Superficies duras

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-Ya, madre. Ya te lo digo, estoy perfectamente bien.

-Querido, es muy desconsiderado de tu parte que me pidas tranquilidad. Ayer fuiste infectado por Mors, dijeron que estabas muy mal... Aún no termino de agradecerle a la Gran Madre por haberte salvado... No sé qué haría si te perdiera por esa enfermedad. Tu padre ni siquiera tuvo la oportunidad de morir en su castillo con dignidad, no creo soportar otro golpe como ese.

Mi madre se llevó las manos al pecho, yo solo pude consolarla dándole un abrazo. Entiendo su miedo, perdió a mi padre hace muchos años Ursa sufrió por lo mismo, sin embargo ese día con toda la simpleza del mundo puedo decir que no estaba con los pies fijos. No dejaba de pensar en Den, en lo que podía ser.

El futuro pintaba para ser perfecto. Aún había problemas en el trabajo y cosas por el estilo, pero Den se sentía como esa curita necesaria en mi revuelta vida. Aún no la había visto, pero mamá pidió a uno de los sirvientes que la convocaran.

-Creo que sé la razón de esos ojitos soñadores... -se burló mi madre, agradecí que Ursa aún estuviera castigada de visitar el palacio o ella si sería una irritación segura.

-No sé de qué hablas, están exactamente igual de blancos que siempre.

El intento por desviar el tema, sólo hizo que mi madre me viera más detenidamente.

-Puede que sean del mismo tono, pero hay algo en ellos que antes no estaba ahí.

-¿Y eso es..?

-Esperanza, ese es un síntoma de la nueva enfermedad que te aqueja.

Como no supe qué responder ella dijo con simpleza:

-Amor, querido. Amor. El amor es esperanza, es poner tus esperanzas sobre una persona esperando que esta sepa corresponder. Y tú no eres alguien tonto, sé que si Rododendro te inspira eso, es porque estás perdido. Y mira, yo no te quiero presionar con el asunto de la reina...

Un brillo rojizo se movió en mi campo de visión, de inmediato mejoré mi postura y me levanté para recibirla.

-Buen día, Seiph -saludó Den con esa vocecita que me podría pasar todo el día escuchando.

Le extendí la mano y ella la tomó con nerviosismo, con el brazo la dirigí a un cómodo sillón con mullidos cojines dorados. Antes de que se sentara, acomodé los almohadones con la intención de que ella los encontrara aún más suaves.

Tuve que apretar la boca para contener un suspiro cuando la ví sentarse con una bella sonrisa mientras se acomodaba el vestido fluido que llevaba ese día. Una pieza delicada en color gris que hacía un interesante contraste con su cabello medio suelto, un chongo pequeño coronaba su cabeza y yo sentía que miraba a una estrella recién creada.

No había tenido tiempo por la mañana, pero tendría qué encontrarme un hueco en la agenda pronto. Necesitaba empezar a trabajar de verdad en el anillo matrimonial de Den. Odiaba ver sus manos tan vacías.

Den tenía una sonrisilla apenas visible sin embargo no me pasó desapercibido el sonrojo en su rostro cuando me senté junto a ella y su mirada viajó a mis manos puestas en el posabrazos. Sabía lo que le recordaba.

¡Si, dulzura. Acuérdate de lo que estas manos hacen pensando en ti!

-Buen día, princesa, la Gran Madre debe haberte creado usando una aurora boreal. Estás bellísima esta mañana.

Den amplió su sonrisa.

-Muchas gracias, pero dígame ¿Mandó a llamarme?

Madre hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.

La Dimensión de DanuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora