Capítulo 1

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JongIn

Cuando tu mujer muere, se espera que sientas tristeza y desesperación, pero yo solo sentí rabia y resentimiento al ver el ataúd descendiendo en el interior de la tumba.

Jihyo y yo llevábamos casados ocho años. El día de nuestro aniversario, la muerte acabó con nuestro matrimonio. Un final adecuado para una relación que había estado condenada desde el principio. Tal vez fuera cosa del destino que ese fuese el día más caluroso del verano: el sudor perlaba mi frente y mis sienes, pero no parecía que las lágrimas fueran a unirse a la fiesta.

Mi padre me apretó el hombro. ¿Para evitar derrumbarse él o para que no lo hiciera yo? Su piel se había tornado pálida desde su tercer infarto, y la muerte de Jihyo tampoco había ayudado. Me miró a los ojos, preocupado; los suyos estaban nublados por cataratas. Parecía más marchito a cada día que pasaba. Y, cuanto más se debilitara él, más fuerte tendría que ser yo. Si parecías vulnerable, la mafia te comía vivo.

Le dediqué un ligero asentimiento y me volví de nuevo hacia la tumba con expresión imperturbable.

Todos los segundos de la familia estaban presentes. Hasta Byun BaekHyun, nuestro capo, había venido desde Nueva York con su omega. En los rostros de todos, el gesto solemne: máscaras perfectas, como la mía. No tardarían en venir a darme el pésame, a susurrarme falsas palabras de consuelo, tan pronto como los rumores acerca de la prematura muerte de mi esposa comenzaran a propagarse.

Me alegraba que ni JiHye ni Minji fueran lo bastante mayores para entender nada de lo que se decía. No eran conscientes de que su madre había muerto. Con dos años, JiHye ni siquiera alcanzaba a comprender el significado y la extensión de la palabra muerte. Y Minji... se había quedado sin madre con tan solo cuatro meses de edad.

Una nueva oleada de furia recorrió todo mi cuerpo, pero logré apaciguarla. Pocos de los hombres que me rodeaban eran amigos; la mayoría solo buscaba en mí algún indicio de debilidad. Yo era un joven segundo de la mafia; demasiado joven a ojos de muchos, pero BaekHyun confiaba en mí para gobernar Seúl con mano dura. Y yo no iba a decepcionarlo; ni a él, ni a mi padre.

Tras el funeral, nos reunimos en mi mansión para el almuerzo. Nayeon, la asistenta, me tendió a Minji. La pequeña se había pasado toda la noche llorando, pero en ese momento dormía profundamente en mis brazos. JiHye se aferró a mi pierna, confusa y perdida. Era la primera vez que buscaba mi cercanía desde la muerte de Jihyo. Sentía las miradas de compasión sobre mí y a mi alrededor. Solo, con dos niñas pequeñas, un segundo tan joven...; todos buscaban lo mismo: cualquier grieta en mi fachada, por mínima que fuera.

Mi madre se acercó con una sonrisa triste y tomó a Minji de mis brazos. Se había ofrecido a cuidar de mis hijas, pero tenía sesenta y cuatro años y ya se ocupaba de mi padre. Mis hermanas se congregaron a nuestro alrededor y arrullaron a JiHye. Jeongyeon la cogió en brazos y la estrechó con fuerza contra su pecho. Ellas también me habían ofrecido su ayuda, pero todas tenían hijos propios a los que cuidar y, a excepción de Jeongyeon, tampoco vivían cerca.

—Se te ve cansado, hijo —comentó mi padre con voz queda.

—No he podido dormir mucho estas últimas noches.

Desde la muerte de su madre, ni JiHye ni Minji habían dormido más de dos horas seguidas a la vez. La imagen del vestido ensangrentado de Jihyo cruzó mi mente, pero la aparté enseguida.

—Deberías buscar otro omega para tus hijas —dijo mi padre, que se apoyaba pesadamente en su bastón.

—¡Younghoon! —exclamó mi madre por lo bajo—. Acabamos de enterrar a Jihyo...

Él le palmeó el brazo, pero me miró a mí. Sabía que yo no necesitaba llorar a Jihyo, pero debíamos mantener el decoro. Eso sin mencionar el hecho de que yo no estaba muy seguro de querer a otro omega en mi vida. Sin embargo, lo que yo quisiera era irrelevante. Todos y cada uno de los aspectos de mi vida habían sido dictados por férreas reglas y tradiciones.

Tentación | KaiSooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora