KyungSoo
Papá Changbin me había dejado muy claro que no conocería a JongIn hasta que nos presentaran formalmente durante la cena. Se suponía que yo debía quedarme en mi cuarto toda la tarde, mientras mis padres y mi futuro marido discutían acerca de mi vida, como si yo fuese una cría de dos años sin opinión. Sin voz ni voto.
Salí a hurtadillas de mi cuarto al escuchar el timbre. Llevaba una camiseta blanca sin mangas amarilla. Iba descalzo, de modo que no hice ruido cuando, de puntillas, me dirigí al rellano superior para evitar así los escalones que crujían.
Me arrodillé para hacerme pequeño y espié a través de la barandilla. Por el murmullo de voces, supe que mis padres estaban charlando de cosas insustanciales e intercambiando cortesías varias con dos hombres. Papá Felix entró en mi campo de visión con su sonrisa oficial y seguido de mi padre Changbin, que irradiaba felicidad. Aparecieron entonces los otros dos.
No me costó adivinar cuál de ellos era JongIn. Superaba en altura a papá y al otro hombre. Entonces comprendí por qué lo comparaban con BaekHyun: era alto y fornido, y el traje de tres piezas azul oscuro lo hacía parecer aún más imponente. Su expresión parecía de acero, fría e insondable. Ni siquiera el pestañeo exagerado de mi papá Changbin logró arrancarle una sonrisa. Por lo menos su acompañante sí que parecía querer estar aquí. JongIn no se veía mayor. Se le intuían los músculos, incluso a través de las varias capas de ropa. Su rostro anguloso lucía una oscura barba incipiente dejada a propósito, no por descuido ni por falta de tiempo.
JongIn era un hombre adulto, un hombre tremendamente imponente y poderoso. Yo apenas había terminado el instituto. ¿De qué se suponía que íbamos a hablar?
Me encantaba el arte moderno, dibujar y hacer pilates. Dudaba que aquello le interesara a un hombre como él. Probablemente, la tortura y el blanqueo de dinero fueran sus pasatiempos favoritos. La angustia se aferró a mis entrañas. En menos de cuatro meses, tendría que acostarme con ese hombre, con ese desconocido. Con un hombre que tal vez había conducido a su esposa a la muerte.
Sentí un ramalazo de culpa: estaba presuponiendo cosas. JongIn había perdido a su mujer y ahora tenía que encargarse de sus hijas él solo. ¿Y si estaba de luto? Aunque no lo parecía.
Teniendo en cuenta que los hombres de nuestro mundo aprendían desde pequeños a ocultar sus sentimientos, su inexpresividad no significaba nada.
—¿Por qué no vamos a mi despacho, nos tomamos una copa de buen coñac y hablamos del matrimonio? —propuso papá Felix, que señaló el pasillo.
JongIn asintió.
—Voy a asegurarme de que todo vaya bien en la cocina. Nuestro chef está preparando todo un festín para esta noche —dijo padre Changbin, entusiasmado.
Tanto JongIn como su acompañante le dedicaron una sonrisa de cortesía.
¿Aquel hombre sonreiría de verdad alguna vez, con los ojos y el corazón?
Esperé a que todos desaparecieran de mi campo de visión antes de bajar corriendo y meterme en la biblioteca contigua al despacho. Pegué la oreja a la puerta que conectaba con este para escuchar la conversación.
—Esta unión nos beneficiará a ambos —empezó papá.
—¿Ya le has contado a KyungSoo lo del enlace?
Oír mi nombre pronunciado por la voz grave de JongIn por primera vez me aceleró el corazón. Lo oiría decirlo durante el resto de mi vida.
Papá se aclaró la garganta. Aun sin verlo, sabía que estaba incómodo.
—Sí, anoche.
—¿Y cómo reaccionó?
—Es consciente de que casarse con un segundo es todo un honor.