Capítulo trece.

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—¿Puedo tener un perrito?

Abraham deja de escribir en su laptop para levantar la vista hacia Lindsay que se ha detenido frente a él en la sala, yo recargo mi hombro en el marco del inicio del pasillo para observarlos.

—¿Quieres uno?

—Sí —Ella asiente efusivamente y se balancea sobre sus pies, en su pijama blanco estampado de pequeñas manzanas luce adorable—. Es café y muy peludo y ella me lo va a dar...

—¿Quién? —Casi puedo ver el ceño de Abraham fruncirse a pesar de que en realidad no estoy viendo su rostro.

—Heather necesita que cuiden a su mascota mientras está de viaje, se la ofreció temporalmente a Lindsay por videollamada —informo desde mi lugar y él me mira por sobre su hombro.

—¿Eso no es peligroso?

—¿A qué te refieres?

—Lindsay puede encariñarse y no querer devolverla —murmura, balanceo la cabeza vacilante.

—Es una probabilidad, aunque ya Heather asumió que voy a cuidar su mascota ¿Tienes algún problema con eso?

—No lo creo —Se encoge de hombros y Lindsay aplaude para atraer su atención.

—¿Pero puedo tener uno?

—Ya veremos cómo te va con el de Heather. Dependiendo de cómo te vaya con ese te conseguiremos uno propio ¿bien? —Él levanta un hombro esta vez, bajando la vista a su laptop. Lindsay frunce los labios.

—¿Cuando?

—Después —Ella cruza sus brazos luciendo poco convencida mientras lo observa —. ¿No es un poco tarde para que estés despierta ya?

—Quiero ver sirenita —Ladea la cabeza.

—Es tarde, vas a dormirte antes de llegar a la mitad de la película.

—No voy a dormir, no tengo sueño —Su ceño se frunce mientras lo observa a la defensiva—. Isabella dijo que la vamos a ver.

—Ah, ¿sí? —Me acerco inclinándome desde atrás a su izquierda sobre el respaldo del sofá.

—Sabes que no se va a ir a dormir tan fácil, se quedará dormida a mitad sí, pero es contra su voluntad —murmuro y Abraham gira el rostro para mirarme arqueando una de sus cejas.

No calculé la distancia cuando me acerqué por lo que su rostro ahora está lo suficientemente cerca como para que pueda contar un par de pecas sobre su nariz y tres lunares cerca de su barbilla en camino a su cuello.

—¿Así que estás manipulándola? —murmura y yo me encojo de hombros paseando mi lengua sobre mi labio inferior.

—Mientras sea por su bien no estoy condenada —respondo, Lindsay comienza a hablar sobre algo que apenas entiendo mientras le sostengo la mirada a Abraham, demasiado cerca antes de enderezarme para rodear el sofá al tiempo que la niña se sube.

El favor más dulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora