JongIn
Cerré la puerta frente al semblante aterrorizado de KyungSoo antes de volverme hacia BaekHyun, que seguía con la pistola en la mano. Pese al impulso casi irresistible de desenfundar yo también la mía, no lo hice. Respetaba a BaekHyun y él me apreciaba a mí más que a cualquier otro de sus segundos. Aunque eso no significaba que no fuera a matarme. No había hombre o mujer en este mundo al que BaekHyun fuese incapaz de matar, salvo, quizás —y solo quizás—, su mujer y sus hijos.
—Me mentiste sobre Taeyong.
—No te mentí. Omití parte de la verdad.
BaekHyun torció el gesto de forma peligrosa.
—Algunos dirían que omitir parte de la verdad es mentir.
—La única opinión que a mí me importa es la tuya.
BaekHyun se me acercó. La pistola seguía colgando de su mano de un modo relajado. Aquella imagen podría haber engañado a cualquiera que no conociera a BaekHyun como lo conocía yo. BaekHyun era un asesino nato. Pocos hombres eran tan peligrosos como él, con y sin pistola.
—Si eso fuera cierto, me lo habrías contado todo cuando te pregunté.
Asentí.
—Taeyong era mi soldado. Cuando lo maté, fue bajo la ley de Filadelfia.
—Filadelfia es mía, JongIn. Todo el este es mío. Tú y mis otros segundos gobernáis mis ciudades en mi nombre. No lo olvides nunca.
—No lo hago. Pero tú confiaste en mí para gobernar Filadelfia como mejor me pareciera, y sabes que lo hago bien. No esperas que te comunique cada mínimo incidente. Confías en que yo mismo me ocupe de ellos.
—Espero que me informes cuando hay un traidor en la famiglia.
—Taeyong era un topo.
—¿Lo era? ¿O era solo el hombre que se follaba a tu mujer?
De tratarse de cualquier otro, ya lo habría atacado. Sofoqué la rabia.
—Era ambas cosas. El vicepresidente de la filial de los Tartarus MC en Filadelfia al que descuarticé me reveló que tenían un contacto, y su descripción encajaba con la de Taeyong.
—¿Conseguiste sacarle una confesión?
—Es lo que tendría que haber hecho —admití mientras le sostenía la mirada—. Cuando regresé a casa después de atacar el club, encontré a mi esposa, embarazada y desnuda, cabalgando sobre mi cuñado, su medio hermano, bajo mi techo y con mi hijo pequeño abajo pensando que estaban jugando a algo. Cuando me encaré a Taeyong, él alardeó de habérsela follando desde el primer día de nuestro matrimonio y de que mis hijos no eran realmente míos. Lo golpeé hasta la muerte con mis propias manos, le rompí cada puto hueso del cuerpo, le destrocé la cara de insolente hasta que los ojos se le salieron de las cuencas, y volvería a hacerlo de nuevo.
BaekHyun asintió porque los arrebatos de celos eran algo que él comprendía demasiado bien.
—¿Mataste a Gaia?
—No. Ni siquiera me lo planteé —respondí—. Se suicidó, tal como te dije. Lo echaba demasiado de menos.
El dolor del pasado no apareció esa vez. Gaia formaba parte de él. KyungSoo era mi presente y mi futuro. Me había enseñado lo que era amar a un hombre con tanta fuerza como quería a mis hijos.
BaekHyun enfundó la pistola.
—Espero que mis hombres me digan siempre la verdad.
—No quería que nadie se enterara de que Gaia me había sido infiel. Algunos lo hicieron, por supuesto, y su reacción ya fue lo suficientemente mala.