Mientras más se acercaban al castillo de la libertad, la niebla y la oscuridad se hacían más intensas, envolviendo todo en un aire de misterio y peligro. Los cuervos revoloteaban cerca de ellos, como si alguien los estuviese espiando todo el tiempo. Al llegar frente al castillo, la imponente estructura parecía hecha de sombras y piedra negra, con torres que se alzaban hacia un cielo eternamente nublado.
De repente, desde lo alto, cinco figuras descendieron de los cielos. Sus grandes alas blancas contrastaban con la oscuridad, semejantes a las de Lucas. Pero, ¿cómo era posible? Eran simples humanos, salvo que Lucas les hubiera compartido parte de su poder, dado que la magia de la libertad lo desprendía de cualquier regla mágica. Los humanos vestían ropas antiguas y elegantes, reminiscentes de una época pasada. Llevaban túnicas largas y fluidas, adornadas con símbolos arcanos que brillaban tenuemente con cada movimiento, y sus ojos estaban vacíos, controlados por los mismos hilos mágicos que mantenían a Luciano bajo su dominio.
Los cinco humanos empezaron a lanzar sin piedad diferentes hechizos, como si hubieran estado entrenando durante años. Chispas volaban en todas direcciones, y el aire se llenó de energía mágica. Era obvio que alguien los estaba controlando desde la distancia.
Ileana comenzó a lanzar protecciones con un movimiento rápido de su varita. Sus hechizos defensivos formaban barreras translúcidas que absorbían los ataques, pero ella también lanzaba hechizos ofensivos cuando tenía la oportunidad. Las bolas de fuego y los rayos de energía mágica cruzaban el aire, creando un espectáculo de luces y explosiones.
-No puedo herirlos -gritó Ileana, con el sudor corriendo por su frente mientras mantenía su escudo-. Son humanos.
-Si no lo haces, me herirán a mí -replicó Satur, mientras esquivaba un rayo de energía que se estrelló contra el suelo, levantando una nube de polvo y escombros-. Y yo también soy humano.
-No los podré detener por mucho tiempo. Mis escudos son débiles -dijo Ileana, respirando con dificultad mientras mantenía la barrera.
-Yo no soy de ayuda para esta batalla en el campo -intervino Luciano, agachándose para evitar una explosión cercana-. Apenas conozco hechizos de levitación. Mi ayuda será llevándote al espejo.
-Vamos, llévame, y si alguien aparece, dependerá de vos y tu varita -dijo Satur, apretando los dientes.
-Corran, yo me encargo de estos buenos para nada -decidió Ileana, con determinación en sus ojos.
Ileana rompió su escudo y comenzó a crear una tormenta mágica. Movía su varita en círculos amplios, y grandes nubes llenas de ira se formaron sobre ellos. Relámpagos zigzagueaban a través del cielo y rayos caían con precisión letal. Su varita desprendía humo debido a la cantidad y la velocidad de los hechizos que lanzaba. Ileana pudo divisar a tres chicas y un chico, cada uno con túnicas de colores distintos:rojo, amarillo, verde y morado. No dudó en hacerles daño si era necesario.
Luciano y Satur corrían a toda velocidad hacia la torre, el sonido de la batalla resonando a sus espaldas. Cada vez estaban más cerca de la torre donde se escondía el gran espejo de obsidiana. Cuando entraron al castillo, no fue una sorpresa encontrar a Lucas sentado en su trono de oro con grandes cristales de zafiro.
-Pensé que había sido claro que aquí los humanos no son bienvenidos -dijo Lucas, con una sonrisa maliciosa.
Satur solo agachó la cabeza. Parecía que su camino había llegado hasta ahí una vez más. Giró sobre sus talones, viendo a través de la ventana cómo Ileana se encontraba en el suelo, rodeada de los cuatro humanos con los que estaba peleando. Parecía que era el final. La desesperación entró en Satur.
-No te das cuenta de que esto no es la magia, Lucas -dijo Luciano, con la voz temblorosa pero firme.
-Nadie te ordenó que podías hablar -replicó Lucas, con desdén-. Veo que lograron romper el hechizo, pero tranquilo, primero me encargaré de lanzárselo al causante.
Lucas se levantó de su trono y comenzó a caminar con una sonrisa desagradable y altanera. Se acercó a Satur a tan solo centímetros.
-Así como otorgo libertad, la quito. Es por eso que te arrebato la tuya y te convierto en mi marioneta.
Hilos empezaron a salir de la varita de Lucas y comenzaron a atar a Satur de pies y manos. De repente, Luciano arrojó su zapato a la ventana del palacio, rompiéndola en mil pedazos. Con un grito fuerte y su varita, hizo levitar un cristal, clavándoselo en el estómago a Lucas.
-¿Acaso no sabes que los hechiceros somos inmunes a daños humanos? -se burló Lucas.
-No lo hizo para herirte, sino para darme tiempo de hacer esto -dijo Satur, aprovechando el despiste de Lucas y corriendo hacia la puerta que se encontraba detrás del trono real.
Sacudiendo la cabeza para despejarse, vio el espejo de obsidiana y corrió hacia él. Justo cuando estaba a punto de tomarlo, un brillo particular en una cajita de madera al fondo de la habitación llamó su atención.
-El prisma de poder está aquí... -susurró.
El prisma era un objeto poderoso que los hechiceros habían temido por milenios. Era capaz de absorber el poder completo de cualquier ser mágico con solo ser tocado. Satur tomó el prisma en sus manos y, para su sorpresa, la varita que tenía cuando era un niño apareció mágicamente en su mano.
A pesar de que solo habían pasado unos segundos, parecía que hubieran sido minutos. Satur salió de la habitación para encontrarse con una escena aterradora: todos apuntándole con sus varitas, inclusive Luciano e Ileana, que estaban sumidos bajo el hechizo marioneta de Lucas. Lucas se acercó a Satur con sus grandes alas desplegadas y sus ojos iluminados con un celeste intenso.
-No llores, no te dolerá. Aparte, dicen que morir da paz -dijo Lucas, con una sonrisa cruel.
-No lloro por miedo. Lloro por mí, por no haberme dado cuenta a tiempo de que nunca jamás vas a poder llegar a ser un mínimo de lo que fui, soy y seguiré siendo -respondió Satur, con una lágrima rodando por su mejilla.
-¿Cómo te atreves? -gritó Lucas, lanzando un hechizo mortal-. ¡MORTUM FE!
El hechizo salió disparado de la varita de Lucas como un rayo de color negro. En cuestión de milisegundos, Satur levantó el prisma, y el hechizo impactó en él. La magia de la varita de Lucas fue absorbida por el prisma como si de un imán se tratara. Lucas hizo fuerza para soltar la varita, pero el prisma no lo permitía. Con un grito de desesperación, Lucas se rindió. Primero desaparecieron en forma de luz su túnica, sus zapatos, sus pantalones, y fue subiendo hasta que solo quedó su corona. La corona giró y explotó en mil pedazos, como cuando un plato se estrella contra el suelo.
Los humanos y sus amigos despertaron del hechizo, encontrándose con un Lucas completamente mundano, sin ningún tipo de poder. Ahora vestía ropa humana, y sus cabellos largos y blancos no eran más que un cabello oscuro y corto. Sus ojos celestes blanquecinos ahora eran opacos y marrones.
Satur sacó su varita de su bolsillo y, apuntándole, dijo:
-No necesito magia para ser mejor que vos. Nunca, con o sin magia, vas a igualarme, y mucho menos superarme. En este momento, te destierro del mundo mágico y de tus poderes para siempre. Yo soy el Hechicero de la chispa, y si de la chispa te alejas, a la sombra regresas. Pensé que lo habías entendido.
Ileana miró a Satur con complicidad, y en un movimiento ágil abrió un portal detrás de él mientras Satur mantenía su varita apuntada. Parecía como si el portal lo hubiese abierto él. Con una fuerza inesperada, Satur tomó a Lucas y lo empujó hacia el portal, diciendo con firmeza:
-No volverás a saber de mí, ni de la magia jamás.
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Los 4 Reyes Hechiceros "El legado de los elementos"
FantasyEn un mundo donde la magia elemental define la esencia de sus habitantes, los destinos de poderosos hechiceros se entrelazan en una lucha por el equilibrio y el poder. Satur, el Rey Hechicero del Fuego, junto a sus fieles aliados, Ileana, la Hechice...