Capítulo 15: Dudas y Destellos.

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El sol apenas comienza a asomarse por el horizonte cuando me despierto. La tenue luz del amanecer se filtra a través de las ventanas de mi humilde cabaña, iluminando suavemente el interior. Me levanto y me preparo para el día, sintiendo una mezcla de anticipación y nerviosismo. Hoy es día de mercado, pero mi mente sigue enredada en los recuerdos del encuentro con el padre Edmund. Sus ojos intensos, su voz suave pero firme... ¿Habrá algo más detrás de su extraña preocupación por mí?

Después de vestirme y rezar en mi pequeño altar, salgo hacia el mercado. El sendero polvoriento parece más largo hoy, cada paso resonando con las preguntas no resueltas que me atormentan. La cercanía con el padre Edmund ha despertado emociones que prefiero no confrontar, ilusiones que con cada hora crecen, que están ahí, latentes.

Al llegar al mercado, el bullicio y los colores vivos de siempre contrastan con mi estado interno. Intento concentrarme en las compras, pero mis pensamientos siguen volviendo a él, a la tensión en su mirada, a las palabras no dichas.

Me sumerjo en la multitud, tratando de ignorar como siempre las miradas curiosas y los susurros a mi alrededor. Me esfuerzo por mantener la cabeza alta y los hombros rectos mientras selecciono cuidadosamente los productos que necesito para la semana. Mis brazos se van llenando con bolsas de frutas, verduras y otros suministros.

De repente, el peso se vuelve insoportable. Siento cómo las bolsas resbalan de mis manos y, antes de poder reaccionar, varias cosas caen al suelo con un ruido sordo.

—¡Maldita sea! —murmuro entre dientes, agachándome rápidamente para recoger todo antes de que alguien lo pise.

Una mano se adelanta y recoge un par de manzanas antes que yo. Al levantar la vista, me encuentro con los ojos del padre Edmund, mirándome con una expresión que de verdad me gustaría comprender para no tener esta revoltura de sentimientos.

—Padre Edmund. —balbuceo, sintiendo mi corazón latir con fuerza en mi pecho debido cómo esa extraña tensión se cierne entre nosotros. —Gracias.

Él me observa con una intensidad que no puedo ignorar. Su cercanía es como una llama que aviva mis propias dudas y sentimientos.

—Aurora —responde él, su voz suave, pero con un matiz que no puedo descifrar—. ¿Te encuentras bien? ¿Necesitas ayuda?

Asiento, un poco aturdida por la cercanía repentina entre nosotros.

—Sí... sí, gracias, padre. Me vendría bien un poco de ayuda. —digo, tratando de mantener la compostura.

Juntos recogemos las cosas restantes, pero cada movimiento está cargado de una electricidad que no puedo ignorar. Mis manos tiemblan levemente mientras guardo las últimas verduras en una bolsa. La tensión en el aire es palpable, y sé que él también la siente.

Toma varias de las bolsas y paquetes, aligerando significativamente mi carga. Nos ponemos de pie, y noto cómo su cercanía hace que mi corazón lata con fuerza.

—¿Cómo ha estado su día, padre? —pregunto, tratando de desviar la atención de mis propios pensamientos.

—Ha sido ocupado, como siempre, más ahora que solo estamos a horas de la celebración —responde él, su voz ligeramente cansada—. ¿Y tú, Aurora?

—Lo mismo de siempre —respondo, tratando de ocultar la incomodidad que me embarga—. Ocupada con las labores diarias y... Pensando en muchas cosas.

Tan sencillo que es decirle que me la paso pensando día y noche solo en él, pero al mismo tiempo tan difícil.

El padre Edmund de la nada rompe el silencio.

La virtud de AuroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora