37. El precio del silencio

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Bosque de los Anhelos, 1426 aps (Escala de presión abisal)

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Bosque de los Anhelos, 1426 aps (Escala de presión abisal)

Toda mi vida he transmutado la desgracia en rabia.

La rabia en muerte.

No me avergüenza ser quien soy porque no necesito cumplir las expectativas de nadie, y el honor de mi hermana nunca fue el mío, así que cuando me topo con el semblante confuso de Mei, me abalanzo sobre ella como un animal, salvaje y por instinto. Me aprovecho del elemento sorpresa y utilizo toda la potencia de mi cuerpo para impactar mi hombro contra su abdomen a la vez que le agarro las piernas con ambos brazos. La tumbo al suelo. Sin embargo, las dos conocemos técnicas de combate, cuento con ello cuando Mei reacciona rápidamente y me atrapa con sus rodillas ejerciendo una fuerza opresiva en torno a mi cintura, pero evito que me luxe un brazo inmovilizándole ambas muñecas contra el terreno.

—Qué sorpresa, la heroína del grupo es una impostora —farfulla con dificultad para respirar. Tiene miedo, aunque también veo en sus pupilas dilatadas la satisfacción de creerme bajo su control—. ¿Quién más lo sabe? ¿Debería gritar tu secretito para averiguarlo?

Una sonrisa siniestra tira de mi boca. Me alegro de que su mente retorcida no se canse de demostrar lo insensata que es, porque eso me ayudará a machacar cualquier pizca de compasión que me quede en el alma.

—Me pregunto si los muertos pueden gritar —musito.

—Pregúntales a los tuyos. —Su voz maliciosa se cuela en mi cabeza—. Dime, ¿a quién has visto?

El momento de vacilación durante el que revivo la cruenta imagen de Orna me hace rebajar la fuerza con la que le sujeto las muñecas. Saca ventaja de que ambas estamos embadurnadas de la tierra húmeda del entorno y desliza con rapidez su piel bajo mis manos para empujarme las costillas. Al girarse lateralmente, sus piernas me derriban al suelo y se libera por completo de mi agarre. No obstante, en cuanto se incorpora en un intento por huir de mí, afianzo mis brazos a la pierna que tengo a mi alcance y la devuelvo al suelo. Se revuelve ágil dándose media vuelta y quedando bocarriba, cara a cara, pero antes de que pueda emplear otra técnica, me coloco a horcajadas sobre ella y desenvaino una daga de mi corsé.

El filo de mi arma aprisiona el cuello de Mei contra el suelo.

—¿Qué vas a hacer? ¿Matarme? —Escupe una carcajada ahogada por la presión de la hoja.

No permitiré que juegue conmigo como lo hace con Dhonos. Si se piensa que soy una muchacha misericordiosa o que ganará tiempo mientras decido qué hacer con ella, le ahorro las dudas deslizando la hoja de manera superficial por su piel. El terror comienza a arremolinarse en sus ojos. Una gota de sangre le resbala hacia la parte posterior del cuello a la vez que entorna los párpados en una mezcla de vacilación y furia.

—¿Es eso lo que eres? ¿Una asesina?

A pesar de que me sobran ganas para mandar a Mei al infierno, no puedo sacarme de la cabeza la advertencia del cuervo de anoche: «Cuida tu elección, puede que halles al amigo en el rostro del enemigo». Tampoco tengo tiempo para meditar qué consecuencias tendrá la decisión que tome.

©Piel de Cuervo (PDC) ROMANTASYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora