capítulo 34

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Juanjo supo que el menor había recibido el mensaje cuando sus brazos lo abrazaron con más fuerza, y él sólo se dejó. No sabía qué otra cosa hacer.

—Juanjo... —susurró Martin en su oído. En su voz había una mezcla de sorpresa, cariño y conmoción. El mayor sabía de sobra que Martin no lo esperaba. ¿Cómo iba a hacerlo? El vasco estaba convencido de que Juanjo lo había superado. Tal como Martin lo había superado a él.

Martin había conocido a otros chicos. Había tenido algo con el gilipollas de Izan, como mínimo. Y había sido feliz sin él, había continuado con su vida. Aunque ahora su camino se hubiera vuelto a encontrar con el de Juanjo, el vasco había sido capaz de seguir por separado.

Y ese era el asunto. Que Juanjo no podía seguir sin él. Y no por falta de opciones, pues su fama le hacía captar la atención de numerosas personas que se le insinuaban constantemente. Hombres, mujeres... Gente que no conocía de nada. Pero no hacía falta conocer a alguien para echar un polvo. Era algo sencillo, todo el mundo lo hacía y no tenía por qué significar absolutamente nada.

Por eso Juanjo no entendía por qué, cada vez que había pensado en acostarse con otra persona, la cara de Martin aparecía en su cabeza. Esa sonrisa tapizada con su bigote y esos ojos brillantes del color verde más bonito del mundo. Y, simplemente, las ganas se marchaban.

El mayor alzó un poco la cabeza para poder admirar esos ojos otra vez. Y vio una pregunta en ellos. O, más bien, una petición de confirmación. Una sospecha teñida de confusión e incredulidad.

Juanjo quiso responder a esa duda silenciosa.

Sí, es por ti. Es porque no sales de mi cabeza. Porque ha pasado un año entero y sigo loco por ti. Porque te quiero más de lo que soy capaz de gestionar. Porque estoy locamente enamorado de ti.

Sin embargo, fue Martin quien habló.

—No digas nada si no quieres —le susurró, y Juanjo asintió agradecido. No estaba preparado para ello. Ni siquiera estaba completamente seguro de lo que acababa de confesar—. Vayamos despacio, Juanji. —Juanjo no pudo aguantarse la sonrisa ante el apodo cariñoso. No era típico de Martin llamarlo así, pero do o agaporni no eran apropiados ya. Al menos, no de momento—. ¿Y si...? —Martin carraspeó—. ¿Te gustaría tener una cita?

La dulzura de la proposición derritió a Juanjo por completo. Martin estaba buscando maneras de hacerlo sentir cómodo a su lado, formas de intimar diferentes al sexo. Y significase lo que significase, que él lo ayudase siempre tanto era algo que jamás dejaría de emocionarlo.

Martin era el chico de la eterna paciencia. Y Juanjo, el de la inseguridad. Sólo que esta vez, el maño sabía perfectamente lo que quería. Y era al chico que lo rodeaba con los brazos. Se inclinó para besarlo, porque ahora que podía, no pensaba quedarse con las ganas.

—Depende —bromeó, tratando de calmar su estado abrumado mientras se separaba de sus labios—. ¿Sería contigo?

Martin puso los ojos en blanco, pero sonrió al ver la reacción del maño, adivinando lo que iba a responderle. Estaba claro como el agua.

—¿Tú quieres que vaya?

—Sí.

—Pues entonces voy contigo.

—Pues entonces sí quiero ir.

Martin sonrió y contagió a Juanjo. Y los dos se miraron.

—Pues entonces es una cita.

***

A la mañana siguiente, Martin llevó a Juanjo a su riachuelo favorito, en medio de un valle entre dos colinas que tapizaban la linde de unas montañas que se erguían sobre ellos, reflejándose en el agua.

If you should ever leave meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora