KyungSoo
Me dolía el pecho al pensar en el encuentro de JongIn con Jihye esa mañana. Había visto el dolor reflejado en los ojos de mi marido ante la reacción de su hija con él. Tenía que ayudarlos de alguna manera, pero primero tenía que averiguar por qué Jihye se comportaba así. Por algún motivo, no me imaginaba a JongIn haciéndole daño a su hija de ninguna forma. Era perfectamente capaz de llevar a cabo los actos más depravados imaginables; los rumores sobre sus prácticas en el trabajo habían llegado hasta mis oídos en Busan, pero, por cómo miraba a sus hijas, era evidente que las quería. No, tenía que haber pasado algo entre ellos. Me daba la sensación de que era algo relacionado con Jihyo, lo cual era un problema, porque JongIn se negaba a hablar de ella. Jihye no hablaba en absoluto, y no estaba muy segura de que mencionarle a su madre fuera una decisión inteligente. Me dirigí a la cocina con Minji en brazos y Jihye siguiéndome de puntillas. Tenía la cara llena de churretes porque no había encontrado la tableta. Yo la había visto en lo alto de la estantería de su cuarto, pero había decidido no dársela: tenía que aprender a entretenerse sin esa cosa. Aquella obsesión con la tecnología no era sana.
Nayeon estaba preparando gofres. La cocina olía a vainilla y a masa caliente.
Shownu y Wonho no habían llegado todavía, pero sabía que estarían en algún lugar de la casa, de lo contrario, JongIn no se habría marchado. Lulú se deslizó bajo la mesa, probablemente con la esperanza de repetir lo de la mañana anterior, pero los dulces no eran buenos para los perros. Me aproximé a Nayeon mientras Jihye se arrodillaba frente a la mesa para observar a Lulú.
—Deja que sea ella la que venga a ti, Jihye. Es tímida, pero al final se acercará. Dale tiempo, ¿vale?
Ella asintió, distraída, pero no se movió.
—¿Podrías preparar también un poco de beicon?
—¿Para el perro? —adivinó Nayeon.
—No quiero obligarlo a comer. No cuando todavía no confía en mí. Y esta es la única manera de que se coma el desayuno.
Asintió con la cabeza. No parecía del todo convencida, pero, aun así, sacó el beicon de la nevera.
—Gracias.
Wonho no tardó en unirse a nosotros, pero Shownu seguía sin aparecer. Para mi sorpresa, se sentó junto a mí. Y, como el día anterior, su sonrisa no se hizo esperar, sus miradas fueron un poco demasiado íntimas y su brazo rozó el mío en un par de ocasiones «por accidente».
No fui la única que reparó en ello, porque Nayeon lo fulminó con la mirada.
Ignoré todo aquello, no muy seguro de cómo debía proceder. Mi plan para conseguir que Jihye comiera funcionó como lo había hecho el día anterior. Lulú recibía un trocito de beicon por cada trozo de gofre y plátano que comiera Jihye. A mi modo de verlo, era una situación beneficiosa para ambos, y Lulú, por supuesto, estaba de acuerdo conmigo.
—He pensado que podríamos salir todos a pasear, así Lulú vería sitios nuevos —le dije a Jihye.
Ella asintió enseguida y su emoción prendió la mía propia.
—Suena bien. Hace buen tiempo y no hace demasiado frío. Conozco un parque no muy lejos de aquí —comentó Wonho.
—Genial. —Me levanté—. ¿Por qué no te adelantas y vas preparándolo todo mientras yo hablo un momento con Nayeon?
Wonho nos miró antes de ponerse en pie y salir.
Llevé los platos al fregadero, donde Nayeon frotaba la sartén.
—Tú trabajaste aquí desde el día uno del matrimonio de JongIn con Jihyo, ¿verdad? —le pregunté en voz baja, para que las niñas no me oyeran.
No lo sabía a ciencia cierta, pero su expresión confirmó mis sospechas.