Capítulo 6

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Como si una potente linterna estuviera apuntando directamente a sus párpados, Dalia abrió los ojos de golpe desubicada solo por algunos segundos. Como por acto reflejo se tocó el cuerpo frenéticamente para asegurarse de tener ropa puesta, encontrando que efectivamente estaba vestida, y no solo eso, perfectamente abrigada con tres edredones, el siguiente más acolchado que el anterior. De inmediato supo que volvía a encontrarse en la habitación luminosa de casa del oficial Ross. Tomó asiento con torpeza sintiendo un martillo a cada lado de sus cienes y posó su mirada en la mesita de noche donde encontró una bandeja con jugo de naranja, además de yogurt griego con cereal de avena, uvas pasa y almendras, huevos revueltos, dos waffles y dos tortillas de papa. Desorientada, tomó la nota junto a la comida que yacía en un papel de cuaderno rasgado con una caligrafía en cursiva y pequeña.

"Querida Dalia, anoche tuviste un desmayo. No soy médico, pero sé lo suficiente como para tener la seguridad de que sucedió porque no comiste en todo el día y porque tu cuerpo está intoxicado en cortisol. Por favor, te ruego que lo comas todo.
Discúlpame por tomarme el atrevimiento de llevarte a la cama. No podía simplemente dejarte en el suelo.
He dejado más ropa de mujer en el baño que creo que puede quedarte aunque quizá un poco ajustada. Por favor, tómate tú tiempo para arreglarte y estar lista a las dos de la tarde. Iremos a la estación. No te preocupes, estaré contigo a cada paso.
Una vez más, gracias por preocuparte por Sam. Antes de ir donde Brielle, su tía, ha preguntado si podía comer helado contigo hoy. Piénsatelo.
Atentamente: Mark".

Una desconocida sensación se le albergó en el estómago. Esbozó una débil sonrisa sintiéndose mal de inmediato por haber pensado que el oficial Ross se había aprovechado de ella.
Tomó un sorbo de jugo de naranja y después otros cuatro más, como si mágicamente se le hubiese abierto el apetito. Dio un mordisco a un waffle, y después a una tortilla exteriorizando un sonido de placer. Se llevó una cucharada de yogurt a la boca aunque estaba segura de que eso iba a tener repercusiones con el jugo de naranja que ya estaba en su estómago, pero no le importó. Por primera vez en siete meses disfrutaba una comida, realmente la disfrutaba. Comió rápido, como si tuviese miedo de que alguien fuera a arrebatarle la bandeja hasta que quedó sumamente satisfecha. Volvió a sonreír y después, las lágrimas comenzaron a deslizarse lentamente por sus mejillas.

Odiaba ser ahora una mujer que lloraba tanto cuando siempre había sido tan fuerte.
Había aprendido a muy temprana edad que mostrar emociones era señal de debilidad, y viendo todo lo que había sucedido en los últimos meses comenzó a plantearse la veracidad de esa teoría enseñada por sus padres. ¿Cómo había podido vivir tanto tiempo reprimiendo sus emociones? Ahora sentía que se hallaba en el extremo donde simplemente no podía contenerlas.

Se limpió las lágrimas con delicadeza porque aunque no había visto su rostro en el espejo, todavía le dolía. Después de unos minutos mirando únicamente el suelo, finalmente se puso en pie para dirigirse al baño donde el agua caliente le otorgó una cómoda caricia a su cuerpo. Sin embargo no duró demasiado haciendo aquello. No quería toparse con el espejo ni observar su cuerpo desnudo.
Envolviéndose en una de esas toallas enormes de color blanco, salió del baño tres veces antes de escoger entre la ropa que Mark le había dejado solo para asegurarse de que el ventanal y la puerta estuviesen asegurados. Había empezado a pensar desde la tarde del día anterior que Ronny aparecería en cualquier momento y que iba a matarla, y la incertidumbre le estaba consumiendo la mente. Se preguntaba si aparecería sorpresivamente mientras caminaba por la calle o si idearía un plan estructurado para volver a privarla de su libertad; o si quizá iba a volver a amenazarla con lo más preciado para ella.

Suspiró, preguntándose al observar la ropa si había sido de la esposa de Mark y cómo él era capaz de dejar que ella la portara. No pudo evitar pensar en que eso era emocionalmente muy maduro.
Volviendo su vista a las prendas pensó que era notorio que quien fuera que las haya vestido antes era mucho más delgada que ella y tenía un gusto muy cálido, lindo, y sencillo. Se sintió insegura de solo pensar en una prenda que se le ciñera al cuerpo, ese cuerpo curvilíneo que había heredado de su madre, aunque estaba segura de que había perdido varios kilos.

El martirio de DaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora