Capítulo 19: La Mañana Después

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El alba comienza a filtrarse por las cortinas de mi habitación, trayendo consigo una luz tenue que suaviza la penumbra de la noche pasada. Abro los ojos lentamente, mi cuerpo aún embriagado por las emociones y el deseo que compartí con Edmund. Y mi mente, una mezcla de confusión y esperanza, se niega a aceptar la realidad de lo que ocurrió. Un sueño, es lo que parece y de cierta forma tengo miedo de despertar de él.

Tomo valor y me giro en la cama, sintiendo el peso y el calor de un brazo alrededor de mi cintura.

No fue un sueño. Allí está él, dormido a mi lado. Su rostro, relajado y pacífico, contrasta con el torbellino de sentimientos que habitan en mí. Sus ojos cerrados ocultan ese azul cielo claro que tantas veces me ha dejado sin aliento. Sus labios, que anoche buscaron los míos con fervor, ahora reposan en una expresión de serena quietud.

Me incorporo ligeramente, apoyándome en un codo, para poder observarlo mejor. Hay una ternura en su semblante que me conmueve profundamente. Nunca había visto a Edmund así, vulnerable y al mismo tiempo tan lleno de una belleza tranquila. Con la luz del amanecer, sus rasgos parecen aún más delicados, y no puedo evitar alzar una mano temblorosa para acariciar su mejilla.

Su piel pálida es suave, con sus pecas dispersas en su nariz y mejillas, dándole un aire juvenil y travieso. Su cabello claro se esparce sobre la almohada, como si estuviera reflejando los primeros rayos del sol. Es como si cada hebra capturara la luz y la devolviera con un brillo dorado. Su cuello y sus brazos muestran una piel tersa y fuerte.

Él me tiene rodeada por la cintura, su brazo firme pero gentil, manteniéndome cerca incluso en su sueño. Puedo sentir el calor de su cuerpo a través de la delgada tela que nos separa. Hay una conexión que va más allá de lo físico. Me siento segura, protegida, como si nada en el mundo pudiera dañarme mientras esté en sus brazos.

Mi corazón late con fuerza mientras mis dedos recorren su piel, memorizando cada línea, cada detalle. Me acerco un poco más, mi rostro apenas a unos centímetros del suyo. Puedo sentir su aliento suave y rítmico, y por un momento, todo parece perfecto. Cada detalle de su rostro me parece una obra de arte, desde las finas líneas que bordean sus ojos hasta la curva de sus labios. Me deleito con su proximidad, sintiendo un calor reconfortante que me envuelve. Cada respiración que tomo es una mezcla de ansiedad y dulzura.

Pero al hacerlo, siento una oleada de temor y culpa. ¿Qué hemos hecho? ¿Qué será de nosotros ahora? Pero junto a ese miedo, también hay una chispa de esperanza y un deseo ardiente de aferrarme a este momento, de creer que tal vez, solo tal vez, podamos encontrar una manera de estar juntos sin destruirnos.

Es en estos momentos de quietud que comprendo por completo la profundidad de mis sentimientos por él. La mezcla de miedo y esperanza, de deseo y ternura, me llena el corazón.

Edmund no es solo un sacerdote para mí; es el hombre que ha despertado en mí una pasión y una fuerza que nunca supe que tenía. Ningún hombre antes había logrado desatar en mí estos sentimientos tan intensos. Es como si su mera presencia encendiera un fuego en mi alma, uno que me consume y me da vida al mismo tiempo.

Cada vez que nuestros ojos se encuentran, siento que me ahogo en el azul de su mirada. Me estremezco con solo recordar el toque de sus manos sobre mi piel. Su simple presencia me pone nerviosa, pero al mismo tiempo me llena de una cálida anticipación que me es imposible ignorar. Mi corazón late con fuerza, casi dolorosamente, y mi respiración se vuelve errática, como si me faltara el aire.

Anoche, cuando sus labios tocaron los míos, fue como si todo el mundo desapareciera. La forma en que me sostuvo, la ternura y el fervor con que me besó, despertaron en mí una oleada de emociones que nunca había experimentado. Me sentí viva de una manera que no creía posible. Sentí miedo, sí, pero también una felicidad tan pura que me parecía irreal. Cada caricia, cada susurro, me hacía olvidar todo temor y me dejaba deseando más.

La virtud de AuroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora