capítulo 33

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Martin cerró la puerta con mucho cuidado de no hacer ruido al echar la llave. Juanjo lo esperaba nervioso, jugando con el dobladillo de su camiseta para distraer sus manos.

—¿Y tu madre? —preguntó en un susurro, preocupado por el silencio sepulcral de la casa.

—Dormida. Son casi las tres, Juanjo —le recordó.

El maño asintió no muy tranquilo, y se acercó a la mesa del comedor para dejar la chaqueta de Ruslana sobre una de las sillas. Al pensar en el mensaje de la chica aún sentía mariposas en el estómago.

Ese día habían estado mejor que nunca. Y aquel simple mensaje era más de lo que hubiera esperado de Rus, conociéndola, así que estaba feliz. Tenía esperanza.

—¿Quieres hablar? —le pidió Martin sin dar más rodeos, refiriéndose a su conversación interrumpida en la torre.

Juanjo se derritió ante las ansias del pequeño.

—Me gustaría cambiarme antes —le pidió—. Pero sí, claro que quiero hablar.

El mayor sonrió al ver cómo Martin se relajaba tan notablemente. Era la persona más expresiva del mundo. Le dio pena ver al vasco tan nervioso. En realidad, él se sentía igual. Pero no quería que Martin supiera lo mucho que le preocupaba el reencuentro con su familia, que tan bien lo había tratado siempre.

Se acercó al vasco para darle un beso en la mejilla y transmitirle fuerzas para afrontar lo que fuera que quisiese hablar con él. Por la pregunta que le había hecho antes, podía sospechar de qué se trataba.

¿Te arrepientes?

Casi lo había visto matado al escuchar eso. Parecía que no le conocía. No se le hubiera ocurrido formular esa pregunta si fuese mínimamente consciente de todo lo que Juanjo sentía por él. Que jamás había querido ni querría tanto a nadie.

Martin le sonrió al sentir el beso, y después le dio la mano con timidez para subir escaleras arriba, hasta su cuarto.

El pequeño comenzó a quitarse la ropa nada más llegar y Juanjo apartó la mirada corriendo al ver su ropa interior, rezando para que Martin se pusiera rápido el pijama. Era un pedazo de sinvergüenza.

—Puedo cambiarme en el baño, si quieres —sugirió el mayor clavando la mirada en la pared.

—Hazlo aquí. No miro, te lo prometo.

Juanjo asintió, no muy convencido de si era una buena idea pero sin ganas de discutir, y abrió su maleta para sacar el pijama.

Una vez vestido, se volvió hacia Martin, que continuaba de espaldas para darle intimidad.

—Ya puedes mirar —le avisó.

Martin obedeció, dándose la vuelta y pegándole un buen repaso sin ni una pizca de disimulo, sonriendo al ver cómo Juanjo se sonrojaba en respuesta.

—¿Tienes verguenza de mí? —preguntó el pequeño, y aunque su tono fue burlesco, la duda iba enserio—. Te he visto desnudo mil veces.

Las mejillas de Juanjo se pusieron aún más calientes.

—Lo sé, pero ya no es lo mismo. —En cuanto vio la cara de dolor de Martin, sorprendido por la respuesta, procesó lo que acababa de decir y se arrepintió de inmediato—. No me refiero a eso. Yo...

—Sé a lo que te refieres —le cortó el vasco. Juanjo supo que Martin no iba a darle más bola al asunto, y que por tanto él no podría aclarar lo que había querido decir. A decir verdad, no lo sabía ni él.

Vio cómo Martin se tumbaba en su cama, haciéndose una bolita. Se murió de ternura de inmediato y tuvo que contener sus ganas de saltar encima de él y abrazarlo con todas sus fuerzas.

If you should ever leave meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora