47. Las Fauces del Abismo

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Fauces del Abismo, 4113 aps (Escala de presión abisal)

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Fauces del Abismo, 4113 aps (Escala de presión abisal)

Una mañana de invierno, mientras Orna tarareaba la canción que siempre mantenía vivo el fuego de la aldea de las Seerhas, me contó cuál había sido el día más feliz de su vida.

«La noche en que te cogí en brazos por primera vez», pronunció con una mueca alegre, aunque sus ojos se empañaron de un brillo húmedo debido a la parte trágica de esa historia: mi nacimiento le provocó la muerte a nuestra madre. Sin embargo, ella solía ser así de generosa. Veía los milagros a través de las desgracias y era capaz de apreciar la belleza del atardecer por nefasto que hubiese sido el amanecer.

«La noche en que te cogí en brazos por primera vez».

Nunca pude decirle a nadie que el día en que cogí a Orna en mis brazos se convirtió en el más triste de la mía.

Estamos inmersos en la masa de niebla espesa que ha formado la lluvia en el cañón. El viento gélido me araña la piel, traspasando la ropa y cristalizando las gotas que aún golpetean sobre nuestras capas. Pronto el río también se va cuajando y el sonido del agua se vuelve un murmullo constante pero lejano. La dificultad con la que reman Kowl y Arvin nos confirma que tendrán que desistir en pocos minutos.

Como si existiese un velo invisible que separase el cañón de las Fauces del Abismo, de repente la bruma se disipa y la canoa se detiene a la orilla del río congelado. El nuevo paisaje que se extiende ante nosotros me deja sin aliento. Es un valle gigantesco, idéntico al Valle Antiguo, el primer nivel que pisamos del abismo, con la diferencia de que este lugar está completamente nevado. Los bosques de abetos ocupan las laderas de las colinas a cada lado. A lo lejos, las montañas se yerguen como titanes de hielo y roca, y sus picos afilados rasgan el cielo que ha dado paso a la noche en cuestión de minutos.

No, no es un cielo nocturno.

Siento un bombeo irregular en mi pecho cuando me percato. Esa oscuridad que se cierne sobre nosotros, salpicada de motitas titilantes que iluminan el valle de un azul iridiscente, no es la casa de los dioses que nos hablan a través de constelaciones.

Es el mismísimo agujero negro que tantas veces he observado desde la muralla.

El abismo al que saltamos.

Aquí no está en el suelo, sino en el cielo.

Y creo que solo unos pocos de nosotros lo sabían, porque Nevan lo contempla con una terrorífica fascinación dilatándole las pupilas.

—En cuanto bajéis de la canoa, la presión abisal en vuestros cuerpos cambiará —nos avisa Nadine—. No os asustéis por las sensaciones drásticas, en este nivel la falta de humedad es un poco... extrema.

—¿Y las directrices, Nadine? ¿Quieres que se pongan a jadear en cuanto pisen las fauces? —se queja Arvin dando un salto hacia la orilla.

—Las directrices son las siguientes —se adelanta Kowl con tono grave—. Preparaos. Controlad vuestras respiraciones y no habléis más de lo necesario u os deshidrataréis en cuestión de un par de horas. Tres chasquidos con los dedos significarán el avistamiento de una bestia, ¿entendido?

©Piel de Cuervo (PDC) ROMANTASYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora