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Visenya desmonto a Caníbal totalmente furiosa

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Visenya desmonto a Caníbal totalmente furiosa.

Balerion y Caraxes la habían perseguido hasta que ella bajo de los cielos.

Desde arriba pudo observar la llegada de la futura esposa de su hermano, Lady Arryn. Ella no pudo evitar ponerse aún más furiosa.

—Visenya.

—Deja de nombrarme.—Siseo molesta.

—¿Podemos hablar?

—No, no podemos, ve con tu prometida.

Daemon soltó una carcajada mientras palmeaba la espalda de su hermano y los dejaba solos.

—Traidor.

—Visenya...—La tomó por los hombros deteniendo su andar furioso.

—Me has menospreciado de todas las formas posibles.—Dijo con los ojos inundados en lágrimas.—Pero no más.

—Yo... nunca fue mi intención.

—No, claro que no...—Limpió las lágrimas que empezaban a sucar sus mejillas.

—El Rey me pidió esta boda, Visenya.—Su mano acunó su mejilla.—Yo... es mi deber como heredero de nuestro padre.

—Sí, tu deber.—Dijo ella.—¿Qué será de mi cuando me obliguen a desposar a alguien que no amo? 

—Es el precio que hay que pagar por portar la sangre de dragón.

Visenya se alejó de su toque como si este ardiera en llamas.

—No, la sangre de dragón no se amilana contra nada ni nadie.—Dijo ella.—Solo eres un... no sé que clase de Rey serás.

— ¿Y tú?—La detuvo cuando intento irse.—¿Dejarás la espada y los torneos a cambio de una cama de partos? ¿Dejarás de volar en Caníbal por mecerlos y amamantarlos?¿Cambiarías...?

—¡SÍ! ¡MALDITA SEA, SÍ!—Espetó la joven frente a él.—¡SERÍA UN PLACER PARA MI LLEVAR A TUS HIJOS!—Lo empujó mientras estallaba en un mar de lágrimas furiosas.—Sería... un placer que me ames tanto como yo a ti.

Viserys la vió irse totalmente furiosa, la necesidad de ir a ella y tomarla entre sus brazos fue inevitable pero no podía hacerlo, no en aquel momento, al menos.

Visenya era, sin duda alguna, su única debilidad, no podía negar que él mismo esperaba que su abuelo le ofreciera su mano en matrimonio, era su única hermana y crecieron creyendo que su unión sería un hecho, pero eso nunca llegó.

Viserys restregó sus manos contra su rostro antes de tomar el otro carruaje e ir camino hacia el castillo.

—Su alteza.—Dijo su guardia jurado al verlo llegar.—Lo esperan en el Salón de Banquetes.

—Iré a cambiarme de ropa, apesto a dragón.

Su guardia, quien probablemente era incluso más joven que él, lo siguió de cerca deteniéndolo únicamente cuando no hubo nadie cerca.

—La doncella de la princesa Visenya me informó que ella está... sacando sus cosas de su habitación, su alteza.—Dijo él.— Que no quiere verlo más cerca de ella.

Viserys cerró los ojos antes caminar hacia la torre de su hermana y entrar.

Visenya se encontraba con la única doncella que no había botado de su servicio recogiendo las cosas que llevaban permaneciendo en los aposentos de la joven cómodamente durante varias lunas.

—¿Qué haces?—Preguntó Viserys cuando la vió poner su ropa de dormir, que descansaba en un rincón de la cama, en la cesta que sostenía su doncella.

—Reuno tus cosas, está claro.

—¿P-por qué?

—Tu prometida está aquí, ¿pretendes que siga compartiendo mi cama contigo?

Sabía que había actuado mal, llevaban compartiendo  sus aposentos cada noche desde su último día del nombre, si bien nunca le faltó el respeto ellos llevaban un vida entrelazada desde hacía varias lunas.

—Solo unas noches más.

—No.—Negó.

—¿Por qué no?

La joven miró al guardia y la doncella antes de responder.

—¿Pretendes que duerma con ustedes en su noche de bodas también?

Viserys tomó la cesta arrebatándola de las manos de la doncella.

—No me iré.

—Le diré a padre.—Dijo la joven sin titubear.—Que has dormido en mis aposentos cada noche.

Viserys tomó su mano.

—Se razonable.

—Lo estoy siendo, nunca debimos... iniciar esto, ahora te casarás y a mi me prometerán con cualquier lord con suficiente poder, tu mismo lo has dicho, es nuestro deber.

—Largo, fuera.—Ordenó sin voltear a mirar a su guardia y a la doncella.

Cuando la puerta se cerró no dudó en tomar el cabello de Visenya de forma ligeramente agresiva para atraer sus rosados labios a los suyos.

 Era un beso agresivo y caliente, dos dragones luchando por el poder, era, sin duda alguna, una batalla.

Visenya suspiró entre sus brazos aceptando su derrota, mientras con sus manos acarició su cuello y sus hombros de donde se sostuvo cuando Viserys la levantó para pegarla a la pared.

—Eres mía...—Le dijo contra sus labios.—Y yo soy tuyo.

—¿Qué harás? ¿Nombrarme amante oficial?—Dijo entre ruiseña y furiosa.

—Iremos a Roca Dragón y te haré mi mujer.—Dijo mientras metía sus manos dentro del traje de montar.

Visenya jadeó incapaz de romper el contacto.

—Tu prometida está en el salón esperando por ti.

—Yo solo sé que tengo a mi mujer aquí  entre mis brazos.


Cuando Bailan Los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora