KyungSoo
Pasamos nuestras primeras vacaciones de verano juntos en la casa de la playa. Era principios de junio y el sol brillaba con fuerza. El pronóstico del tiempo auguraba varios días sin lluvia. JongIn se había tomado una semana libre, cosa que no lo liberaba de tener que regresar en caso de emergencia, pero yo estaba entusiasmado ante la oportunidad de pasar unas vacaciones en familia en la playa.
Le puse a Minji un bikini con volantes y girasoles, unas gafas de sol monísimas y un gorrito de paja. Mi short de playa también tenía girasoles, íbamos conjuntados. Jihye llevaba su bikini favorito de Supergirl.
JongIn en bañador era un regalo para la vista. Llevó a Jihye al agua mientras Minji y yo mojábamos los dedos de los pies en el Atlántico. Yo prefería el agua templada, así que no entendía cómo podía gustarles bañarse en el puro frío. Minji era de mi misma opinión, porque chillaba cada vez que las olas le tocaban los deditos. Miró hacia arriba con alegría al levantar los brazos hacia mí.
—Brazos, papi.
Cada vez que me llamaba «papi» me daba un vuelco el corazón. A veces me llamaba KyungSoo cuando intentaba imitar a Jihye, pero le costaba pronunciar mi nombre. Al principio, que ella me llamara papi había confundido a Jihye, pero, después de explicarle que yo no estaba intentando reemplazar a su madre y que aquello era solo una muestra de lo mucho que las quería y lo mucho que me importaban, pareció estar conforme.
Mientras abrazaba a Minji contra mi pecho, contemplé a JongIn llevar a Jihye sobre los hombros. Cualquiera que los viese sabría que eran padre e hijo; no por el parecido físico, sino por cómo se comportaban el uno con el otro. Era precioso. Lulú ladraba como una loca a mi lado, enfadada porque JongIn y Jihye no estuvieran a su alcance, pues no le gustaba nada el agua.
—¡Papá! —llamó Minji, que extendió los brazos.
JongIn salió del agua y dejó a Jihye en la arena. Lulú lo inspeccionó como si le preocupara que el mar le hubiera hecho algo. JongIn cogió a Minji en brazos y me dio un beso antes de volver al agua.
Jihye correteaba por la orilla y Lulú la seguía de cerca, todavía ladrando. Le había vuelto a crecer el pelo y ahora era la bolita de pelo más suave y adorable del mundo.
—¡No tan rápido! —les advertí cuando ambos se descontrolaron.
Entonces Jihye tropezó y cayó estrepitosamente. Salí corriendo hacia ella. Lulú ya le estaba lamiendo la cara. Me arrodillé a su lado. La niña se abrazaba la rodilla y lloraba. Había caído sobre una piedra y sangraba por un corte que se había hecho algo por debajo.
—No pasa nada. Vamos a curarte.
La sombra de JongIn cayó sobre nosotros. Me tendió a Minji y se llevó a Jihye a la casa, que logró calmarse en los brazos de su padre.
Afortunadamente, la herida no necesitó puntos. JongIn la limpió y la cubrió con una tirita, sin dejar de hablarle a Jihye en voz baja y tranquilizadora.
Jihye dejó de llorar. Siempre que estaba con su padre, trataba de comportarse como una alfa hecha y derecha. JongIn le palmeó la cabeza.
—¿Quieres un polo? —le pregunté.
Ella se mordió el labio, bajó la mirada hacia el sofá y arrastró los pies.
—¿Jihye? —Me puse en cuclillas frente a ella para tratar de averiguar qué le pasaba. Ella me sorprendió echándome los bracitos al cuello—. Oye, ¿estás bien?
Lo abracé con fuerza contra mi pecho sin saber por qué necesitaba de repente mi cercanía, pero estaba más que dispuesta a dársela.
—Papi —susurró.