho la camisa blanca y me ajusto el corsé a la cintura. Decido portar la gargantilla de Rawen hasta el final. El rato en que me peino el cabello no le quito ojo a la carta que le he dejado escrita a mi padre sobre el escritorio. Por último, me cubro con una capa oscura hasta las rodillas.
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©Piel de Cuervo (PDC) ROMANTASY
Fantasy🖤PREMIO MEJOR HISTORIA EDITORIAL SUBMARINO🖤 Trece chicos y chicas están a punto de participar en una expedición rumbo a las profundidades malditas del Abismo. Solo hay un objetivo: cosechar la Flor de Umbra para el Príncipe Cuervo. O eso es lo que...