Epílogo

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El sol se ocultaba lentamente en el horizonte cuando llegué al cementerio. Las lápidas se extendían en filas ordenadas, cada una marcando un lugar de descanso eterno. Busqué entre las piedras blancas y grises hasta encontrar la que llevaba el nombre de Ariadna, Ariadna Ximena.

Me arrodillé frente a la lápida, sintiendo un nudo en la garganta mientras las lágrimas volvían a llenar mis ojos. Las flores frescas alrededor eran un tributo silencioso a su memoria, pero mi corazón seguía sintiendo el peso de la culpa y el arrepentimiento.

—Ari... —susurré, mi voz apenas un murmullo en el tranquilo cementerio.

Cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación de su presencia, como si su espíritu aún estuviera cerca, observándome con amor y comprensión.

—He estado yendo a terapia, Ariadna. Me está ayudando mucho —comencé, hablando hacia la lápida como si ella pudiera escucharme— Me ayuda a entender todo lo que pasó, a enfrentar mi dolor y mis errores.

Una brisa suave movió las hojas de los árboles cercanos, como un susurro de aprobación.

—Pero hay algo de lo que nunca te hablé, Ari... —continué, mi voz temblando— No fui a tu funeral. No pude soportar la idea de despedirme de ti, porque sabía que si lo hacía, tendría que enfrentar el hecho de que ya no te vería más.

Mis lágrimas caían sobre la lápida, mojando las flores frescas.

—Te pido perdón por eso. Perdón por no estar allí para ti en ese momento final. Me duele tanto... —mis palabras se ahogaron en el dolor y la culpa acumulados durante tanto tiempo.

La brisa se intensificó por un momento, como si fuera un abrazo reconfortante de Ariadna, aceptando mis disculpas.

—Pero ahora estoy aquí, Ari. Para decirte adiós de verdad... —susurré, sintiendo cómo el peso en mi pecho se aliviaba lentamente.

Me quedé en silencio, permitiéndome sentir su presencia por última vez. Imaginé su sonrisa cálida, su mirada comprensiva, su mano suave sobre la mía.

—Alan...

Al escuchar las palabras la pude ver, pude ver a Ariadna, se veía tan linda como siempre, con una sonrisa que transmitía la paz que tanto necesitaba

— No te preocupes por no haber ido al funeral. Estoy bien, de verdad. Siempre estaré contigo, en tu corazón y en tus recuerdos.

—Tú me cuidaste cuando estuve contigo, ahora es mi turno de cuidarte desde aquí. Quiero que seas feliz, Alan. No te culpes más por lo que pasó, porque todo lo que vivimos juntos siempre será parte de nuestra historia —continuó, su voz llena de amor y consuelo.

Una lágrima solitaria resbaló por mi mejilla mientras me aferraba a sus palabras, deseando poder sentir su abrazo una vez más.

—Te amo, Alan. Y siempre te amaré. Pero ahora debes seguir adelante, vivir tu vida y encontrar la felicidad que mereces. No dejes que mi partida te detenga. Porfavor, cuida mucho a Lukas, a Roz y a Adri por mi, ¿si?

Su figura junto a su voz se desvaneció lentamente, como una melodía que se aleja en la distancia. Sentí un vacío en mi pecho, pero también una paz que no había sentido desde que la vi por última vez.

—Gracias por todo, Ari... —susurré, las palabras saliendo entre sollozos.

El cementerio seguía tranquilo a mi alrededor, pero ahora el aire estaba lleno de su presencia, de su amor incondicional que siempre llevaré conmigo.

—Hasta siempre, mi amor... —dije finalmente, sabiendo que era hora de dejarla descansar en paz, pero llevándola conmigo en cada paso que diera hacia adelante.

Con el corazón lleno de amor y dolor, caminé lentamente fuera del cementerio, sabiendo que aunque su cuerpo descansaba allí, su espíritu viviría eternamente en mí.

—Te amaré siempre, Ariadna. Siempre estarás en mi corazón... —murmuré, dejando que las palabras llenaran el espacio entre nosotros.

El sol se ocultaba por completo ahora, sumergiendo el cementerio en la oscuridad creciente. Me puse de pie lentamente, sintiendo cómo un capítulo de mi vida llegaba a su fin.

—Adiós, mi amor... —dije con voz entrecortada, mis ojos aún fijos en la lápida que contenía su nombre.

Con pasos pesados, me alejé lentamente, sintiendo cómo su presencia se desvanecía poco a poco en el aire. El dolor seguía ahí, pero ahora acompañado de una sensación de paz, de haberme despedido de ella como debía.

El silencio del cementerio envolvió mis pasos mientras me alejaba, llevándome conmigo los recuerdos, el amor y la promesa de que nunca la olvidaría.

El silencio del cementerio envolvió mis pasos mientras me alejaba, llevándome conmigo los recuerdos, el amor y la promesa de que nunca la olvidaría

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pretty psycho - Alan Beltrán (Yankee)

escrito por : @aylaxqw

Pretty Psycho - Alan Beltrán (Yankee)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora