46. No existe el llanto para las victorias

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Cañón Ahogado, 3373 aps (Escala de presión abisal)

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Cañón Ahogado, 3373 aps (Escala de presión abisal)

Vera regresa haciéndose pequeñita por el miedo. Pienso en tirar una piedra al otro lado del río, aprovechar el momento de confusión para gritarle que huya y enfrentarme a ellos dos yo sola. También podríamos escapar juntas, intentar sobrevivir hasta encontrar la salida del abismo por nuestra cuenta. O correr hacia nuestros compañeros y contarles las intenciones ocultas de Arvin de asesinar al Príncipe bajo órdenes del Rey. Sí, tendría muchas opciones si no tuviera planes. Si mi cometido no fuera vengar un asesinato.

Estoy aquí para arrebatar vidas, no para salvarlas.

Suspiro hondo. Por acto reflejo, empuño una daga y empiezo a deslizarla fuera del corsé, preparada para atacar si Arvin hace algún movimiento extraño o se dispone a desenfundar su arma en la cintura.

—¿Qué te escribieron en el apartado «observaciones»? —le pregunta a Vera.

—¿Cómo?

—Sí, joder. Sabes a qué me refiero —gruñe Arvin, exasperado—. Al graduaros con honores, os entregan un documento aparte donde exponen por qué atributos especiales os han elegido. Y no me mientas o acabarás en los calabozos cuando lo compruebe en el Consejo.

—Pensamiento espacial, capacidad analítica —dice agachando la vista a sus pies—, y excelente atención al detalle.

—No eres tan imprescindible, ¿no crees? —canturrea él mientras se aparta el cabello rubio del cuello para masajearse la zona—. ¿Tú qué opinas? ¿Eres imprescindible o no?

—Arvy, deja de jugar con ella —se interpone Nadine.

—Relájate, relájate. Solo son unas preguntas de rigor. Quiero satisfacer mi curiosidad y que la cartógrafa me cuente su opinión.

—Déjala volver con el grupo —espeta con voz severa.

De pronto, el rostro de Arvin se tensa, su expresión burlona da paso a una grave y hostil.

—Está bien, que se marche.

Vera inclina el mentón en señal de respeto antes de darles la espalda y el resoplido que empieza a escupir Nadine se transforma en un aliento ahogado cuando Arvin desenvaina la hoja curvada de su espalda y comprendo por qué tenía la mano ahí, tan lejos del arma en su cintura y tan cerca de la que pretendía empuñar. Me aferro a mis dagas para abalanzarme sobre él, pero en cuanto veo el movimiento familiar con el que blande la hoja curvada y traza un arco en el aire, todo mi cuerpo se congela. El tiempo se detiene.

Es él.

Lo reconozco. Lo reconozco cuando se aproxima a Vera de forma sigilosa y le cruza la espalda con el arma en un corte diagonal como hizo años atrás con Orna. Un grito de horror y rabia queda atrapado en mi garganta. La imagen de mi hermana cae ante mis ojos, superponiéndose con la figura de Vera como si el pasado y el presente se fusionaran, y un torrente de recuerdos se estrella contra mi mente: la noche en que me la arrebataron, su última sonrisa, la sangre en mi regazo, mi garganta incendiada por los gritos de dolor. Los músculos de mi cuerpo se niegan a moverse. Cada fibra de mi ser se desgarra. Estoy atrapada en una pesadilla recurrente.

©Piel de Cuervo (PDC) ROMANTASYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora