C14 - Lo que el viento se llevo

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Mientras tanto en el mundo mágico...

El sol se alzaba sobre el horizonte, llenando el Valle Central con una luz dorada. En el claro, Satur observaba a los nuevos hechiceros mientras practicaban, sus energías y colores brillando con cada conjuro. La magia, pensaba, era el reflejo más puro de uno mismo. Era crucial que estos jóvenes entendieran la importancia del equilibrio y el descanso.

—Es importante que sigamos con el entrenamiento, chicos, pero también es importante que descansen un poco —dijo Satur, su voz firme pero amable—. La magia es el reflejo de ustedes mismos, sus colores, su energía, y hasta lo que desayunaron esta mañana.

Herrera, siempre alerta y preocupada, frunció el ceño.

—¿Y si vuelve ese hechicero y nos quiere hacer daño? Creo que deberíamos estar preparados.

Celeste asintió, con una determinación firme en sus ojos.

—Satur, creo que hablo en nombre de todos. Tenemos que seguir practicando.

Juan Cruz, un joven con una chispa de impaciencia, intervino.

—No es momento de descansar.

Ileana, viendo el ardor en los ojos de los jóvenes, decidió intervenir con una dura verdad.

—Entonces levanten esas varitas y sigan lanzando hechizos, tiren hechizos y no nos presten atención. Pero cuando su elemento se quebrante y empiecen a escupir sangre solo para después vomitar a su elemento y junto con él sus vísceras, entonces no nos busquen... porque no podrán ni siquiera hablar.

Satur, aunque preocupado por el tono brusco de Ileana, sabía que era necesario.

—Ile, no hacía falta ser tan exacta, pero es cierto chicos. Si no descansan, su elemento se podría corromper, volviéndose oscuro. En el mejor de los casos, morirían y en el peor, se convertirían en hechiceros negros, aquellos con facilidad para la oscuridad y de eso es muy difícil volver a la luz.

Los jóvenes, ahora conocidos como los Hechiceros del Arcoíris, se miraron entre sí, asustados y confundidos. Finalmente, todos hicieron desaparecer sus varitas y trajes mágicos, volviendo a sus ropas mundanas en un destello de colores.

Luciano, siempre el más alegre del grupo, sonrió ampliamente.

—Acompáñenme, por favor, por aquí al banquete del castillo.

Maciel, incrédula pero divertida, arqueó una ceja.

—¿Cocinaste un banquete?

Luciano le devolvió la mirada con una sonrisa pícara, sus iris marrones transformándose momentáneamente en un brillante naranja antes de volver a su color normal.

—Ah, con magia cualquiera, Luciano —rió Maciel, seguido por los demás.

Mientras los jóvenes se dirigían al banquete, Satur e Ileana conversaban sobre el progreso de los chicos. Entre chistes y reflexiones, mencionaron a Lucas y su paradero.

—Muy probablemente bajo de un puente, llorando porque lo perdió todo —dijo Ileana con una risa amarga.

De repente, Satur sintió un dolor terrible y opresivo en su pecho y espalda. Empezó a toser con fuerza, y aunque Ileana intentó ayudarlo con un hechizo de curación, no sirvió de mucho. Los gritos desgarradores de Satur se podían escuchar a kilómetros.

Luciano y los Hechiceros del Arcoíris aparecieron en un instante, listos para la batalla, pero el dolor de Satur no cedía. De repente, la varita que había acompañado a Satur desde su infancia comenzó a elevarse. Satur intentó sostenerla, pero la varita quería escapar. En un intento desesperado, la varita se esfumó, dejando un rastro de luz que se desvaneció rápidamente.

El dolor de Satur paró de un momento a otro, dejando un silencio abrumador. Nadie entendía qué acababa de pasar, pero todos sabían que alguien, muy probablemente Lucas, había quitado a Satur la última posibilidad de volver a ser el Rey Hechicero del Fuego. 

Los 4 Reyes Hechiceros "El legado de los elementos"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora