25|| Apostemos entonces

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Nina

—Estás pálida, ¿te encuentras bien? —pregunta. Estamos en mi habitación, a punto de irnos a dormir. Hugo ha insistido en quedarse en la mía, sentado en la silla del escritorio, según él, porque es más cómoda que el suelo.

—Estoy bien. —Pero hasta yo sé que eso es mentira, ya no me falta el aire como antes, ni me duele el pecho, pero sé que algo no está bien en mi cuerpo. Puede que me haya enfermado a causa de tanto tiempo mojándome por la lluvia.

De pronto, su mano roza mi frente con suavidad y la deja más tiempo del necesario allí. Su cara de disgusto me confirma que, en efecto, me he enfermado por la lluvia.

—Estás caliente, ¿tienes algún termómetro?

—En el primer cajón de la isla debe de haber uno.

Hugo desaparece de la habitación. Lo escucho trajinar en la cocina, supongo que no lo encuentra, me planteo bajar a ayudarle, pero cuando estoy a punto de levantarme de la cama él parece con el termómetro en la mano. Se acerca a mí y me lo pone en la axila, se queda allí, sentado en la silla, observándome en todo momento, con preocupación. Y yo me siento la peor persona del universo por haberle estado evitando todo este tiempo, yo misma le dije que podía besarme, me gustó y por miedo me he alejado de él.

Pasados cinco minutos saca el termómetro y lo observa, pone una mueca de disgusto.

—Treinta y ocho, voy a por un paño mojado.

Vuelve a desaparecer, pero esta vez no tarda en volver a la habitación con un paño mojado, espero que no esté demasiado fría, no es la primera vez que me ha cuidado estando con fiebre.

Recuerdo la vez que tanto April como yo nos enfermamos por bañarnos en la piscina en pleno invierno y tuvo que cuidarnos a las dos, no quiso llamar a mi padre porque era su responsabilidad vigilarnos y le iban a castigar de por vida si se enteraban de que nos había descuidado durante unos minutos.

Me pone el paño en la frente. Un escalofrío me recorre el cuerpo sin quererlo. No quiero preocupar más a Hugo, por eso he estado evitando los escalofríos.

—¿Tienes frío?

—No.

—¿Tienes frío? —repite.

—Ya te he dicho que no, ¿hasta cuando piensas seguir preguntándomelo, Hugo?

—Hasta que me digas la verdad.

Suspiro, no vale la pena seguir mintiéndole.

—Está bien, tengo frío, pero es por culpa de la fiebre.

—¿Puedo?

Señala el lado de la cama que está libre, ¿quiere acostarse conmigo? Joder, eso ha sonado fatal, imagino que lo que quiere es que deje de tener frío, pero me sorprende que quiera hacerlo de esa forma, sigo sin superar que hace un rato me ha dicho, bastante enfadado, que no me quería ahí y ahora quiere meterse conmigo en la cama.

De cualquier forma, asiento. Sólo me está cuidando y no quiero ponerle las cosas difíciles, ni siquiera debería de estar aquí, yo no lo llamé. Hugo me destapa un poco, lo suficiente para sentarse en la cama un poco tumbado.

—Ven. —Me pide que me acerque a él y eso hago.

Me muevo sin dejar que el paño se me caiga y me acero a él, mi cabeza ahora está en su pecho, con sus brazos rodeándome y me hace pequeños masajes en la espalda. Jamás pensé que Hugo sería tan tierno a la hora de cuidarme, antes no era así, no eran tan cuidadoso cuando se trataba de mí aun cuando siempre que fuera necesario me cuidaba. En la vida me hubiera imaginado tener a Hugo así, conmigo.

—Gracias —me escucho decir.

—¿Por qué?

—Por lo de esta noche.

—No las des, quería hacerlo.

Y asíes cómo me quedo durmiendo, abrazada a Hugo y sintiéndome la mujer más felizdel mundo. Pero mañana cuando despierte, si sigue en mi casa, tendré que hablarcon él, hablar de lo que ha pasado durante estas semanas, que han sido bastantecaóticas.


Cuando me despierto Hugo ya no está en la cama, pero el olor a chocolate caliente me confirma que sigue en la casa, que no se ha ido, como prometió. Me levanto de la cama como nueva, al parecer anoche me acosté con la sudadera, por lo que me doy una ducha de agua caliente y me algo cómodo para estar en casa: unas mallas de un tono beige tirando a marrón, un jersey beige y unos calentadores del mismo color, estos días está haciendo muchísimo frío. Bajo a la cocina y me encuentro a Hugo de espaldas, haciendo algo en la vitro, imagino que el chocolate. Como voy descalza no se ha enterado de que estoy en la misma sala que él, por lo que me acerco con sigilo y me pongo a su lado, muy pegada a él.

—Buenos días —susurro. Tampoco quiero asustarle que entonces el chocolate no sale bien y me muero por tomar con nubecitas, el que hizo hace un tiempo en su casa estaba delicioso, a mi ni siquiera me sale tan bueno.

—Buenos días, ¿cómo te encuentras hoy?

—Bastante mejor, tuve un médico estupendo, ¿sabes? Estuvo cuidándome.

—¿Ah, sí? ¿Y qué te pareció? —me sigue el juego.

—Se portó muy bien conmigo a pesar de que lo había estado ignorando por días.

Él deja de remover el chocolate para mirarme.

—Tenemos que hablar de eso.

—Lo sé.

Me sirve una taza de chocolate caliente y le echa unas nubes pequeñas. Soy repostera, siempre tengo ingredientes para hacer todo tipo de cosas, incluso por raro que parezca. Nos sentamos junto a la isla de la cocina. El sol se cuela por la enorme cristalera que tengo junto al fregadero y la paz que hay en el lugar es maravillosa, me encanta sentarme aquí a dibujar cuando estoy desayunando.

—¿Por qué me has evitado, Nina? Necesito saberlo, pensé que querías que te besara.

Le debo una explicación y se la daré, pero no la de verdad sino que intentaré ocultarla sin contarle demasiado. No puedo dejar que descubra todavía todos los sentimientos que hay dentro de mi corazón.

—Y lo quería, pero no es lo que necesito ahora, Hugo, no necesito tener algo ahora mismo.

—Es por el tío ese, ¿verdad?

—¿Quién?

—El que te rompió el corazón, mi hermana me lo contó. —Juro que voy a matar a April por contarle tal cosa a su hermano sabiendo que el tío que me hizo añicos el corazón fue él.

Pero mirándolo bien, ella no le ha contado que fue él así que eso es una buena excusa y puede servirme para no contarle la verdad del todo, solo le estaría ocultando que no quiero tener nada con él por miedo a que pueda romperme el corazón de nuevo.

—Sí, es por él, ¿podemos ser solo amigos, Hugo? Hasta ahora nos había funcionado, ya nos hemos acostumbrado a eso. Amigos a secas, sin derechos, que te veo venir —bromeo.

—¿Crees que podrás ser mi amiga?

—¿Podrás ? —contrataco. Si quiere jugar, juguemos—. Hace un tiempo me pediste permiso para besarme porque te morías de ganas de hacerlo.

—¿Quieres apostar?

Quizás si apostamos consiga mantenerme más a raya de lo que lo he hecho hasta ahora, quizás así consiga olvidarme de sus sentimientos por él. O quizás solo aumentarlos, si es que puedo hacerlo.

—Apostemos entonces. Diez pavos, el primero que se rinda se lo debe a la otra persona, ósea tú me lo vas a tener que deber a mí.

—Eso ya lo veremos, mocosa.

Al Jodido Fin Del Mundo {BORRADOR}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora