26. Eko telem tekhalt

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Arcos Perdidos, 910 aps (Escala de presión abisal)

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Arcos Perdidos, 910 aps (Escala de presión abisal)

El susto que nos hemos llevado al oír el grito de Mei no tiene punto de comparación con el retortijón que me sacude el estómago cuando llegamos al dormitorio y los vemos reunidos en una extensión que sobresale de la habitación parecida a los balcones típicos de las casas nobles de Mhyskard. Una barandilla de cristal rodea el balcón y nos separa del vacío. Todos están de acuerdo en que hemos encontrado la ruta alternativa.

Ni más ni menos que escalar al balcón de arriba.

No hay momento para las dudas ni para discutir si es mejor trepar el exterior del arco o atravesar un agujero en la estructura, mis compañeros se dispersan enseguida en busca de cualquier herramienta que nos facilite esta locura. La cuerda que conectaba aquel armario a la pared podría servir. Corro hasta la cocina y ahí está, el mismo mueble en el mismo rincón, como si las casas fueran réplicas las unas de las otras. Lo retiro, luego desenvaino una daga y corto la cuerda. Descubrir que el interior está repleto de hilos de cobre, el metal con el que acuñamos nuestras monedas en Mhyskard, me hace cuestionarme qué tipo de nobles ricos habitaban estas casas como para poder permitirse fabricar cuerdas de cobre. Arrugo el ceño, desconcertada, y niego con la cabeza intentando centrarme en la misión. La comparo con mi metro casi setenta de estatura; me sobrepasa por medio metro, así que la doy por válida. Examino la parte trasera de los muebles que pueden retirarse de la pared, también del televisor, y voy cortándolas y trenzándolas mientras veo a mis compañeros hurgando en cajones atiborrados de enseres personales sin valor alguno. El único que está hurgando en el interior de su mochila es Tyropher. Una sonrisa le tira de los labios.

No me jodas.

—Tyropher.

—Xilder —me corrige levantando su mirada.

—Dime que no lo has traído.

—¿El qué?

—Sabes a qué me refiero—espeto tensando las cuerdas entre mis manos.

—Estoy pensando en que quizá podría ayudarnos a...

—No me jodas, Tyro —mascullo mordiéndome la lengua para no sembrar más miedo del que ya se respira en el grupo.

—¿Qué problema tienes con el Coranchín? —inquiere a la defensiva, cierra la mochila y se la cuelga al hombro como si quisiese proteger al bicho de mí—. No ha supuesto ninguna amenaza hasta ahora.

—Tú lo has dicho, hasta ahora. ¿Pretendes arrastrarlo con nosotros hasta que muera alguien por su culpa?

—No permitiré que eso ocurra.

Por la forma en que aprieta los labios en una línea recta sé que no está seguro de las consecuencias de sus acciones. Me arde la sangre. Este chico estúpido está poniendo en peligro a toda la tropa. Debemos quitarle la mochila, tirarla por el precipicio, deshacernos de esa criatura de los demonios. Miro a mi alrededor, después a él.

©Piel de Cuervo (PDC) ROMANTASYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora