capítulo 18

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Un año antes

Cuando Juanjo regresó a casa del estudio, Martin ya estaba dormido. Siempre solía esperarlo despierto.

Juanjo suspiró y se marchó a la cocina, lanzando la pizza que había comprado a la encimera. La favorita de Martin. Juanjo ya no tenía hambre.

Habían discutido por la mañana. Bastante. Juanjo ni siquiera recordaba el motivo, sólo sabía que probablemente habría sido su culpa, como siempre. O al menos, así se sentía él. No dejaba de cometer errores con Martin y sentía que la relación se le quedaba grande. El vasco era demasiado para él. Merecía a alguien mejor.

Se sentó en el sofá, se abrazó las rodillas y en el silencio de la noche se echó a llorar. Quizá por el estrés que le suponía ir al estudio a diario a hacer música que no le llenaba. Quizá por la frustración de estar cumpliendo su sueño pero no de la forma que a él le gustaría. O quizá de pena por estar perdiendo a Martin, cada día un poco más.

Juanjo temía el día en que el menor se cansara y lo mandase a la mierda. Si era listo, lo haría. Martin podía aspirar a alguien mucho mejor, que tuviese la vida más resuelta y supiese hacer al vasco feliz, de la manera en que Juanjo no había sido capaz.

Suspiró con dolor mientras las lágrimas caían y caían. Quería a ese niño más que a nada en el mundo. Era su persona, su lugar seguro. Y últimamente solo discutían. Juanjo estaba mal, muy mal, sintiendo que se ahogaba cada día un poco más, y Martin no comprendía lo que sucedía. El mayor sentía que le estaba haciendo daño, y se estaba haciendo daño también a sí mismo.

Se incorporó para acercarse al armario y sacar una botella de vodka. La necesitaba. Necesitaba dejar de pensar y dejar de sentir aquel vacío en el corazón.

Ni siquiera mezcló el alcohol con nada, sino que bebió de la propia botella, ahogando su soledad en cada sorbo.

Los minutos fueron pasando y la botella fue bajando de volumen mucho más rápido de lo que Juanjo fue consciente.

Su visión borrosa sólo le permitió ver unos grandes ojos verdes que le observaban de arriba a abajo mientras él yacía tirado en el sofá de cualquier manera.

—Juanjo, ¿qué narices haces? —dijo un Martin muy enfadado. Nunca sacaba ese lado furioso, o al menos, no tanto. El pequeño lo observaba con rechazo, y esa mirada se le clavó a Juanjo en el corazón.

Martin se avergonzaba de él. O quizá ya no le quería, no como antes.

Sabía perfectamente que eran pensamientos intrusivos. Pero dolían igual. Porque él sí que daba vergüenza, y Martin ya no debería quererlo.

—No me mires —le pidió Juanjo, tratando de que su voz no temblara. Estaba avergonzado, triste y enfadado consigo mismo.

Pero Martin siguió ahí.

—Tenemos que solucionar las cosas, joder. No puedes hacer esto.

—Estabas dormido —le reprochó Juanjo.

—Pues me hubieras despertado. —El pequeño se sentó a su lado, guardando algo de distancia y arrugó la nariz enseguida—. Apestas a alcohol.

—Pues entonces no te acerques a mí —susurró Juanjo, y sonó mucho más borde de lo que era su intención.

Martin frunció el ceño y se levantó enseguida. Juanjo se hundió en el sofá, roto. No sabía qué hacer. No paraba de cagarla, de estropearlo todo.

—Estás cambiado. ¿Qué es lo que ocurre? —suspiró Martin, triste. Juanjo no supo qué contestar, no sabía ni por donde empezar, así que se quedó en silencio, y eso enfadó más al vasco—. Juanjo, estoy harto de esto.

If you should ever leave meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora